Por Julio Semmoloni

Muy pocos, al iniciarse 2015, empezamos a predecir con atrevimiento que la elección presidencial podía perderse. Después apelamos a vaticinar -no sin audacia agorera, la derrota parecía inexorable- que una caída populista sería nefasta para el grueso de la población. Consumado el aciago impacto, como inútil desahogo profesional, desde el primer día latió con amargura y justificación el presagio de que a poco andar morderían el polvo de la deshonra política.

Apenas transcurre un tercio de mandato, y dos cruzados sostenes ideológicos del macrismo -por ultraortodoxos y antipopulistas – ya formularon al unísono su reprobación. José Luis Espert, ridiculizando al gobierno de “millonarios que saben ganar plata pero de economía no entienden nada”. Y Miguel Ángel Broda, urgido por sustituir ejecutantes, cuyo tardío desengaño comprueba que “tenemos ejecutivos muy exitosos en la vida privada que no están entrenados para enfrentar esto”. Es decir, trataron a los actuales ocupantes de la Rosada de ineptos y advenedizos.

Quienes profetizamos esta catástrofe a tiempo y con argumentos verificables, cuando todavía era posible evitar el desastre que sobrevendría, ¿debemos hoy sentirnos complacidos por el fiasco que parece atormentar a estos gurúes de la especulación financiera? Cabe admitir de nuestro lado que la indignación primigenia en algún momento pudo encender cierto rencor hacia la futura gestión que auguraba el resultado electoral. Pero de ahí a consolarse por el malogrado desempeño de estos truhanes de la política, media una distancia sideral. Aquella indignación se ha convertido en un paulatino escepticismo agravado.

Escepticismo acerca de las posibilidades que le asisten al país para retomar la gestación de una causa nacional y popular, tronchada en estado incipiente, debido a la debilidad de los impulsores, el desaire del pueblo no esclarecido y el formidable impedimento que entraña la superestructura sistémica defendida a ultranza por enemigos como Espert y Broda. Ambos lamen contrariados sus heridas cuando critican el engendro que votaron, sin considerar por un instante que son corresponsables de los desatinos dramáticos que le endilgan.

Ni siquiera es legítima su queja. Fueron incapaces de vislumbrar o entrever mucho antes estas consecuencias previstas por otros. Actuaron obnubilados por el ansia irrefrenable de expulsar el odiado populismo. Cuando parece que se hunde el barco, se desentienden reprochando para salvarse ilusoriamente del naufragio que les haría perder crédito entre los mercaderes de la Bolsa. No se requiere ni es esperada la ratificación de ellos: esta debacle fue denunciada desde hace meses mediante fervorosas marchas de reclamo y protesta.

La mezquina intención de los nombrados, igual que la de tantos archienemigos del gobierno anterior, se limita al sarcasmo tras una desilusión de máxima expectativa. Descontaban que las condiciones generales del país empeorarían. Les bastaba desalojar al populismo para vanagloriarse, aunque dada la euforia inicial tal vez creyeron que el país podría “encarrilarse” conforme a los dictados del FMI. Pero ni eso: de Washington a veces bajan admoniciones del organismo contra esta sarta de mal aprendidos.

Resalta una curiosidad. Estos popes de la ortodoxia neoliberal descalifican la integración del “mejor equipo en 50 años”, de Macri. Es también un tiro por elevación que se disparan contra ellos mismos: el viejo cuento que el Estado funge como si fuese una empresa. Espert y Broda desaprueban la gestión de este acopio de gerentes y empresarios justamente por desenvolverse como tales, y no como funcionarios públicos al servicio de los contribuyentes. Una vez más: a confesión de parte, relevo de pruebas.

Lo más insólito, absurdo, inadmisible del fastidio que expresan ambos porque el oficialismo al que apoyan no da pie con bola (pero siempre beneficiando a los mismos favoritos), es que hasta el cierre de esta columna de opinión el gobierno de Cambiemos ha realizado lo que se le pidió que hiciera (y dejara hacer) desde el púlpito que ocupan Espert y Broda. A contramano del mundo proteccionista de hoy, prefieren libre mercado, librecambismo, libre mercado laboral, mínima intervención estatal. Receta tan anacrónica como la arcaica consigna francesa del “laissez faire, laissez passer”, que Macri exhuma.

A saber: megadevaluación de la moneda; inmediata cesación del mal llamado “cerrojo al dólar”; incrementada fuga de divisas; alta suba inflacionaria, que deriva en depreciación del salario y caída del consumo; facilitar despidos y suspensiones para acentuar la principal variable de ajuste, el salario; rebajar o anular retenciones a las exportaciones del agro y la minería, en perjuicio de la recaudación tributaria y su traslado a las exhaustas arcas provinciales; acceder sin negociar y de una sola vez al pago decuplicado de la deuda con los fondos buitre; contraer endeudamiento en un monto sin precedentes por su cuantía en tan poco tiempo, para solventar la fuga de divisas, pagar los vencimientos de la deuda externa y dar flujo a gastos corrientes; abrir las importaciones para abaratar el costo industrial autóctono, provocando el cierre de miles de pymes y el consiguiente aumento del desempleo; tarifazos a los servicios elementales de agua, luz y gas, que incide en el gradual empobrecimiento de la población (registrado por la UCA) y la constante disminución de la actividad económica (señalada por el Indec); etc.

La enumeración de calamidades abruma y podría contabilizarse otro tanto. Pero ahora conviene detenerse a examinar un aspecto más subjetivo. Espert y Broda compartieron panel de conferencistas con Carlos Melconian, durante la campaña presidencial de 2015. Pudo percibirse afinidad entre ellos, en cuanto a su repudio al populismo y a lo que debería hacerse si se imponía la alianza conservadora que promovían con entusiasmo.

Cómo saber qué deseos de colaboración en el hipotético gobierno anidaban in pectore. Espert y Broda no fueron convocados, y a Melconian le tocó el puesto menos relevante, comparado con los ministerios de Hacienda y Finanzas o la presidencia del Banco Central. Desde el comienzo tuvo roces con miembros del gobierno, hasta que Melconian fue eyectado del cargo. Pero en el tiempo que ocupó la presidencia del Banco Nación no se privó de sostener el criterio ultra liberal que lo acerca a la instigación de Espert y Broda.

La sentencia de Melconian -desmentida en público por el macrismo, abrazada en la intimidad por el gobierno- decía: “Con este nivel de salarios, Argentina es inviable: sólo vamos a comenzar a crecer bajándolo al menos un 40%. Y la única forma de negociar una baja real con estos sindicatos es llegar a un desempleo superior al 15%”.

Además del humano resentimiento que albergan los duros corazones de Espert y Broda, es posible que salieran ahora con los tapones de punta, alarmados por la simultaneidad de dos fenómenos que presienten letal para la concreción del modelo que añoran: demasiada gradualidad para ejecutar cirugía mayor, a la par con una economía que se estropea a diario.