Por Julio Semmoloni

El escándalo nacional e internacional provocado por el gobierno macrista al pretender condonar una abultadísima deuda al Grupo Macri por la quiebra del Correo Argentino, es otro conflicto de intereses que se suma a una gravosa lista de similar calaña. Se atreven a lo inconcebible porque vienen dulces desde el principio. No miden consecuencias. Pero como en toda acumulación indecente, esta vez parece que se toparon con el colmo.

De qué otra manera podría interpretarse que la enormidad de la condonación propuesta alcanzara el estrepitoso guarismo de 98,82 por ciento del total. Bastaba que superase el cincuenta por ciento para encender las entumecidas alarmas de la caterva de expresiones políticas cómplices (radicales y massistas a la cabeza) de un poder formal neoconservador, cuya obsesión para medrar en cualquier disputa es demonizar el populismo.

La codicia burlona del impune serial recién saciaría su voracidad cuando quiso licuar el irrisorio resto (1,18%) en infinidad de pagos de cuotas ridículas. Tal vez en esta ocasión la demagógica y sistémica “marcha atrás” no alcance a redimirlo del todo. El cinismo exhibido en la conferencia de prensa del mea culpa estudiado y aprendido, es ya por repetición un argumento de campaña. Increíble pero cierto: naturalizan la patraña de pedir benevolencia a lo que llaman “errores” y en realidad son “tentativas” de probar embistiendo.

“Soy falible y pido disculpas; el escándalo no llegó a consumarse”, pareció resumir Macri con su tosco sincretismo político. Le será más difícil esta vez volver indemne del flagrante intento leonino a la nulidad de foja cero, en la consideración de ilusos que siguen creyéndolo el adalid de la anticorrupción.   

Prueba y error constantemente es la táctica. No importa si de inmediato hay que desdecirse o reconocer pocos días después que estaban equivocados. Ni se ruborizan. Y no son errores, son propósitos fallidos. Es menos importante tener la razón que señalar un propósito. Ese propósito será siempre transferir aún más patrimonio a los opulentos a costa del Estado y el pueblo, es decir, gobernar para beneficio de la minoría privilegiada que representa y constituye.

También pretendieron “corregir” la fórmula de aplicación de la movilidad jubilatoria en detrimento de millones de viejxs que en su gran mayoría ocupan el peldaño inferior de la escala salarial, y encima en los últimos 13 meses perdieron 17 por ciento de poder adquisitivo por la inflación. Causaron otro escándalo por avenirse a las exigencias del FMI. Debieron desistir de inmediato. No importa: prueba y error, la señal es siempre la misma.

El meollo de la cuestión es la sagacidad del Grupo Macri para alterar reglas del mercado donde negocia como preponderante actor. Compite depredando: desiguala oportunidades con trampas e influencias para generarse ventajas. Si desde 2001, cuando solicitó el concurso preventivo y el Estado nacional pasó a ser su principal acreedor, SOCMA pudo mantenerse sin zozobra pese al abultamiento de una deuda estimada en más de 70.000 millones de pesos, significa que postergó con recursos de toda índole posibles impedimentos legales y financieros que hubieran trabado el cómodo derrotero ascendente hacia su gigantismo.

La carrera de Macri se desarrolló y nutrió de ambiciones exorbitantes durante su juvenil desempeño en las empresas del padre, quien parece haber sido su mentor y paradigma. Hizo escuela de predador en una familia con antepasado calabrés, donde asumió el riguroso mandato paterno por ser el primogénito. Dicho rasgo le sirvió para competir sin cuartel como emprendedor, tanto en Boca como en la CABA y ahora desde la Rosada. Para él todas son empresas, no puede escindirse de su rol primigenio en la empresa familiar: incurrir en conflictos de intereses con asiduidad desde la función pública, es parte del hábito de operar en ambos lados del mostrador.

La vida de Macri es sinónimo de proyectada permisividad. Aunque pueda costarle más o menos, lo que desea lo obtiene. Su carrera política es similar. Desde el primer día Macri-Presidente no fue neutralizado por el flagrante y escalonado “conflicto de intereses” que emana de sus decisiones ejecutivas. Primero salió airoso de la designación en cargos estratégicos de exgerentes generales y accionistas de corporaciones que debe fiscalizar el Estado. Luego, la mega devaluación al inicio de su gestión favoreció a conocidos allegados del nuevo gobierno, adquirentes previos de cuantiosos “dólares a futuro”. Más adelante, el tarifazo de los servicios arrojó mayores dividendos a empresas cercanas a los funcionarios que tomaron la medida. Y de yapa, se condonó una deuda de $19.000 millones que empresas de energía eléctrica mantenían con Cammesa, la firma estatal mayorista del sector.

En fin, que Macri apareciera en los Panamá Papers entre los directores de compañías registradas en los paraísos evasores de las Bahamas y Panamá, casi resulta un aderezo en la cima de esta montaña de conflictos de intereses.

Cabe plantearse a esta altura de la cada vez más penosa situación económica y social provocada por este gobierno, si es imperioso que los más sapientes y respetados en la materia empiecen a llamar las cosas por su nombre. Por ejemplo: informar, explicar y esclarecer que ya se ha cumplido con creces el temido desastre anunciado en su momento, y desde qué nivel de bonanza precedente se ha perpetrado esta caída -si no planificada- al menos fomentada.

Podrían alternarse en rebatir las mentiras que el oficialismo adosa a cada dato alarmante, a cada estadística regresiva, para endilgarle vínculo con el cuento mendaz de la “pesada herencia”. Sería bueno que hicieran docencia, ya no más para ensalzar la gestión populista, que no hace falta ni ahora sirve de mucho, sino para desenmarañar las confusiones tejidas por la reiteración sistemática de las patrañas del macrismo.

Hará bien, de todos modos, quien sofrene este reclamo impenitente mediante la demostración de que la crítica idónea resuena aunque sin llegada al gran público. Las voces discordantes no perforan el blindaje hegemónico instalado con tres fines: denigrar al populismo, distraer o disipar el interés por temas urticantes, y proteger al oficialismo de las peores evidencias que lo desgastan.

Se hace lo que se puede, entonces. Este portal es una prueba cabal de cómo las intenciones sobrepasan las efectividades. Qué otra posibilidad queda. Mientras cubrimos a diario la cercana inmediatez novedosa que nunca saldrá en los demás medios locales, conviene echar una mirada atenta al contexto nacional que condiciona derivaciones casi deterministas y envolventes de una realidad paulatinamente más adversa e irritante.