Por Julio Semmoloni

Interesante aunque acotado debate político suscita la imprevista decisión de Cristina, quien se aparta del PJ para competir electoralmente. Cunde desde luego una binaria interpretación: los agravios de quienes al parecer habrían quedado pagando, y los elogios de los que ven en el desmarque un acierto que ratifica la centralidad de su figura. Tal vez sea momento de precisar si Cristina es la máxima líder o la conductora del siempre latente movimiento nacional y popular.

Conducir es equivalente a ser líder máxima; pero no toda líder es capaz de conducir un movimiento político. Tampoco es igual conducir un movimiento que un partido: en la segunda instancia, la tarea puede reducirse a un mero cargo burocrático. Con la actividad política intensa se generan tres tipos de roles en escala ascendente, que no pueden (ni deberían) predeterminarse en un estatuto. Roles que implican sugestión y talento para convocar y mover a la acción, y que se construyen deliberadamente. A saber: las y los referentes, las y los líderes, y la o el conductor.

Pueden coexistir numerosos tipos de referentes, dependiendo el grado de influencia de la dimensión del ámbito donde opera: barrial, municipal, provincial, nacional, etc. En cuanto al liderazgo, quienes ejercen como tales no abundan y las relaciones no suelen ser armoniosas entre sí, aunque pueda haber más de uno o una. En cambio, líder máximo es uno o una sola; como rarísima excepción también pueden ser dos. La Argentina parece un caso paradigmático: Perón y Evita convivieron como líderes máximos. Lo propio aconteció medio siglo después con Kirchner y Cristina.

Pero el único conductor que tuvo el más grande movimiento político del país fue Perón, indisputado en ese rol incluso durante su prolongado exilio. La intención de Vandor (aprovechando aquella ausencia forzada) por amañar un “peronismo sin Perón” fracasó rotundamente, se la consideró una traición imperdonable y pagó con su vida. Perón demostraría su vigente conducción designando a Cámpora como candidato presidencial para las elecciones de marzo de 1973, que marcó el final de la proscripción electoral peronista. Aun siendo un referente sin luz propia, cuyo mayor encomio fue su lealtad al conductor, Cámpora se impuso con absoluta comodidad.

Kirchner nunca alcanzó ese rango, y puso en riesgo su legítimo liderazgo con la torpe “candidatura testimonial” en las legislativas de 2009, perdiendo ante el insignificante De Narváez. Su valía política y, sobre todo, presidencial le permitió una completa recuperación volviendo a refulgir su imagen en toda la región. Su inesperada muerte fue un acontecimiento apoteótico de la historia nacional. Kirchner no pudo expandir ni conducir todo lo necesario ese pujante movimiento (auténtica renovación popular), del cual fue principal impulsor y por eso también se lo identifica con su nombre: el kirchnerismo.

Foto: Cristian Martínez

La impronta del santacruceño tampoco fue suficiente para dar una clara identidad superadora del peronismo, lo cual se tradujo en controvertido legado político para Cristina. Si bien la magnitud del triunfo electoral en 2011 pudo haber hecho creer que adquiría el atributo de conductora, esto en verdad no ocurrió y su liderazgo recibió los embates de una rebeldía retrógrada y machista, que nunca quiso encuadrarse dentro del genuino mandato. A diferencia de Perón, no pudo ni supo trasladar en favor del candidato Scioli su capital de empatía colectiva, y por primera vez el movimiento nacional y popular perdió una elección presidencial estando en el gobierno.

Cristina en su condición de líder máxima y única tal vez pudo apartarse del PJ durante la segunda presidencia. Hubiese significado una decisión temeraria y desafiante, de pronóstico incierto, pero actuando como indudable conductora de una lozana ideología kirchnerista para desvincularla definitivamente de la anacrónica ortodoxia partidaria. Mirada en retrospectiva, parece una decisión exagerada para su instinto político calculador de entonces, e imprudente si además carecía de suficiente audacia.

Tampoco actuó como una conductora ante la multitudinaria cita en la cancha del club Arsenal de Sarandí. No abordó ni avanzó con alguna orientación doctrinaria o ideológica que explicase su repentina movida táctica. El carisma se mantiene intacto y continúa promoviendo la expresiva devoción de cierta militancia juvenil. Cristina prefiere apuntar a lo más seguro para tener un impacto certero. Opta por reordenar y darle vigor al flamante espacio, sobre la base de antagonizar sin tregua solo con el gobierno de Macri. El empeño por ahora está en convocar y aglutinar con ese fin, antes que definir con argumentos de peso el perfil político de Unidad Ciudadana. No propone renovar el proyecto o continuar el que quedó trunco. Elige la inmediatez de activar y concentrar la oposición más numerosa al oficialismo, para frenar cuanto antes una inminente caída al precipicio.

El incipiente debate sobre política grande pierde densidad, se torna de corto plazo. La “jugada maestra” (para algunos exégetas) de Cristina, se reduce a un desmarque oportuno que se agota en las elecciones. La expectativa nítida de la entusiasta multitud que acudió al reencuentro, sumada a la masiva atención de la incalculable teleaudiencia de todos los canales de noticias, no asimiló una referencia estimulante dirigida a restaurar el fervor de otro populismo latente o en ciernes. No pareció un discurso entresacado del relato kirchnerista para reconstituirse en la arena de la disputa transformadora. El lanzamiento del actual espacio político resultó poco más que la designación del instrumento electoral que modifica el membrete, y así encauzar de inmediato el malestar popular.

Entiéndase que restarle a Cristina una posible capacidad de conducción, de ningún modo menoscaba su jerarquía de ser el cuadro político femenino más influyente de la historia argentina, obviamente superando a Evita por ejercer en dos períodos constitucionales consecutivos el mandato presidencial, cuando estableció la mayor ampliación de derechos en beneficio de la población en general. Perón y Evita serán recordados como los artífices de la primordial conquista de derechos. Kirchner lo será por la hazaña de recuperar en tan poco tiempo todos los beneficios sociales perdidos por el grueso de los trabajadores hasta la debacle del modelo neoconservador. Y la figura de Cristina perdurará por haber ampliado esos beneficios, propios del proyectado curso hacia el Estado de bienestar.