Por Julio Semmoloni

Arduo no tanto por las dificultades restrictivas de la hora, sino por el esfuerzo de mantener lozana la expectativa en una vocación para esclarecer entuertos y alentar esperanzas. EL OTRO hace más de un año que aparece como diario digital. Desde esta columna se ha procurado referir y examinar con la mayor honestidad contingencias nacionales relevantes de un cambio de época crucial para los argentinos.

Buena parte de lxs periodistas que escriben en este medio trabajó en Radio Nacional Mendoza, la Radio Pública, desde 2011 hasta 2016. Dejó de hacerlo por obvias razones y su horizonte profesional se estrechó considerablemente. Desplazado a las márgenes de la atención prioritaria, este oficio deambula la mayoría de las veces por ámbitos de pasatiempo vano y vacuo.

Nada impedía seguir ejerciéndolo mediante la generación de algún medio alternativo, pero quién tiene ganas de retomar desde cero una profesión que se nutre de su encanto divulgador bajo la condición expresa de requerir creciente audiencia, más lectorxs, público en general. Aventurado desafío contra todos los pronósticos al parecer hoy encaminado.

Ya no queda una pizca de nostalgia por aquel comprometido desempeño en la única emisora de carácter federal. A medida que el omnipresente lazo censor fue ajustando voces y criterios, el ánimo vivaz del más tolerante que se haya ido a tiempo también mudó en sosegado rencor hacia quienes zahieren a compañerxs y amigxs que no olvidamos. La censura previa catapultó su ignominia a la amenaza flagrante de despido y denuncia penal.

El venturoso recuerdo del lustro trabajado en la Radio Pública no debería desligarse de los reclamos debido a la precariedad de ciertas situaciones laborales de entonces. En aquel momento también algunas dificultades parecían insuperables, producían desdicha, pero ni aun el más pesimista agorero vislumbró las consecuencias de este cimbronazo vengativo. Revenge se dice en inglés. Qué bien estábamos cuando estábamos mal.

El memorioso no puede ni debe olvidar que, entre aparatos escasos más o menos anacrónicos –con frío en invierno, calor en verano–, afloró una indefinible mística comunicacional tal vez irrepetible. Por esto mismo es que el verdugo implacable debe cumplir con lo ya sentenciado hace más de sesenta años. El verdugo nunca tolera. Está en su naturaleza arrancar de cuajo la reconstrucción de la memoria nacional y popular. El verdugo doblega voluntades o las extermina. Cuando puede.

El memorioso tampoco puede ni debe olvidar que aguijoneaba al entusiasmo una íntima insatisfacción por comparar el alcance de la Radio Pública respecto a la cobertura masiva de los medios dominantes. Nunca conformó ni mucho menos satisfizo el tamaño coherentemente incrementado de audiencia activa y movilizada. Imperó una autoexigencia desmedida, quizás imprudente, que mirada a la distancia que marca con el presente, resulta de otro contexto.

Hoy se verifica que Radio Nacional Mendoza regresó a 2010, el año anterior al punto de inflexión ya señalado, cuando todavía la anodina programación escasamente local apenas era oída por una menguada, esporádica y dispersa sintonía. Partícipes de EL OTRO añoramos toda aquella audiencia siempre atenta, consecuente y entusiasta que supimos conseguir. Destino público en el que fructificó (no sin algunas distorsiones) la airosa y querida Radio Pública.

Haber llegado al año de vida sin el respaldo económico y financiero de la publicidad y el esponsoreo es prácticamente una hazaña periodística consumada por EL OTRO. Hazaña de sabor amargo, empero, porque el periodismo que aquí se hace es de mejor calidad que la archiconocida media provinciana, por lo tanto merecería recibir la atención de quienes promocionan el consumo masivo de bienes y servicios.

La actividad privada, compitiendo según pautas decisorias de corte neoliberal, es natural que tienda a invertir o apostar publicitariamente en la difusión de sus productos a través de medios que aseguren el rédito inmediato o, en el peor de los casos, minimice los riesgos. En el sistema capitalista los más caros avisos de las megaempresas jamás serán destinados a vender desde un diario digital modesto como EL OTRO. En la búsqueda de escala comercial, los medios más pequeños no cuentan, sólo pueden recibir asistencia de esa índole por parte de una política difusora estatal, capaz de sostener cierta equidad en la distribución de recursos públicos con el fin de preservar la diversidad de contenidos.

Lejos, muy lejos de ese propósito republicano y democrático se encuentra el Estado provincial ahora gobernado por un radicalismo sometido a la voluntad colonizadora del macrismo porteño. Favorece la concentración hegemónica y se desentiende proporcionalmente del resto. En parte, porque su objetivo político mezquino es buscar la protección interesada y acomodaticia de los grupos mediáticos. Y en parte, porque teme a la represalia de ese “periodismo independiente” escandaloso y prebendario, que puede extorsionar al poder político formal con publicaciones infamantes, desestabilizadoras.

Con la sola abstención de brindar una pauta publicitaria inclusiva y plural, cualquier gobierno es capaz de cristalizar la imposibilidad del ejercicio cabal y pleno de la libertad de expresión. Bajo semejantes condiciones de insolvencia se hace muy cuesta arriba, para EL OTRO, romper el cerco protector que en concreto instala esta camuflada censura informativa. Pero el intento diario seguirá pugnando por mantener abierta una brecha que pueda ser atravesada por nuestras crónicas y nuestras opiniones, comprometidas a partir del honesto fervor de informar y esclarecer.