Una crónica de igualdad e inclusión. Los Cuyis, campeones mundiales del día a día.

 

Texto y fotos: Marcelo Ruiz

 

 

Un pequeño predio en el fondo de El Naranjito, donde veinticinco pibes llegan cada miércoles pasadas las 14hs. La cancha está rodeada de árboles flacos y largos, se nota pasto amarillento típico de la época, varios arcos pequeños que se utilizan para entrenamientos, una construcción de material seco donde se guardan elementos para practicar, y algunas herramientas de jardinería contra la pared, terminan describiendo la geografía.

De pronto una dulce voz rompe el silencio imperante, una manito se levanta y saluda, mientras avanza hasta donde conversan sus profesores. Su sonrisa se extiende al ver llegar a un par de compañeros, se abrazan, uno le da un pequeño empujón a un tercero, juegan, ríen felices. En pocos minutos ya son más de diez, algunos sentados en el piso comienzan a cambiarse, otros repartidos por el predio charlan, ya están quienes ayudan a colocar los conos plásticos en el campo de juego dibujando siluetas. Allí mismo comenzarán en un rato a entrenar las rutinas.

 

 

 

 

 

 

Al sur está el edifico escolar donde un par de puertas se abren y agrandan las siluetas de algunos chicos que salen, se suman al trote lento y entran en calor al ritmo de sus compañeros. Solo el color de chalecos marca diferencias, se dividen en rojos y grises, por lo demás todos son iguales, un conjunto de luchadores capaces de tirar cualquier pared o sencillamente detener el viento con una sonrisa. El mundo ahora es un rectángulo con dos haches en cada extremo, todo aquello que esperan en la semana, como esas cosas que simplemente suceden,  que no tienen demasiada explicación.

Sin proponérselo, y aunque ni siquiera se lo hubiera imaginado alguna vez, Marcelo Goldman,  jugador de Los Tordos, vivió tiempo atrás una experiencia que cambiaría parte de su vida y la de algunas personas más. Guillermo Palumbo –por entonces su cuñado- solía acompañarlo en las prácticas y partidos de rugby. Marcelo, con la excusa de permitir que compartiera con el plantel viajes, entrenamientos y otras actividades, le encargaba diferentes tareas a Guille, quien tiene Síndrome de Down, con la única intención de hacerlo parte.

 

 

 

 

 

 

Cuenta Goldman que en Chile se jugó un seven. Los Tordos fue invitado a participar y, en el último partido, con nada ya en disputa, Marcelo le preguntó a las autoridades y al equipo adversario si Guille podía jugar. Hoy recuerda el técnico con los ojos llenos de lágrimas el momento maravilloso en que le pasó su camiseta.

La experiencia llegó a oídos de Daniel Fernández, que ya estaba a cargo de Los Pumpas, en Buenos Aires. “Todo el mundo creía que Guillermo era mi hermano –sigue Marcelo conmovido- porque siempre íbamos juntos a todos lados, empezamos a viajar a Buenos Aires y cada vez que no jugaba en Los Tordos y había fecha Pumpas (nombre del seleccionado nacional especial) iba con él.  Me hice muy amigo de Daniel al punto que actualmente participo con el seleccionado activamente. Después de salir campeones del mundo en España, la repercusión enorme que tuvo en los medios me dio el empujón que necesitaba para llevar adelante el proyecto”.

 

 

 

 

 

 

“Al principio fue duro –recuerda el técnico-, teníamos solo cuatro jugadores. Fuimos con Ale Chigletti por centros e institutos convocando a la gente para sumarse. La respuesta fue un tanto negativa, nos calificaban de dementes, inclusive la actual directora de Discapacidad de la Provincia me dijo ‘no creo que vaya a funcionar, el rugby es violento, los chicos se van a lastimar’. Claro que después del resultado logrado, vino a felicitarnos y hoy colabora activamente dándonos todo su apoyo”.

“Esto es una escuela de valores, piedra fundamental del rugby, tienen un espacio donde ellos son los verdaderos protagonistas, se divierten, forman un grupo de amigos, logran un sentido de pertenencia increíble. Trabajamos para darles las herramientas necesarias para su autonomía, esa es la verdadera excusa de todo esto. Les enseñamos el respeto, llegar a horario, compartir con sus compañeros el tercer tiempo luego de cada entrenamiento, compartir una comida donde se van formando vínculos saludables que son fundamentales para el desarrollo de cualquier persona, independientemente si tiene discapacidad o no. Claro que los casos son diversos, como las patologías, sin embargo la comunidad que se ha creado hace de la igualdad el pilar que sostiene todo esto”.

 

 

 

 

 

 

Mientras Marcelo narra, los chicos siguen practicando con profes y voluntarios, padres y madres en el otro extremo de la cancha, comparten charla y mates sin dejar de ver a sus hijos, ellos también aprenden a la par. El equipo de trabajo está verdaderamente comprometido, algunos voluntarios vinieron hasta aquí por diferentes razones y se quedaron a dar una mano hasta hoy. Muchachos y muchachas que aportan su trabajo desinteresado.

“Esta es la tercera temporada del equipo –retoma Marcelo- arrancamos con cuatro jugadores,  me comuniqué con  Gustavo Kreisman, ex entrenador mío del seleccionado, quien nos abrió las puertas del instituto para que nosotros entrenemos aquí. Cuando los vieron practicar, los chicos del instituto también se sumaron e incrementaron la cantidad de jugadores”.

El apoyo de los clubes fue muy importante para el desarrollo del proyecto. En Capital “estamos en marcha con capacitaciones para el crecimiento intelectual, darles la posibilidad de aprender un oficio que les ayude a desarrollarse en una tarea, sentirse útiles, insertarse en una sociedad sin perjuicios es el mayor resultado que pretendemos mucho más que el deportivo. Inclusive lograr el campeonato mundial es anecdótico, si bien fue un gran orgullo, darle visibilidad a lo que se hace es lo más importante. Hoy las familias están plenamente comprometidas con todo esto, costó un poco pero ya están encaminados”.

“Venir continuamente y ser parte de un equipo les da ese sentido de pertenencia”, subraya el entrenador, e insiste: “Al integrarlos a la vida del equipo los hacemos pertinentes al lugar, y a partir de la continuidad de estar ahí, interactuar con las demás personas del grupo, más allá de que jueguen o no, logramos la intención del encuentro en un lugar donde se sientan cómodos. Comparten el juego, cumpleaños, reuniones sociales, aprendieron a integrarse a un mundo diferente que empieza a darles el lugar que día a día van ganando”.

 

 

Sentado en el piso a un costado de la cancha, mientras sus compañeros juegan, alguien comenta: “Antes el pasto me recordaba al Cementerio Parque, me daba miedo y me ponía triste, ahora solo me da alegría, porque solo quiero estar acá y jugar”. Extraña analogía de quien simplemente encontró en Cuyis, respeto, amigos, contención y la seguridad necesaria que todo ser humano necesita para realizarse.

Una señal da por entendido que finalizó el entrenamiento, un intercambio de saludos y un particular brillo en esos ojitos almendra se transforman inocentemente en la única moneda que tiene valor aquí, una moneda corriente que todos aprendieron a entregar a partir de la igualdad.

 

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