Si escribimos su nombre en algún buscador de internet vamos a obtener múltiples resultados, sus muchas y variadas obras, ensayos, investigaciones, bellísimas ilustraciones, fotos, entrevistas, videos; pero difícilmente nos muestre el sentir, la emoción, el descubrimiento, el sabor que sus letras provocan en sus lectores. Y digo provocan porque no son solo palabras bien escritas, son palabras que atraviesan, que paralizan, que completan y hasta llenan de esperanza.

Por Vanesa Rodríguez*
Fotos de archivo: Coco Yañez (2004)

Siempre que tuve oportunidad recomendé algún texto de ella, porque ella habla del respeto por el otro, de  la lucha de los más débiles, el valor de libertad, de la memoria de los pueblos, del respeto y la admiración de otras culturas y  las diferentes razas, la importancia  que tienen nuestros mayores, el amor por nuestra tierra, el valor de lo simple, la humildad, el dolor del desarraigo, de luchas ganadas y perdidas, del arte, de la amistad, del amor; todo lo dice, lo cuenta y nos transporta a partir de historias, historias de muchos tiempos, de muchos y diversos mundos, con personajes únicos, humildes, que se convierten en héroes.

Quienes la vimos y escuchamos personalmente en distintas ocasiones, ferias del libro, congresos, talleres, extrañaremos esa mujer tan humana, simple, amorosa; que se presentara frente a nosotros con la mayor humildad y agradecimiento desconocido en otros  escritores. Extrañaremos su tono de su voz, mezcla exacta de suavidad y tenacidad, de firmeza y claridad, una voz que comparte la literatura más íntima, la que la habitaba. Extrañaremos el respeto en cada respuesta, la pasión en su trabajo, el decir sin decir y el educar sin querer. Extrañaremos la dedicatoria única y especial con la que dedicaba sus libros, como si nos conociera, como si nos leyera.

He visto a jóvenes compartir entre ellas alguna lectura de Liliana, perturbadas por el sentir profundo que les provocó “Amigos por el viento”; he visto el entusiasmo de otro joven ante la llegada de la segunda parte de “Tiempos de Dragones”; el interés  de hombres mayores por descubrir La tierra de los Confines; el desconcierto en los niños al pensar en la posibilidad del diablo enamorado de una vendedora de manzana ¿era posible?; la ternura en el rostro de estudiantes de un pos grado al leer sobre Nicanor, en “Cuando San Pedro viajo en tren”; a docentes entusiasmadas por llevar a sus aulas “El espejo africano” para reflexionar y disfrutar con sus alumnos; y he visto a mis alumnos de cuatro años escuchar atentos “La mejor luna” o “Simi Tití”, plantear hipótesis y soñar nuevas posibilidades. Cada uno de nosotros  atesoramos una o más frases de alguno de sus escritos, la marcó en el libro, la copió en su agenda, la compartió en alguna red o la leyó en voz alta para que algún familiar también se pudiera apropiar; y es que Liliana escribe para todos, para cada uno de nosotros, en cada uno de nosotros.

Escribir estas palabras rodeada de sus libros hace más difícil aún escribir un  último párrafo, el que debería contener  palabras de despedida. ¿Cómo se despide uno de que quien lo habita?  Busco en su voz  las palabras que no tengo y encuentro estas:

“una verdadera costumbre, decían los husihuilkes, jamás se repite de manera idéntica. Saludas cada día a tu hermano, a tu amada, a tus hijos; y el saludo vuelve a nacer. Te sientas en ronda para compartir el alimento como si nunca antes lo hubieras hecho. Deseas el cuerpo de quien duerme a tu lado, y vuelves a aprender caricias. La costumbre no es lo repetido sino lo sagrado” (El arte de los confines)

Será una verdadera costumbre seguir hablando de la gran escritora, de la persona, de la mujer; será una verdadera costumbre reencontrarnos en tus letras, no será repetido sino sagrado.

 

*La autora es Profesora de Nivel Inicial