Emilio Vera Da Souza presentó Los agujeros redondos de los quesos. En su exposición en el Teatro Quintanilla, el escritor y periodista conjeturó sobre probables destinos de los orificios en general, y de los lácteos en particular, y otras consideraciones en torno a la publicación de su primer libro.

Por Negro Nasif | Fotos: Coco Yañez

Junto a Ariel Robert y Diana Wol, Emilio Vera Da Souza presentó el último jueves Los agujeros redondos de los quesos, una compilación de crónicas de un periodista que ha visto a la Muerte a los ojos, conoce su rostro y no le teme.

Emilio escribe desde los cuatro años, aunque se conoce que mucho antes comenzó a hablar y se menta que todavía persiste en narrarse(nos) para guardar memorias que nos sucederán. De su escritura nos lega Los agujeros… que ya está en librerías para comprar y leerlo. De su verba -disponible íntegramente aquí– transcribimos algunas conjeturas y dudas que trozó sobre la mesa del Teatro Quintanilla.

Es rara la presentación de un libro. Las emociones que suceden a los autores, supongo, son intransferibles y bien extrañas. No se asemejan a ninguna emoción que yo haya tenido antes. No es como comprar un auto, no es como darse besos, no es como salir corriendo, no tiene nada que ver con ninguna otra cosa.

Yo estaba bastante ansioso con lo que iba a pasar esta noche. Tengo que contar dos o tres cosas, que algunos las conocen, pero la mayoría no. Cuando le mostré el material al Canito (Alejandro Frías), que había seleccionado durante el confinamiento de la pandemia, pasaron cosas… Entre esas cosas, enfermé de una enfermedad que demoraron un poco en descubrir de qué se trataba. Yo quería hacer un libro que tuviera calidad de libro pero que fuera rápido, porque no sabía si lo iba a poder leer. Esto que suena quizás banal o superficial ahora, después de haber transcurrido el tiempo, en ese momento era exactamente así: yo era como el yogur en la góndola que tenía fecha de vencimiento y estaba cercana la cosa. O eso era lo que sentía.

Cuando conté los motivos de la urgencia de este libro, conversándolo con algunas personas en las que yo confío, me dijeron: “Hay gente que cuenta cuando le va bien, por qué no contar cuando te va mal, cuando lo que te pasa te da angustia o desazón, o alguna emoción que es contrariada”. Y por eso hoy yo lo cuento.

La mayoría de estos textos han sido publicados durante décadas. Yo escribo en diarios, más o menos, todos los jueves desde hace unos treinta años. Imaginarán que se han acumulado algunos textos.

Este es mi primer libro y algunos me preguntan si es como tener un hijo. No, y tampoco se hacen como un hijo, les aviso, si alguno tiene la intención no le va a pasar… Yo, aparte, tengo dos hijas y nunca reemplazaría un libro por una de las que tengo.

Elegí crónicas o textos relacionados con las emociones, porque esto era lo que me parecía urgente. Luego, las crónicas periodísticas y con datos más duros me parece que podían esperar un poco y, si había tiempo con la misma selección, dejarlas listas para un próximo libro.

El libro no tenía nombre. Yo le mandé el archivo con la selección a Canito con un título genérico como tienen los archivos de texto. Le había puesto “textos seleccionados” y Canito me dice “¿cómo le vas a poner a un libro así?” Yo, obviamente, no quería que ese fuese el título y él, como le había pedido velocidad y rapidez, eligió una de las líneas de uno de los escritos que, entre otras cosas, hablaba de los agujeros redondos de los quesos.

Casi todos los agujeros son redondos, después estuve pensando esto, porque no hay agujeros cuadrados. Los agujeros siempre tienen volumen. Yo pensaba adónde van a parar los agujeros de los quesos cuando alguien se come el queso, porque no sé a dónde van a parar… Nadie los come, es aire, “viento” dirían los sanjuaninos.

Hay agujeros que son intangibles pero hay pozos como los de Guaymallén que son contundentes, son bien reales, incluso se dice que hasta vive gente por ahí. Hay agujeros que están a lo oscuro, agujeros interesantes, hay agujeros que nadie nombra…

Cuando empecé a buscar imágenes para una gacetilla, primero busqué agujeros redondos de quesos, que no son exactamente redondos pero no son de otra forma, y vi una de las fotos más terribles que he visto en mi vida, que no se las voy a decir aunque alguno va a intentar buscarla. Era una asquerosidad, no por lo escatológico sino que era realmente feo. No voy a decir más nada, pero hay agujeros espantosos.

Un amigo preguntaba por qué tendremos este tabique que forma en la nariz dos orificios y, pensándolo bien, yo no le encontraba mucha explicación anatómica, ni científica, ni darwiniana, hasta que pensé en lo que hace la gente con los agujeros y que por eso era necesario un tabique porque, si no, alguno se iba a poner a probar y habría varios damnificados cerebrales.

¿Los agujeros son necesarios? No lo sé. Algunos me parece que sí.

Para justificar este título yo imaginaba cosas, como novio de melliza, y siempre encontraba múltiples respuestas, todas me generaban dudas, así que yo no sé bien cómo es la cuestión de los agujeros, pero a los fines de titular un libro está bien, ha llamado la atención, algunos colegas se han dado por enterados, la mayoría no. Esto también está bien decirlo, no sé qué le pasa a un periodista cuando un colega publica algo, me parece que se transforma en invisible o algún acontecimiento físico o químico sucede. A lo mejor, es un agujero.

 

 

Nacidos para molestar