Por Julio Semmoloni

El populismo sería apenas un sucedáneo de lo genuinamente popular. Hay una distancia que recorrer en tanto se busque esa meta. Una distancia de tiempo, espacio y concientización. Las tres dimensiones deben confluir para que el fenómeno político nacional y popular se plasme como transformación plena. Camino a ese rango se encuentran expresiones que han intentado construir, superando el subdesarrollo y la dependencia, un Estado de bienestar para todos los argentinos. Y en el intento, aunque malogrado, sobresale el kirchnerismo.

Fotos: Coco Yañez (Jujuy, 2008)

Durante doce años y medio se propagó en el país una sensación palpable e identitaria de que el gobierno nacional estaba más cerca del pueblo que los anteriores en casi medio siglo. Sus políticas sociales activas y la neta mejoría verificada por los registros estadísticos contribuían a promover esa sensación. Pero había algo más, quizás menos evidente e identificable, que simbolizaba y naturalizaba la sensación de que ese gobierno estaba del lado del pueblo. Nada más y nada menos que un relato. El relato que a un tiempo afloraba y también explicaba esa relación que paulatinamente se convertiría en una obviedad.

Hay que tener cuidado con lo obvio, sin embargo. Nadie está exento de caer en el error, mucho menos cuando involucra la masividad. Tomar una obviedad como problema ya resuelto puede ser tan equívoco como insistir demasiado en algo sobreentendido. El kirchnerismo erró en ambos sentidos, precisamente porque dejó a mitad de camino su pretendido tránsito de lo populista a lo popular.

Debido al escaso apoyo electoral que tuvo la propuesta del binomio Kirchner-Scioli (22 por ciento de los votos), es obvio inferir que hubo sectores de la clase media empobrecida y aun de más bajos ingresos que no optaron por la fórmula que gobernaría el país desde el 25 de mayo de 2003. Buena parte del pueblo que sería receptor de la dedicación social específica carecía al menos de la expectativa de ser favorecido, a raíz de lo cual después podía confundirse la exteriorización de una grata sorpresa (superficial y efímera) con la honda y constante satisfacción de quienes reclaman convencidos.

Empoderar un pueblo mediante el voluntarismo de las buenas intenciones procedentes de una dirigencia sensible y emprendedora, si bien produce un salto cualitativo de dignidad y bonanza, a la vez acarrea el riesgo de no ser valorado como mecanismo de autodefensa por gran parte de destinatarios de esos derechos. Al principio se genera la sensación de unanimidad aprobatoria, pero más tarde, puesto en jaque el derecho adquirido por contextos diferentes, la masiva cobertura desnuda una complacencia transitoria que se esfuma, en vez de lo que debería haber sido su resultante: el esclarecimiento definitivo.

La verdadera praxis transformadora demanda un activo protagonismo y la participación real de quienes aspiran con fervor y empeño a progresar en la vida, en el sentido pleno de crecer para mejorar y disfrutar. Así imbuidos, la dedicación personal sustentará una genuina solidaridad comunitaria. Fue el caso paradigmático de la Organización Barrial Túpac Amaru en la provincia de Jujuy, el cual, por eso mismo, se convirtió en un movimiento peligrosísimo para los estamentos privilegiados del statu quo.

Aunque nacida durante los aciagos noventa, pudo desarrollar todo su potencial de voluntades conscientes y organizadas en el contexto nacional del mandato kirchnerista. Su obra primordial -instar al bienestar de sus afiliados mediante el trabajo propio cooperativo (protagonismo y participación)-, realizó en ese propicio marco político el emprendimiento ocupacional, educativo, sanitario y urbanístico de mayor magnitud y calidad destinado a los sectores en peor situación social de la población jujeña.

Es necesario distinguir con precisión los comportamientos diferenciados que tuvieron los gobiernos nacional y provincial respecto del intenso activismo militante de la organización conducida por Milagro Sala, hoy confinada en forma inconstitucional en una prisión jujeña. Mientras el clima de época y el acercamiento al pueblo generados desde el gobierno nacional kirchnerista favorecieron la eficacia y expansión de la Túpac Amaru, la ortodoxia recelosa y apoltronada del gobierno peronista jujeño, al revés, ponía palos en la rueda.

Si la transformación operada en Jujuy por la organización barrial hubiese sido encarada por el kirchnerismo a nivel nacional con similar ahínco y convicción, los gobiernos de Kirchner y Cristina hubiesen resuelto de cuajo (no solo atenuado) la miseria dispersa por el territorio y reducido en gran medida el crónico déficit habitacional que azota al país desde siempre.

Frenar y destruir ese logro impar es motivo del atroz encarnizamiento contra Milagro Sala y algunas cooperativistas, llevado adelante ignominiosamente por Morales en nombre del establishment antipopular. La dirigente tupaquera hizo posible en la olvidada e irrelevante Jujuy, que el pueblo más sufrido y postergado fuese protagonista y partícipe esencial de la construcción política trascendente: caminar en tiempo, espacio y concientización la distancia que media entre el populismo y lo popular. La Túpac no se sintió contenida ni respaldada por el gobierno peronista local, razón suficiente para crear en 2013 el Partido por la Soberanía Popular, a fin de obtener legítimos representantes.

El ejercicio de tamaña autonomía cultural y política para realizar una praxis transformadora de liberación popular es precisamente lo que reanimó el furor antagónico del revanchismo antipopular. Debido a la velada complicidad del peronismo jujeño, que desde 1983 ha ganado la mayoría de las elecciones en Jujuy, Milagro Sala y la organización barrial quedaron aisladas y a merced de la odiosa venganza de las expresiones partidarias que directa o indirectamente tributan a Cambiemos, más todo el peso de la institucionalidad conservadora.

Por eso Morales y el tribunal superior ad hoc vandalizaron entre gallos y medianoche los procedimientos jurídicos, privando a Milagro Sala y a la paradigmática organización de las formas y los tiempos legales del debido proceso, que imperan en el estado de derecho. Asimismo, castigan a decenas de miles de afiliados, sobre todo niños, impidiendo o perturbando el normal funcionamiento de las numerosas instalaciones de todo tipo que disponen.

La organización barrial extendió su acción a 15 de las 23 provincias, entre ellas Mendoza, donde también está realizando una labor imperiosa para los más necesitados, dada la inoperancia de los gobiernos locales para atender las carencias sociales. EL OTRO hizo un seguimiento periodístico demostrativo de la saña puesta en la persecución política y judicial que afecta a Nélida Rojas y su familia, artífices en nuestro medio de la impronta tupaquera.

El peronismo jujeño perdió el gobierno ante una alianza de cuño oligárquico por no asimilar ni entender la praxis transformadora implementada por la organización barrial que Morales y las corporaciones hostigan con crueldad. Y el kirchnerismo nacional cedió apoyo mayoritario popular y fue batido por la reacción conservadora, cuando no supo trascender el plano del mero intento transformador mediante la constante verificación del auténtico y esclarecido compromiso de los destinatarios de la construcción del Estado de bienestar.