Antes del Zonda pasaron por Mendoza los buenos aires del fuelle de Julio Coviello, protagonista fundamental del nuevo movimiento tanguero.

El reconocido bandoneonista visitó nuestra provincia la semana pasada y EL OTRO lo (per)siguió por algunas estaciones de su maratón cuyana, que incluyó: disertación y Taller Proyecto Pichuco en la Universidad Nacional de Cuyo; ensayos varios; toque solista, en cuarteto y zapada-madrugadora en el bar Los Dos Amigos; y cierre a todo fuelle en el Teatro Quintanilla.

El patio de la casa de Elbi Olalla (pianista en Altertango y Orquesta Sísimica Mercalli) fue el escenario más relajado de varios encuentros de este diario con el compositor, intérprete, docente e indisimulable buen tipo.

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Foto: Seba Landi

 

A los pocos minutos del diálogo, Julio despuntó una de sus virtud incontenibles: enseñar. Nos invitó a ponernos su bandoneón en nuestras faldas para probar unos acordes, y resultó imposible no emocionarse con esa arma de cicatrices de mil batallas, que inhala y exhala como los mortales.

-¿Cómo es tu relación con ese instrumento que respira?

-Es una relación intensa, y el sonido que te devuelve es tan agradable que, aunque uno no toque demasiado, tocás una nota y te tira tanto sabor… Igual las relaciones con los instrumentos son intensas en todos los casos, pero del bandoneón yo voy a decir que es más intensa, porque yo soy bandoneonista… (se ríe).

-Búsqueda, es una de las definiciones que suelen darse sobre el arte. ¿Vos qué buscabas cuando te abrazaste para siempre con el fuelle?

-Yo lo sentí como un arma de resistencia cultural. Viví todos los ´90 con el discurso de la globalización y de la aldea global, que iba a pasar lo mismo en Japón que acá y que nos íbamos a tomar un cohete en dos minutos e íbamos a llegar a Japón… (se ríe con sorna).

A principios del 2000 se empezó a generar un desarrollo de los regionalismos, la gente de mi edad comenzó a ver con más cariño a las cosas de su propia tierra y el bandoneón me resultó paradigmático, por esto de que no se encuentra en ningún otro lado. Entonces lo tomé como propio. Igual hay que hacer campaña para que los porteños –yo soy de Boedo- no nos apropiemos del bandoneón, porque llegó a todas las regiones de la Argentina y adoptó muchas músicas diferentes.

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Foto: Seba Landi

“Este instrumento pertenecía a un bandoneonista de apellido Zabaleta de la ciudad de Vedia, Provincia de Buenos Aires -recuerda Coviello-. Había quedado arrumbado en un rincón y por suerte la familia quiso que siga sonando. Una señora muy bondadosa me lo vendió en cuotas. Me llegó por una encomienda de esos tipos que andaban por los pueblos entregando paquetes. A los 16 años ya lo empecé a estudiar y desde entonces me acompaña”. Julio tiene ahora 33.

Costos instrumentales

Lamentablemente la experiencia del contacto con el fuelle tiene un alto costo, económico, en principio. Julio Coviello milita para que la mayor parte de los niños, niñas, adolescentes, mujeres, hombres, ancianos, viejecitas y –si se puede- animales, lo tengan en algún momento cerca y que puedan tocarlo, más o menos, con mayor o menor destreza y talento, explorando cualquier ritmo popular, desde el rock al tango, pasando por la cumbia, chacareras o chamamés.

-¿Cualquier persona puede acceder hoy a un bandoneón?

-El bandoneón es un instrumento que enamora y que llegó a ser muy masivo y popular dentro de Argentina y Uruguay, y hoy en día quedó casi relegado a una elite, porque el costo de comprar un fuelle es muy alto. O comprás un bandoneón antiguo -de antes de la Segunda Guerra Mundial-, o prácticamente no hay otra manera de llegar a uno.

Si una niña o un niño hoy quieren ver qué onda con un bandoneón no existen instrumentos de estudio baratos, según nos explica Julio. Básicamente hay dos alternativas: uno antiguo (hay que buscar y encontrar) o uno de lutier (hay que encargar y esperar). En ambos casos el precio es un número: de $ 35 a $ 50 mil. De todos modos, para Coviello, lo “caro” del bandoneón es relativo, si se lo compara con otros instrumentos de cuerdas o de viento de alta calidad o antiguos, que también tienen precios elevados.

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Foto: Seba Landi

En su apurada y talentosa carrera musical, formó parte de la Orquesta Típica Fernández Fierro y del Cuarteto Coviello. Actualmente integra el Trío Cañón.

“Yo conozco dos lutieres argentinos, Oscar Fischer y Baltasar Estol, -sigue en su relato Coviello-, he probado sus bandoneones y son muy buenos. Pero lo que les pasa a los fabricantes argentinos es que les comparan sus instrumentos con los antiguos, y entonces es una competencia desleal. Los viejos bandoneones tienen 80 años de ser tocados –años en los que la madera vibró- y fueron fabricados por artesanos que hacían gran cantidad, entonces llegaron a un nivel de perfeccionamiento muy grande. Fischer, por ejemplo, público en Facebook hace poco su bandoneón número 28, que es un montón, pero la fábrica (alemana) del Doble A, hizo 30 mil en todos sus años de existencia”.

Proyecto Pichuco

El bandoneonista del Trío Cañón está empecinado en difundir la ejecución del instrumento “que nació en Alemania a mediados del siglo XIX pero que aprendió a hablar en la Argentina del siglo XX”. Parte importante de su visita a Mendoza la dedicó al dictado de un taller en la UNCuyo, en el marco del Proyecto Pichuco. El músico nos contó muy entusiasmado de qué se trata esta patriada troileana:

“El acordeón se difundió en un montón de lugares y músicas. Vos encontrás acordeones en música mexicana, de los Balcanes, Italia, Francia, Alemania… y por eso ese instrumento tiene un mercado tan grande. En cambio, el bandoneón es muy propio de nuestra cultura y, como no hay demanda masiva como para incursionar en la investigación y fabricación de bandoneones, la Universidad Nacional de Lanús -en donde soy docente- está llevando adelante un proyecto para fabricar bandoneones de manera industrial, a gran escala y a costos más bajos”.

 

Más allá de las dificultades presupuestarias que han llevado a achicar las esperanzas de la masividad del proyecto, la idea, sobre la que se está avanzando, es llegar a algunas escuelas primarias con una propuesta pedagógica orientada a la enseñanza sencilla del bandoneón. “Queremos que este instrumento entre en el aula como uno más, para tocar un candombe, un tango, una cumbia, a través de unas tablaturas muy sencillas. Además, está bueno que si alguien tiene ganas de tocar un par de cositas lo haga y se anime de manera intuitiva”, sueña el profesor Coviello.

Pasó Julio por Mendoza, un viento de fuelle fresco.