Una crónica de la autogestión cultural: la Casa de Rick cruza el torrente burocrático de la municipálida de Luján.

Texto: Lucas Debandi – Fotos: Javier Vautier y Renzo Geroli

Foto: Javier Vautier

 

En algunas horas, un puñado de músicos que no llegan a los veinticinco años van a empuñar sus instrumentos, a eso de las siete de la tarde, para hacer la prueba de sonido de un toque muy esperado. Atrás de ellos, por un ventanal, el sol se va a esconder despacio sobre la ciudad de Luján, que ya se ve desde arriba por estar más cerca del pedemonte. Afuera, la gente va a empezar a llegar al lugar y van a encontrar que hay una feria de artistas locales, cerveza fría y algo para comer. En el aire se va a respirar mucha paz, en las caras se van a escapar algunas sonrisitas de satisfacción. Parece imposible pensar que este encuentro pueda perturbar a alguien. Pero se ve que incomoda, y bastante, porque la casa estuvo un mes a puertas cerradas gracias a las trabas de la Municipalidad.

La Casa de Rick es un centro cultural que queda al final de la Panamericana, donde terminan los boliches de Chacras. Es el resultado de un grupo de amigos inquietos que apostó a levantar un lugar propio porque no había donde tocar, donde compartir el arte que están produciendo tantas personas como ellos que no caben en las grandes modas nocturnas. Esa fue la primera aventura: dejar sus trabajos y dedicarse a parar la Casa de Rick sin experiencia y sin plata. La segunda aventura: conseguir la habilitación municipal. Esta fue la más difícil.

Foto: Renzo Geroli

 

Municipalidad, según Wikipedia, es la organización que se encarga de la administración local de los intereses de los ciudadanos. Y estos pibes que se pusieron al hombro su centro cultural no solamente son ciudadanos, también se empeñan para que otros ciudadanos puedan tener un espacio de pertenencia. Sin embargo, la Municipalidad no les ofrece ayuda, ni asesoramiento, ni les da las gracias: solamente les ofrece trabas y obstáculos para complicarles la existencia.

Vadear el río de la burocracia

Foto: Javier Vautier

 

La habilitación que le pide el municipio de Luján a un centro cultural es la misma que a cualquier otro comercio, como si la actividad que realizaran tuviera el mismo fin de lucro y las mismas posibilidades de ganancia que un negocio regular. La municipálida (como le dicen los amigos de la Rick) exige tramitar requisitos en seis oficinas distintas (Industria y Comercio, Obras, Inspección, Higiene y Seguridad y Diversión Nocturna). Pero ninguna de estas oficinas es Cultura. “Cultura no interviene” asegura un empleado municipal, pintando de cuerpo entero la concepción cultural que tiene la gestión.

A este recorrido de requisitos intrincados y contradictorios se embarcaron los muchachos de la Casa de Rick. Y la primera exigencia para poder abrir las puertas fue completar el trámite de Factibilidad. Esto consiste en una evaluación de los planos del lugar, para definir si es apto para la actividad. Tomaron las medidas, entregaron los planos, aprobaron las inspecciones y consiguieron la Factibilidad. Punto para los pibes. El trámite siguió su curso. Hasta que el nueve de marzo un inspector llegó y les dijo que tenían que cerrar.

Foto: Javier Vautier

 

Pero por qué no podían abrir, si habían seguido al pie de la letra los pasos legales. Porque los planos no están. Pero cómo puede ser que no estén, si ya fue aprobada la Factibilidad, que se logra justamente con esos planos. No están. Se perdieron. Nunca llegaron. O sea que por una negligencia de la Municipalidad no se puede abrir el lugar. Efectivamente. Y la Casa de Rick estuvo más de un mes sin poder trabajar.

Artistas de a pie

Foto: Renzo Geroli

 

Para contar su historia, Nico Arias, Germán Morales y Agustín Ciabuschi, -los padres de la criatura- nos esperan en su trinchera cultural. Pero no están solos. Llegan, en colectivo, (y en el 206, que pasa cada una hora), las bandas. Músicos de Spaghetti Western, de Yuls y de Rick’n’Roll se trasladan y le ponen el cuerpo a la Casa de Rick con la solidaridad como primera bandera. Son parte de una generación de artistas que entienden que la forma de poder abrirse paso en la selva social es desde lo colectivo.

“A mi me gustó cuando tocamos para un comedor, me llamó la atención compartir el momento con las chicas de la fundación”, cuenta Fran de los Spaghetti. Esa noche, después del recital, rompieron los vidrios de la Rick y se robaron los equipos. Pero al finde siguiente las bandas se volvieron a arremangar y tocaron gratis para poder comprar de otra vez lo que faltaba. El resultado fue una consola nueva y una comunidad artística más sólida y organizada. Sería lógico pensar que el Estado va a apoyar este tipo de movidas, pero no. “¿Por qué no hay gente ahí como nosotros, que le guste la cultura?”, se pregunta el Chino de los Spaghetti, de una forma tan simple que aturde. Y es difícil contestar. 

Un Estado vintage

Foto: Javier Vautier

 

El Estado llega, pero no para ayudar. Llega porque denunciaron ruidos molestos, y la municipálida responde con fajas de clausura. Preguntamos en la Municipalidad cómo se hace para acotar los sonidos de tal forma que no molesten. Y nos mandan a ver la ordenanza “Ruidos Molestos”, N° 12/78. Y tiene ese número porque es del año 1978, es una norma de la dictadura. Además del tono represivo acorde a la época, está labrada por el “Director de Asuntos Municipales de la Provincia” porque los concejos estaban proscriptos, según nos cuenta con naturalidad la empleada del HCD de Luján de Cuyo. Y no solamente prohíbe el sonido emitido en “la vía pública, salas de espectáculos, centros de reunión o casas religiosas” sino que también se pone desopilante y habilita la represión contra vehículos con altoparlantes, reparación de motores, y hasta el pregón de los vendedores ambulantes. Es el amparo legal para un toque de queda permanente… en 2017.

Foto: Javier Vautier

 

Algo en el aire de la Municipalidad de Luján le hace a uno sentir que el tiempo no ha pasado por allí. Quizás sea por las ordenanzas vigentes desde la dictadura, tal vez por el logo del Mundial ´78 que está grabado en la entrada, o probablemente por esa clase política de saco y corbata que la habita desde que volvió la democracia. Pero la cosa es que parece estar muy lejos de las necesidades de la sociedad de este siglo. “El Estado nos obliga a nosotros a hacer cosas en condiciones deplorables”, dice el Nico Arias, cuando intenta explicar por qué tantos se cansan de los enredos burocráticos y eligen el camino de la clandestinidad.

Construir cultura por fuera

Foto: Javier Vautier

 

Juan sostiene, junto con un grupo de personas -y desde hace cinco años- un centro cultural clandestino. Cuenta su experiencia: “La perspectiva de desarrollar proyectos culturales habilitados se ha ido perdiendo, y se ha pasado al ámbito doméstico. Movidas en casas particulares, por fuera de la legalidad”. Y es que las organizaciones que sostienen la cultura existen más allá de los permisos que se les ocurra dar a un gobierno. Si no se habilitan, se transforman en contracultura y crecen al margen del resto de la sociedad, en condiciones menos humanas que los demás espacios. Los que se organizan por fuera también han hecho su experiencia: “Tratamos de ser sensibles al entorno, acordar con la gente del barrio. Nosotros siempre hacemos los toques temprano para no joder y ellos nos dan la pasada”, ilustra Juan.  

Lo que molesta no es el ruido

Foto: Renzo Geroli

 

El martes a las nueve de la mañana, en el cruce de la avenida San Martín y Rivadavia, en pleno centro de Luján, la gente va a estar haciendo cola para el cajero. Van a intentar conversar, pero no van a poder: el ruido los va a aturdir. Es que están haciendo arreglos en la calle y se trabaja con un taladro que estremece a cualquiera que pase cerca. Sin embargo, a nadie se le puede ocurrir que allí se aplique la ordenanza de Ruidos Molestos. A los pibes de la Rick les piden tres sanitarios pero cuando querés ir al baño en el banco Nación de la calle Necochea del centro te dicen que no están habilitados. Pareciera que las leyes se aplican según la cara del que las incumple.

Foto: Renzo Geroli

 

Porque lo que molesta no es la contaminación ambiental. Lo que les hace ruido no es el sonido, son molestias que no se miden con ningún decibelímetro. Lo que jode es el mensaje, es la juventud, es lo distinto. “No es solamente por ruidos molestos, hay una cosa más conservadora de querer cortar las ideas que acá se cocinan”, sintetiza Juan.

Por suerte a pesar de eso hay gente que sigue empujando para que haya alternativas para todos, mal que les pese a esos que no se dieron cuenta de que la dictadura terminó hace cuarenta años. Por suerte hoy vuelve la Casa de Rick.

 


 

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