Hoy: Sancho y Bakunina o el síndrome del nido vacío (A Andrés C.)

Por Manuel García
Fotos: Ser Shanti

“Bueno, la risa alocada del hombre del borde, hey, ho refunfuña el Talbot,  el viento sopló y les dejó menear, nunca me pusieron en su bolsa, los mares llegarán y siempre se filtrarán. Tan alto vas a ir, tan lento vas a arrastrarte. El viento sopla en un calor tropical, y los zánganos en muchedumbre de asientos musgosos. La chirriante puerta siempre va a chirriar. Dos arriba, dos abajo, nunca nos limitaremos. Por favor, dejanos acá, y cerrá nuestros ojos hasta el viaje del pulpo.”

Syd Barrett

Si la tradición judeocristiana afirma que un Ser Superior creó a la mujer y al hombre y los instaló dentro de un régimen social dicotómico y jerarquizado, para de ese modo preservar la especie y paradójicamente devastar el plantea dentro de los límites de la estructura de la heteronormatividad, no veo para nada delirante que también haya creado a la perra y al perro. Ahora bien, hace días le comenté a Clara que creía necesario buscar una novia para Sancho, por lo tanto ingresé a la aplicación de citas Casual Dogs, que es como Tinder pero para perros, y allí di con Bakunina, una hermosa Rottweiler como posible candidata. Si el objeto sexual, la zona erógena de contacto y la finalidad reproductiva son los tres elementos que entran en juego en el comportamiento instintivo animal al momento de copular, ¿la finalidad de nuestra querida bestia domesticada será la reproducción de su especie?, le pregunté a Clara. Hacé como quieras, me respondió, pero estás actuando como un gorila heteronormado. El instinto le va a conferir un conocimiento natural sobre qué hacer, cómo, cuándo y con quién, le respondí a Clara, y adicioné que la idea no me parecía tan avasalladora. Por eso ayer le dije a Sancho que íbamos a dar un paseo en auto, y nos fuimos. ¿Adónde me llevás?, me preguntó. A la casa de tu futura novia, le respondí rápidamente. Cuando nos detuvimos en un semáforo el canino me expuso que consideraba altamente factible la idea de relacionarse con un ser de su especie, y agregó que si con mi mal carácter, con mi ridícula hipocondría constante, con todas mis obsesiones y con mis ataques de rabia recursiva había logrado convivir con una mujer y que la misma me tolerase cotidianamente, no veía para nada inaudito que él lo pudiera lograr. Ok, le respondí, no sé si abrazarte o tirarte del auto. En ese momento no quería en absoluto arruinar sus aspiraciones románticas de juventud, producto de largas lecturas literarias decimonónicas. El amor es ilógico, le dije mirándolo por el espejo retrovisor, es solo cuestión de suerte, y a pesar de lo que se diga a través de distintos discursos no lo conquista todo, ni siquiera suele durar más que un contrato de alquiler, por eso, agregué, debés aprovechar al máximo todo el amor que puedas dar o recibir, porque no depende de tu idealismo perruno ni mucho menos. La suerte es altamente significativa, adicioné, más de lo que a veces te gusta admitir ya que nuestras existencias son pura suerte. ¿Has pensado en el inconmensurable océano de probabilidades en el que un espermatozoide de entre millones se unió al óvulo que nos permitió que en este momento estemos hablando?, le pregunté retóricamente en la recta final del camino. Como era de esperar, Sancho no contestó. Mientras nos bajábamos del auto añadí que con paso del tiempo se va a dar cuenta que las dos frases más importantes son: “te amo” y “es benigno”. ¿Y eso qué tiene qué ver?, me preguntó en la puerta de la casa. Ahora vas por la primera frase, le respondí. ¿Y la otra?, inquirió velozmente. Ah, la otra locución, le dije terminando un cigarrillo, es la que espera todo el mundo al momento que una persona vestida de blanco y con un estetoscopio al cuello se acerca para informar un diagnóstico. Una señora mayor nos atendió afectuosamente y nos invitó a pasar. Me expresó que Bakunina estaba en el patio, e inmediatamente me indicó que Sancho fuera allí también. La mujer me explicó la idea de quedarse con uno o dos crías de la cruza por temor al nido vacío. Le pregunté por qué había elegido ese nombre para su mascota, y me respondió que justamente ese era el nombre que quería ponerle su padre, un panadero anarquista, pero que dadas las leyes de la época se tuvo que conformar con el de María Luisa. Ah, respondí. ¿Sabía usted que el Sindicato de Panaderos nombró muchos productos panificados tal y como los conocemos a la fecha? Sí, algo sabía, le contesté. Sacramentos, bolas de fraile, suspiros de monja, facturas, bombas, cañoncitos, vigilantes y libritos son adquiridos en las panaderías sin saber en muchos casos por qué son designados de ese modo, me dijo María Luisa al momento que me ofrecía café. Luego expresó que me fuera tranquilo, que a la mañana siguiente podía pasar a buscar a mi cachorro, y de esa manera me marché. De regreso a casa pensé en los distintos estudios que indican que el sentimiento de pérdida profunda que experimentan los padres o tutores en el síndrome del nido vacío se vuelca muchas veces en depresiones y/o adicciones. Hoy por la mañana, mientras fumo y bebo café en el patio espero que se haga la hora para el retorno de Sancho. Al rato enciendo la TV y miro un programa de compras por teléfono, en el que se exhibe un sartén de cobre y acero inoxidable, antiadherente y resistente a todo tipo de daños, e imagino las comidas ricas y saludables que podría preparar, tal como lo hace en la pantalla Tony Notaro, un chef internacionalmente reconocido. Luego apago el aparato y tomo de la mesita ratona un ensayo impecable de Dardo Plaza titulado “El rey de los Tártaros”, en el cual el autor sostiene que el concepto de la teoría del derrame económico de la escuela neoclásica fue acuñado por primera vez por el humorista y actor norteamericano Will Rogers en la década del treinta, y que por lo tanto darle un status científico a dicha noción es propio de ciudadanos mononeuronales que creen en la lluvia de inversiones extranjeras como en Papá Noel. Miro en derredor el nido vacío. Miro con parsimonia mi reloj, y el tiempo no pasa.

 

+ Sancho y todo lo demás