Hoy: Sancho y el extraño orden de las cosas

Por Manuel García | Foto: Ser Shanti

 

“El sol brilla en la habitación cuando tocás, y la lluvia siempre comienza cuando te vas.”

The Vaselines

 

Hoy por la tarde Sancho se encuentra un tanto ensimismado, haciéndose preguntas monótonas, poco precisas y sin respuesta inmediata. Estoy frente a una de sus cíclicas crisis existenciales, siempre en concordancia con la caída del sol. ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿De qué sirve la vida si vamos a morir? ¿Existe la vida luego de la muerte? En fin, indagaciones que hace el canino al momento que fumo un cigarrillo en el patio y pienso en que la muerte es el acto más democrático al que podemos asistir. Lo miro, sonrío levemente y le doy la respuesta de siempre: todos los perros van al cielo. Luego voy a la biblioteca, extraigo un maravilloso libro acerca de la Escuela Veneciana pictórica y comienzo a hojearlo delante de él. Sancho permanece inalterablemente abstraído. Vení che, vamos a pasear, vamos a perdernos por los caminos aún no transitados, le ordeno mansamente, vos estás algo depresivo y yo ando ávido de nuevos acontecimientos. Está bien, dice el perro agachando su cabezota para que coloque su collar, y salimos. ¿Por qué vamos por otro camino?, pregunta a muy bajo volumen. Porque todos los caminos conducen a Roma, como la ruta de la seda o como la ruta de la peste negra; porque todas las conexiones son fatales y fabulosas al mismo tiempo, y porque para cambiar no hay que detenerse, le respondo inmediatamente. Ah, expresa con un débil hilo de voz que se pierde en el aire. A los pocos minutos nos sentamos bajo la copa de un árbol que no conocemos y le digo que no voy a repetir como un tonto todas esas frases prefabricadas que irradian los negociantes de la sonrisa. ¿Los negociantes de la sonrisa?, pregunta un poco más enérgico. Claro, le respondo, esas personas que difunden tendencias, prácticas y creencias de la cienciología, la risoterapia, el coaching empresarial o los libros de autoayuda. Todas estas pseudoteorías les dicen a todos sus seguidores que son especiales, de lo que se deduce que vivimos en un planeta plagado de gente especial, y eso no es así, porque todas esas premisas lo único que hacen es darle origen al linaje del narcisista contemporáneo, ese que se cree capaz de ver más allá y de portar un poder supremo, cuando no es ni más ni menos que un síntoma del individualismo que en última instancia se limita a no cuestionar el mundo exterior, y que lo convierte en un buen consumidor de bienes y servicios, apolítico, insolidario y fácilmente controlable. No entiendo, dice Sancho cabizbajo. Habitamos un mundo de circunstancias, y ni vos ni yo tenemos la receta mágica para ser felices, le digo buscando el encendedor en mi bolsillo, pero la banalidad disfrazada de revelación trascendente no creo que sea el camino. Somos apenas un destello en nuestro paso por la vida, y si no me equivoco, si realmente somos eso, no creo que debamos malgastar el tiempo en aislarnos mientras esperamos que el Universo nos cumpla un deseo. Pero no me vendría nada mal un libro de Louise Hay, enuncia Sancho, he visto dos ejemplares en la biblioteca. No es autoayuda lo que necesitás, sino ayuda, porque solos no somos nada, por eso en este momento no me voy a mostrar ante tus ojos como un ser positivo y optimista hasta la náusea para que levantes tu ánimo bajo este sol poniente y que todo vuelva a ser como ayer, porque los parches son solamente anestesias que sirven a corto plazo. De lo que se trata es de cuestionar nuestras formas de pensar aprendiendo de las crisis con humildad y valentía a la vez, entendiendo que ni lo bueno ni lo malo duran para siempre, y que el extraño orden de las cosas que percibimos en el presente no es permanente, puede cambiar para bien o para mal. Debemos reír porque el acto en sí es bello e irreverente, porque verdaderamente lo sentimos y nos hace bien, no porque un puñado de facinerosos de la industria de la alegría con la amable cara de la codicia quiera atraernos a su nueva religión y transformarnos en sujetos de nuestra propia explotación, en una mercancía aprovechable, en la obligación de rendir más y mejor dentro de la falsa cultura del emprendedorismo. Deberíamos escribir todo esto que estamos charlando, me dice Sancho un poco desorientado en nuestro camino de regreso a casa. Lo he pensado, le respondo luego de una seca y auténtica carcajada, solamente necesitamos dos o tres editores lo suficientemente locos como para publicarlas. Sancho comienza a sonreír y me revela que su estado de ánimo va mejorando. Siempre conviene no celebrar antes de tiempo, le digo al momento que vamos entrando a casa y al mismo tiempo sostengo en mi mente la firme decisión de proyectar por enésima la película Todos Los Perros Van Al Cielo, estrenada en 1989 y que obtuvo poco éxito de taquilla ya que le tocó competir con La Sirenita, producida por la empresa cinematográfica fundada en 1923 por Walter Elias Disney, base de nuestra temprana educación no formal y monolito cultural que domina las salas de cine de todo el mundo mostrándonos las ajadas y repetitivas caminatas del circuito del héroe. Pero nada de eso sucede, porque cuando llegamos a casa, Max se encuentra en el suelo observando sorprendido el libro de arte pictórico de Venecia con obras del apogeo del siglo XVI que hace unos instantes intenté mostrarle a Sancho para elevar su estado de ánimo, y de esa manera ambos se introducen en un juego infantil tan admirable y espontáneo como la risa misma, mientras le pido a Clara que me ayude a preparar falafel para la cena y no desistir en el intento de darle un nuevo extraño orden a las cosas, dentro de ese interregno de tiempo en el que la luna ocupa el lugar del sol en lo alto.

 

+Sancho y todo lo demás