Hoy: Sancho, ¿encontrarán nuestros héroes al amigo misteriosamente desaparecido en África?

Por Manuel García | Foto: Ser Shanti

 

“Los niños son inocentes. Los adolescentes están jodidos de la cabeza. Los adultos están más jodidos aún. Y los ancianos son como niños.  Quizás exista otra raza que venga a hacerse cargo de nosotros. Quizás puedan los marcianos hacerlo mejor de lo que nosotros lo hicimos. Seremos buenas mascotas.”

Porno For Pyros

 

Este viernes llego rápido a casa con toda la intención de volver a salir. Sancho se encuentra en un rincón y parece disgustado conmigo, ya que apenas cruzamos algunas miradas y no nos dirigimos la palabra. El agua corre en la ducha. Llamo a Clara y le pregunto a qué hora va a regresar. Me responde que dentro de unas dos horas, que vaya tranquilo a la cena, y luego me señala que durante toda la siesta dejé el televisor encendido. Ah, le respondo, a veces dejo alguna película para que Sancho no se sienta solo y se entretenga. Desde otro punto geográfico no muy lejano Clara me responde que Sancho va a ser el encargado de pagar la próxima factura de luz. Luego del baño le digo al canino que nos vamos. ¿Adónde?, me pregunta. A cenar a casa de unos amigos. El perro bufa y luego sube al asiento trasero refunfuñando. ¿Qué te pareció la película que dejé hoy por la siesta?, le pregunto entusiasmado. La dejaste sin subtítulos, me responde con saña. ¿Y cuál es el problema?, le digo. El problema es que no hablo italiano, me contesta. Bah, francés, italiano, portugués y español son todas lenguas romances, tienen la misma raíz, no es tan difícil entender, le digo mientras el auto hace marcha atrás y partimos. ¿Dónde vamos?, vuelve a preguntar insidioso. Ya te dije, respondo. ¿Qué hay de esa frase que siempre repetís en la que jamás pertenecerías a un club que acepte gente como vos?, escudriña echándose cómodamente en el asiento trasero. También te he dicho que estos son mis principios y si no te gustan puedo cambiarlos, le replico trayendo por segunda vez a la charla al actor norteamericano del bigote pintado. Enciendo un cigarrillo y le digo que en el sentido de pertenencia las personas tienden a la satisfacción de sentirse parte integrante de un grupo, donde todos los constituyentes son considerados como pares. ¿Y qué probabilidades hay de que ese grupo al cual pertenecés sea el apropiado? Hay eventos que escapan a las leyes de la probabilidad porque de manera aleatoria ocurren sucesos que son denominados como buenos o malos, por eso el factor suerte creo que es el más importante. Suerte, enuncia el canino intentando escaparse de una bocanada de humo. Sí, suerte, le digo, eso de estar en el momento indicado con las personas indicadas. ¿Y cuáles son los momentos y las personas indicadas? No lo sé con exactitud, por eso hablo de ese ente metafísico, de ese encadenamiento fortuito o casual de sucesos que puede tener un resultado positivo o negativo. No entiendo, me manifiesta bostezando. Detengo el auto ante un semáforo y pienso en el clinamen, en esa lluvia infinita de átomos y en la desviación de uno de ellos, que nos permite alejarnos del pensamiento de la regresión a las cadenas causales que finalmente llegan a un dios ordenador como primer principio inmóvil. Pero en lugar de utilizar mi delirante comparación de la teoría física de Epicuro con el factor suerte dentro de los clubes a los cuales pertenezco, utilizo otra imagen, y le sugiero a Sancho que imagine el lanzamiento de infinitas monedas de manera horizontal, y que dentro de ese sinfín de metales proyectados, vislumbre la aparición de una llave. Eso es la suerte, le comento, la grandiosa posibilidad de abrir o cerrar distintas puertas con una llave en medio de millones de monedas. Bueno, los grupos a los cuales pertenecemos a lo largo de nuestras vidas son como esas llaves, como esa larga despedida de lo que en algún momento fue un paisaje novedoso, por eso las personas van cambiando de clubes, un poco para dejar de padecer la pesadilla del abandono. Alejándose por completo de la problemática en el idioma y los subtítulos, Sancho me comenta que la película de Ettore Scola, ¿Riusciaranno i nostri eroi a ritrovare l’amico misteriosamente scomparso in Africa?, le pareció la mejor comedia jamás filmada, y que deja entrever los días tristes y lánguidos de la culpa colonialista y el hartazgo burgués durante un poco más de dos horas de visionado. Los grupos están colmados de subjetividades, son como esa densa bocanada de humo en la que un bolero sofisticado no puede llegar a ser un tango, enuncio, y ambos nos quedamos unos segundos en silencio oyendo el ruido del motor. El perro observa por la ventanilla izquierda y me dice que ese barrio por el que vamos transitando guarda la estética de las narraciones de Raymond Carver. ¿Y qué te hace pensar eso?, le pregunto lleno de incógnita. No sé, debe ser que dentro de esa apariencia monótona y tranquila en la atmósfera deben chocar varios planetas a la vez durante gran parte del tiempo. Es posible, le digo. Luego de unos cinco minutos o lo que dura un cigarrillo, estaciono frente a la casa de mis amigos y pienso en si serán capaces nuestros héroes de encontrar al amigo misteriosamente desaparecido en África. Más tarde, cuando regresemos a casa, voy a encender el aparato de TV a muy bajo volumen para mostrarle a Sancho un programa casi perenne dentro de la constante disputa en el mercado religioso de los medios de comunicación, donde los telepredicadores les dicen a los telespectadores que paren de sufrir, indicándoles que ese es el club adecuado para llegar al reino de los cielos. En fin, simples y básicas estrategias de marketing donde estas teologías de la prosperidad, la curación y la liberación ofrecen un discurso de gratificación instantánea por parte de los mercachifles del diezmo, que están más ocupados en contar monedas que en encontrar llaves. Pero para eso faltan algunas horas, mientras tanto vamos a convivir dentro de este club de amigos, en esencia no muy distinto a otros clubes como la familia, la escuela, las religiones, los partidos políticos o las naciones, con la certeza suficiente de haber encontrado una llave.

+Sancho y todo lo demás