Morirse el mismo día del golpe de Estado en Bolivia fue el último gesto político de Ramón Ábalo, militante mendocino imprescindible por los derechos humanos e impulsor clave del juicio y castigo a los genocidas. Adiós Negro, nos veremos allá abajo con los marginales, siguiendo el recodo de la Media Luna y de tu Calle Larga.

Por Negro Nasif

Foto: Coco Yañez

La necrológica diría que Ramón Ábalo nació el 25 de junio de 1928, que comenzó sus primeras letras siendo secretario de Américo Cali y que trabajó en los diarios La Libertad, El Tiempo de Cuyo y La Tarde.

Ábalo –seguiría la reseña post mortem- editó la revista Voces en el año 1957 y escribió tres libros: el imprescindible documento El Terrorismo de Estado en Mendoza, el testimonio Mendoza Montonera –junto a Hugo De Marinis- y Cuentos de la Media Luna y la Calle Larga.

Foto: Coco Yañez

Tal vez se agregaría en el suelto fúnebre que el periodista, escritor y defensor incansable de los derechos humanos, fue sindicalista y dirigente insoslayable de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre desde 1997 hasta su último día, además de director del periódico La Brecha (1998-2001) y del portal digital La Quinta Pata que se publica desde 2008, donde este domingo su compañero De Marinis escribió: “A mí nunca se me va a morir el Negro Ábalo, pese a que llegó este instante luctuoso de la vida, siempre a destiempo, y nos dejó a todos descuajeringados, doloridos y rabiosos”.

Pero el Negro se hubiese cagado en su necrológica achicando los ojos como puñaladas en tarro, riendo persistentemente pero sin estruendo, como fue el fuego de su vida. ¿Venir a morir el 10 de noviembre, Negro, te parece, el mismo día que los yanquis y oligarcas bolivianos golpearon a Evo?, vos que cruzaste todos los golpes de Estado del siglo XX en la Argentina. Claro que te parece, si fue tu último gesto político para advertir que no hay que dormirse ni pa’morir, porque la derecha no lo hace nunca, porque “no se puede confiar en el imperialismo pero ni tantito así”, como nos enseñaste con el Che.

Foto: Coco Yañez

“Este nuevo fascismo ha encontrado sus mejores aliados en el interior de cada país, de cada región a los que intenta subyugar”, escribió el Negro -a propósito de la última dictadura argentina- en El Terrorismo de Estado en Mendoza (1997), el libro más leído y comentado en nuestra provincia, reeditado dos veces, guía esencial para comprender la continentalidad del genocidio y la actualidad insistente del águila para imponer a sangre y fuego la miseria planificada de la revancha neoliberal. Desde el primer capítulo, Descenso al infierno, Ramón denunció al imperialismo fascista, a las oligarquías latinoamericanas y a la burguesía cipaya, como si lo hubiese escrito ayer mismo mirando a Bolivia, el país en el cual se exilió en 1976.

“La Media Luna, semejanza que devenía del trazo curvo del canal en ese tramo era una porción bien folclórica en la constelación mendocina que respondía a leyendas de facones bien afilados, pendencieros de fuste, casonas oblicuas con almas en penumbras, troperos que llegaban y traían distancias de llanuras, montes y montañas, que recalaban en fogones encendidos para mitigar el hambre y la sed, acompañando a las guitarras que se henchían en las coplas del amor. Así era la Calle Larga, vértebra de ese barrio sudoroso. Así era la Calle Larga cuando aún le quedaban viñedos allá abajo y los carros la trajinaban con ubérrimos racimos, sandías y melones de Lavalle. No perdió su sabor a suburbio ni siquiera cuando el pavimento comenzó a cubrirla”, escribió Ramón Ábalo en Cuentos de la Media Luna y la Calle Larga (2015).

Foto: Cristian Martínez

Allá en Guaymallén, “donde el mundo es chiquitito, pero alcanza…”, debe andar el Negro, siempre en el bajo, de curdas con el Armando, el Oscar Mathus y el Tordo Nieto, con su cigarrito en la mano entre el tomo y obligo y su insistencia libertaria.

Adiós Negro, nos vemos en la calle.

 

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