Por Julio Semmoloni

Sería bueno escribir aquí sin urgencias ni plazos. Pero no se puede porque este mientras tanto envilece a diario. Haría falta imaginar situaciones ideales no vividas para escapar por un momento del agobio que emplaza y sujeta. Pero tampoco hay tiempo para distraerse con recuerdos cercanos de intenciones y voluntades efímeras. Escurrió así tan de repente el breve mejor presente histórico del país huidizo de su pasado, que siempre parece malograr el futuro. Resultó único, ¿irrepetible? Por eso el desafío de recuperarlo cuanto antes angustia tanto.

La historia oficial contó a los argentinos acerca de un pasado emancipador y civilizatorio glorioso. Aunque nunca fue tal, el panegírico trasmitido desde la Casa Rosada solo fue revisado en parte por la presidenta Cristina Fernández. Durante el primer gobierno de Perón, tras la nacionalización ferroviaria, los principales ramales recibieron los nombres de los próceres elegidos por la historia oficial: se ponderó a Urquiza y se soslayó a Rosas, en tanto que los dos ferrocarriles mejor atendidos fueron el Mitre y el Roca, mientras el más postergado resultaría el Belgrano.

La Argentina jamás albergó en sus calles el prolongado y multitudinario júbilo popular de los días en que fue celebrado el Bicentenario de la conformación del primer gobierno patrio. Las imágenes de la avenida 9 de Julio colmada de millones de entusiastas haciendo un pogo patriótico durante la actuación de artistas afamados, deberían ser imborrables en la retina iconográfica nacional. Tuvieron una dimensión superior a esos espontáneos y desordenados festejos por el campeonato mundial de fútbol. El remate con el espectáculo imponente y maravilloso a cargo de Fuerza Bruta puso de relieve la excelencia de toda la celebración, oportuna para resaltar el apogeo popular.

No fue el Bicentenario la única (ni la principal) causa de tamaña aclamación. Fue la ocasión, el contexto, el clima de época. Por primera vez todo encajaba en su lugar. La hegemonía populista rumbo a la transformación soberana: alegría, vivacidad, conciencia, dignidad, orgullo de una identidad hermanada desde abajo y desde el fondo de los tiempos hasta las alturas de un proyecto inclusivo, democrático, posible. La Argentina verdaderamente estaba de fiesta.

Acaso sería bueno entretenerse a considerar que nada (¡nada!) de aquella apoteosis dejó vestigios perdurables en este tiempo electoral. El cambio de Cambiemos borró del mapa cualquier evidencia. La oferta clasemediera de 1País impone un olvido cauteloso. Unidad Ciudadana ni siquiera la menciona en campaña. Fue durante el gobierno hacedor cuando languidecieron las jornadas clamorosas, como ahogadas por el asombro de su propio clamor.

Inexplicablemente aquel frenesí albiceleste no fue incorporado al patrimonio político y cultural como, por ejemplo, en lo deportivo ocurre con la repetición hasta el infinito de las imágenes del segundo gol de Diego a los ingleses en el estadio Azteca. La apilada de monumentales cuadros alegóricos creados por Fuerza Bruta transmitió una concepción coherente, revisionista y memoriosa de la historia nacional. Ameritaba en cada aniversario patrio (25 de mayo, 9 de Julio, 20 de noviembre) reproducir esas conmovedoras imágenes identitarias.

No se trataba de una estática foto envejecida, parecía una película dinámica que recreaba esclareciendo la realidad en cuanto consecuencia del rescatado ayer y la proyección de sueños libertarios. Pero todo se esfumó de la noche a la mañana. Poco después murió Néstor, su alter ego impar, y Cristina cedió impulso simbólico en aras de otro tipo de relato, tal vez de menor fulgor. Ella había bancado sola, contra el escepticismo oficial mayoritario, la propuesta de imaginar al pueblo alegre y unido en la calle celebrando el cumpleaños de la Patria de todas y todos. El golpe de la fulminante pérdida cortó sus alas.

No está mal para los pueblos darse manija fortaleciendo la autoestima, en la medida que no genere xenofobia ni una exacerbada división interna. Por el contrario, es saludable y prometedor. Tampoco tolerarían semejante audacia. Y el kirchnerismo acumuló otra razón para ser combatido con odio, desprecio, infamia. Había recuperado los juicios al terrorismo de Estado, incluía a los más vulnerables en su empeñosa acción política y pretendía que el pueblo viviera la realidad con espacio para la alegría colectiva. Demasiado revulsivo a la vez.

Sería bueno, pero no se puede… demorarse sin tiempo ni premura coyuntural, exaltando aquellas jornadas que dejaron picando el comienzo de una mística consustanciada con la integración regional y la auténtica emancipación. Casi todos los presidentes sudamericanos acompañando a Cristina en una tranquila caminata por avenida Diagonal Norte hasta el palco central, rodeados, sin la custodia hostil, por un pueblo bullanguero y hospitalario. Sería bueno, pero no se puede volver a soñar en retrospectiva, cuando el vano debate de la hora pasa por discernir entre una nimia victoria distrital de Cristina o el aplastante voto gregario por alternativas de la regresión a la libertad vigilada.

Ahora se impone la adusta mesura pragmática, aleccionada por el desolado paisaje urbano, un aspecto social provocado para minar aquellos entusiasmos y a la vez condenar la ya enervada intención de recordarlos. No se puede bajar la guardia ciudadana ante el envilecimiento de garantías constitucionales hasta hace menos de dos años aseguradas por la consagración de los hechos. Sería bueno escribir aquí sin plazos ni urgencias. Pero no se puede, salvo que ya no importe asimilarse al periodismo vocero del poder real y formal.