Por Brenda Sánchez*

Para una literatura infantil que no caiga sobre los niños como un peso externo o como una tarea aburrida, sino que salga de ellos, viva con ellos, para ayudarlos a crecer y a vivir más arriba, tendríamos que conseguir relacionar íntimamente estos tres sustantivos: imaginación-juego-libro.

Gianni Rodari, “La imaginación en la literatura infantil”

Foto: Coco Yañez

Los padres suelen ser los primeros adultos mediadores de la lectura con los niños. Son los que les hacen experimentar la palabra como fuente de placer a través de canciones, cuentos, relatos familiares o historias del barrio/comunidad. También, a través de los libros, al leerlos o al ofrecerlos, cuando ya los niños leen por sí mismos.

La “importancia de la lectura” tiene consenso generalizado en los medios de comunicación y en las reuniones de padres. Las ferias del libro están abarrotadas de público ávido de consumo. La lectura tiene campañas gubernamentales de promoción, como si fuera un champú. O, aun peor, maratones, en las que aparentemente hay que leer muy rápido, porque cuanto más, mejor.

Ninguna de estas propuestas abre un espacio de reflexión para que los adultos nos hagamos las preguntas fundamentales: ¿para qué sirve la lectura?; ¿es posible transmitir la pasión?; ¿cómo facilitar el encuentro entre los niños y ese libro que puede generar una transformación interior?; ¿cómo ayudar a desarrollar cada experiencia de lectura de los chicos sin imponer nuestra propia interpretación?; ¿cómo explorar e incentivar la incertidumbre y el enigma cuando la figura tradicional del adulto es la del poseedor de las certezas?

No pretendo dar respuestas, sino poner el agua para el mate y abrir la ronda.

Soy mi Alicia

El mejor lugar del adulto no es el del que obliga a leer, sino el del que ofrece un espacio de libertad para que la lectura resulte una experiencia vital. La antropóloga M. Petit sostiene que la lectura crea un espacio psíquico, “que puede ser el sitio mismo de la elaboración o reconquista de una posición de sujeto”.

La lectura implica invención, fantasía y juego. Se desarrolla en lo que D. H. Winnicot llama la zona transicional, que se encuentra entre lo subjetivo y lo objetivo. En el niño, hay un desarrollo que va de los fenómenos transicionales (del cuerpo a los objetos) al juego, de este al juego compartido, y de este a las experiencias culturales.

Así, la tercera zona es un territorio lúdico, donde el niño “juega con todo aquello que puede introducir en él” (Alfaro López, H. “Comprender y vivir la lectura”). En ese juego se desencadenan las fuerzas de la creatividad, la invención y la fantasía. Allí se desarrolla la experiencia cultural y el juego creador.  De esta manera, se procesa la cultura recibida, pero además se crea cultura. Es nuestro propio y singular País de las Maravillas, donde todas las combinaciones son posibles.

Por eso, Gianni Rodari afirma que la fantasía es un instrumento para conocer la realidad, porque la lectura  (sobre todo la lectura literaria) tiene lugar en ese espacio psíquico donde creamos, inventamos, transformamos, jugamos y gozamos.

El niñx lector (literario)

Foto: Coco Yañez

¿Pero qué buscan y qué encuentran los niños en la literatura?

Quizás lo mismo que nosotros, los adultos: satisfacer una carencia. En el universo ficcional, los lectores encontramos palabras para nombrar nuestros miedos, deseos y fantasías. La literatura nos permite entrever algo de nosotros mismos, de nuestro propio imaginario. Nos da la posibilidad de reconocernos como sujetos y, en ese camino, tener una mirada más humana sobre  los demás.

Los niñxs se identifican fuertemente con los personajes en una especie de proyección de sí mismos a través del juego que propone la lectura. Experimentan la ficción como cumplimiento de sus deseos, lo que les provoca  placer. Por otra parte, la lectura funciona como dispositivo simbólico que les ayuda a entender el mundo y a pensar otros mundos  posibles. En definitiva, ayuda a ser libres.

En estas épocas no hay una sola forma de ser niñx. Ante tantos derechos vulnerados, la lectura puede ser, para los niñxs, un medio para ampliar la mirada, para desestabilizar las certezas, para pensar que el mundo es más vasto, complejo, caótico, heterogéneo y múltiple que lo que les quieren hacer creer en la escuela, en la casa, en la televisión. Porque, como dice Alicia, “La imaginación es la única arma en la guerra contra la realidad”. Es la que les permitirá inventar nuevas formas de resistencia, de lucha, de construcción, de humanidad.

*Especialista en Literatura infantil y juvenil