Por Julio Semmoloni

El título remite a la más exquisita alegoría fílmica que se haya realizado sobre nuestro país. Y continúa entre paréntesis con una alerta para incautos, audaces y presuntuosos. La película se estrenó justo en 2005, año puente primordial del kirchnerismo, cuando definió la estrategia para desendeudar y sacar de la cesación de pagos al país entrampado, sin descuidar lazos de reciprocidad regional previniendo el embate imperial.

Valentía y escepticismo, a simple vista, parecen actitudes opuestas. Pero, lejos de serlas, en política se complementan muy bien. Hoy la progresividad en su sentido más amplio está en riesgo en la Argentina (y en el mundo nuestro). El clima de época requiere el coraje de no perder (claudicar) el rumbo ideológico sostenido hasta 2015. La derrota se vuelve más dura cuando el lapso para el desquite se estira en demasía. La recuperación por ahora parece lejana, como despegada de las propias aptitudes.

Tampoco augura buenos resultados las reacciones espasmódicas, repentistas. No es cuestión de “ponerse las pilas” advirtiendo en vocinglería fervorosa que “vamos a volver”. No estaba en los cálculos simplistas de ningún argentino progresista que la derecha ganaría por derecha (en elecciones legítimas) al populismo gobernante. Cuesta asimilar el mazazo impensable durante doce años de avance y afianzamiento populista. El escéptico insiste con el viejo consejo: desensillar hasta que aclare.

La valentía está en la convicción: preservarse a ultranza. El escepticismo está en la prudencia: avizorar la oportunidad. El tiempo apremia porque es un año electoral de medio término, preanuncio de cómo transcurrirá el cumplimiento de mandato. Pero el país rezuma turbulencia, camina vertiginoso. La troika ensambla poder formal y real, lanzada contra todo vestigio de kirchnerismo. Hegemonía mediática, partido judicial y Gobierno -cebados de impunidad- perpetran una acción conjunta de merodeo político incesante, neutralizando los posibles rivales de la ocupación institucional que ejercen a voluntad.

245.466 despidos y suspensiones en 14 meses, apenas recibieron un amago de primer paro general por parte del movimiento trabajador organizado más combativo de América, con fecha incierta no anterior a 45 días. Anestesiada por negociaciones de complicidad espuria o intimidada por el abusivo manejo oficialista de la superestructura, la variopinta oposición no puede frenar ni plantar bandera frente al descarado atropello. Quieren embestir y empujar al pueblo leal y al veleidoso hacia la raya de lo intolerable utilizando con fórceps la legalidad del sistema hecho a su medida.

La película de Damián Szifron, un pibe de treinta años entonces, no pudo ser apreciada en su valioso sentido simbólico de lo nacional, cuando se estrenó. Está más vigente que nunca. El autor seguramente no imaginó realizar esta proeza artística en el contexto de un cine local habitualmente mediocre. Es un film argentino perfecto (por divertido, conmovedor, paradigmático). Acción, suspenso y humor negro condensados en una creativa armonía alegórica que invita a ser repasada constantemente.

En esa Argentina de risa y espanto, que muestra la tenebrosa y desopilante trama, debió desenvolverse el kirchnerismo, batiéndose contra viento y marea con el ardor y las buenas intenciones de los personajes que encarnan Diego Peretti y Luis Luque. El sucesivo y muy festejado intercambio de roles entre ambos, también refleja la intensa y transformadora tarea política del gobierno anterior. En el argumento, como a veces en el día a día, flota la sensación que designios poderosos e invisibles manejan la realidad a su antojo. Pero dos tipos comunes deciden tomar el destino en sus manos (se comprometen), y alteran circunstancias que parecían predeterminadas a caminar en la dirección de siempre.

Tiempo de valientes (y de escépticos), consigna estimulante para atender sin distracciones la realidad en penumbra. Las víctimas del engaño mayúsculo se confunden con los destinatarios genuinos de la maliciosa revancha. Forman legión los resignados, y de todo ese amontonamiento surgirán aprovechados de ocasión. Habrá que tener cuidado de no apurar las miradas frentistas: late el reiterado riesgo de conciliábulos entre cúpulas más ansiosas que sensatas.

Fluyen en contraste las remembranzas de tan larga década de conquistas y praxis de idoneidad profesional. Desafían la integridad de la disposición a resistir. Una desigual correlación de fuerzas pone las cosas en perspectiva. Ya no basta como acicate íntimo la inferior condición moral de esta derecha de chapucerías y embuste. También acumularon en su avariciosa cuenta el saldo del desmembramiento y la parálisis kirchnerista. La reconstrucción desde el llano inercial de semejante impulso transformador, cohíbe al más pintado.

De nuevo la alegórica Tiempo de valientes proyecta a carcajadas su visión de cómo esos tipos comunes, aplastados anímicamente tras el compartido engaño conyugal, retoman con vigor el papel social que -según ambos asumen- les corresponde. La farsa como estrategia de persuasión apabulla a la gente. El blindaje mediático para tapar la catástrofe provocada por su arsenal chapucero de medidas “correctivas”, sumado a la retahíla de culpas echadas a la “pesada herencia”, produce obnubilación y desgano por un tiempo.

El macrismo miente tanto que ha generalizado el engaño. El relato oficialista se convierte en vil mitomanía, sus propios cultores terminaron creyéndose la mendacidad perpetrada. Impusieron una estratagema ya probada en el mundo de sus inocultables anhelos. Imbuidos de un cinismo escandaloso, primero vandalizaron la imagen del populismo, para después endilgarle sin pudor los más truhanes reproches.

El cambalache de promover la denuncia de Nisman a Cristina, la acusación de ésta como autora intelectual del asesinato de un suicida, más el procesamiento de la expresidenta por la rutinaria medida política de fijar la cotización del dólar a futuro, resulta un combo de persecución penal inédito en la historia argentina. No guarda razonabilidad con el rigor jurídico elemental. Pero la engañifa publicitaria anti-K parece haber tamizado la conciencia de cobardes e inescrupulosos, porque intentan (tal vez ya pudieron) naturalizar el oprobio del kirchnerismo.

Esclarecer y prevenir es la tarea. Predicar en el desierto a los gritos es inútil e insostenible. Vale la pena reflexionar sobre la sutil y penetrante parafernalia mediática actual para adoptar técnicas de artes marciales: emplear la potencia del oponente en provecho propio. Si la verdad prevalece, será consecuencia del convincente discurso y su hegemónica comunicación.