¿Por qué no me escuchan? Sólo les interesa hablarnos de su preciada libertad para expresar lo que se les antoje. ¿Saben que en cada acto de negacionismo profundizan nuestras heridas y nos ponen de frente, otra vez, ante el abismo donde habita el peor horror? Sí, lo saben. Lo buscan. Lo provocan. Hoy, en cambio, les hacen un nuevo guiño cómplice a los nostálgicos de la dictadura para que desplieguen su odio sin límites. Sepan que ustedes y sus aliados serán responsables de las atrocidades que están habilitando.

Por Ernesto Espeche Vega* | Fotos: Coco Yañez

Es media mañana, ya es hora. Doy algunas vueltas por la casa, miro algunas fotos viejas y me asomo por la habitación de mis hijos para tomar coraje. Entro. Finalmente entro al link que me conduce a la transmisión en directo de la sesión de la Cámara de Diputados. Es cierto, muchas veces lo hice pero hoy es distinto. Por eso entro como quien abre una puerta pesada hacia algún pasado en el que apenas logro reconocerme porque, una vez adentro, sólo hay oscuridad.

Siento las voces que me llegan. Descubro que se trata de las mismas voces que me atormentaron de niño. Abro los ojos sólo para tomar conciencia de estar anclado en tiempo presente. ¿Eso debiera tranquilizarme? ¿A quién intento engañar? Sé muy bien que ciertos pasados no se quedan quietos, que se proyectan, que se encarnan en otras caras para decirnos que siguen vigentes, que nunca se fueron, que van a entrar sin aviso y a las patadas, que van a tirar la puerta abajo para arrebatarnos las vidas de quienes amamos, que lo van a hacer una y otra vez, las veces que sean necesarias para que el horror nunca se termine.

Un puñado de diputados debaten sobre números. Practican un regateo absurdo, un poroteo infame. Prefieren hablar de cifras y no de vidas. Se erigen como los portadores de una aritmética inapelable. 

Niegan. Nos niegan. Peor aún, ni siquiera nos reconocen. Somos números que deben cerrar con menos ceros. Juegan al achique. Intentan bajarle el precio a un aniquilamiento masivo para relativizarlo y justificarlo.

Se presentan como especialistas del Nunca Más pero jamás lo leyeron. Citan a la CONADEP para ofrecernos datos de 1984. Quieren que comprendamos que esos números, obtenidos a poco más de un año del retorno de la democracia, son definitivos y suficientes para cuantificar los efectos de un genocidio.

Intento contestarles, pero no me escuchan. Jamás nos escucharon. Igual les hablo. ¿Se están burlando de todos nosotros? ¿Ustedes creen que un plan de aniquilamiento clandestino ejecutado por el Estado puede registrarse en unos pocos meses por una comisión que, por más rigurosa que haya sido su tarea, apenas pudo acumular algunas denuncias que recopilaron los incipientes organismos de derechos humanos? ¿Cuántos casos no fueron denunciados por miedo, a cuántos familiares no se pudo llegar, a cuántos no se les pudo tomar testimonio porque no quedaba nadie con vida en la familia? ¿No les parece que los registros de un genocidio jamás se cierran? ¿No se enteraron que, a través de los juicios que se reanudaron en 2006, seguimos relevando desapariciones, niños y niñas apropiadas, centros clandestinos de detención, formas de tortura inimaginables? ¿Y las víctimas? ¿No son también víctimas los sobrevivientes, los familiares, madres, abuelas, hijos, padres, que seguimos reclamando justicia y verdad? ¿No son también víctimas quienes fueron perseguidos por su pensamiento político, miles de ellos encarcelados o exiliados, muchos y muchas con marcas imborrables en sus cuerpos y en su memoria?

Si es que tanto saben, digan de una vez dónde están los desaparecidos. Pero díganlo ustedes. ¿O acaso somos las víctimas las que debemos demostrar los alcances del horror que hoy callan los represores y sus cómplices?

¿Por qué no me escuchan? Sólo les interesa hablarnos de su preciada libertad para expresar lo que se les antoje. ¿Saben que en cada acto de negacionismo profundizan nuestras heridas y nos ponen de frente, otra vez, ante el abismo donde habita el peor horror? Sí, lo saben. Lo buscan. Lo provocan. Hoy, en cambio, les hacen un nuevo guiño cómplice a los nostálgicos de la dictadura para que desplieguen su odio sin límites. Sepan que ustedes y sus aliados serán responsables de las atrocidades que están habilitando.

La historia se está escribiendo. Hoy ustedes suponen que veintisiete votos van a tapar la potencia de treinta mil ausencias que, por si no lo saben, se vuelven presentes a la vuelta de cada esquina toda vez que alguien levanta las banderas de una causa justa.

*El autor es hijo de Carlos Espeche y Mercedes Vega, militantes desaparecidos en 1976 por la dictadura civico militar genocida.

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