Mingo Casciani y una nutrida banda de amigos presentan hoy, a las 21 horas en el Teatro Mendoza, “Me siento en el tiempo”. El estreno de la histórica recopilación de grabaciones en las que participó el baterista y percusionista mendocino, será protagonizado por cerca de cuarenta músicos fundamentales de nuestra provincia, quienes pondrán voz e instrumentos a canciones que van desde el jazz rock cuyano, fusionado con candombe y afro brasilero, al folclore latinoamericano, el hard rock y el palo flamenco. ¡Imperdible!

Por Negro Nasif | Fotos: Seba Heras

“Celebro este registro de música con historia de vida, sin pretensiones, sin soberbia pero con una carga de talento del Mingo en todos los tiempos y los estilos que algunos tuvimos la suerte de disfrutar”, dice el Negro Fiat en el texto introductorio a Me siento en el tiempo, el disco que el Oscar Casciani y sus amigos presentarán hoy en el Teatro Mendoza.

“Si hubiera una manera justa de valorar a los artistas –sigue Fiat- seguramente la pasión que ponen en su arte sería la medida más acertada y de eso al Mingo le sobra, he sido testigo de su participación en tantas formaciones y lo he visto con la misma pasión interpretar todo tipo de estilos aun como músico invitado con el fervor que suele poner en cada obra que interpreta, más allá de su talento en los instrumentos, poniendo su personalidad al servicio de la obra y el público”.

La pasión que subraya el cantante y guitarrista de Los Alfajores de la Pampa Seca es el primer rasgo que recuerdo de este tipazo sentado en el otro extremo del banco de plaza donde estamos a punto de comenzar la entrevista.

Supe de la existencia corpórea del Mingo a fines de los 90 o principios de los 2000, en un recital de Markama en el Teatro Independencia. Vi, escuché, sentí esa pasión de la que habla Fiat encendida sobre un cajón peruano cerrando el concierto con El Alcatraz, esa joya popular que también culminaba Gualicho, uno de los discos que formó parte de mi banda de sonido en la debacle de aquel fin de siglo.

Ese “mejor amigo del músico”, como se solía bardear a los bateros, estaba ahora adelante sobre las tablas del Independencia, en una especie de fusión entre front man cuyano y hippie folk de un talento descomunal al servicio de la música del pueblo. Para los tipos rurales como yo, más atravesados por el folclore que por las grasas de las capitales, pero que ya habíamos sido interpelados con placer por la era de la boludez, esa épica en vivo de una banda motejada de andina me resultaba tan aplanadora como Divididos.

Desde entonces, comencé a estar un poco más atento en los siguientes álbumes de Markama, no solo a las melodías que el Archi Zambrano paría desde el charango o a las maravillosas sutilezas de los vientos de Pablo Salcedo, sino también a la diversidad y riqueza rítmica del hombre que vi arder en El Alcatraz.

Con el tiempo tuve el privilegio de conocer mucho más de cerca la trascendencia artística y humanista del Mingo. Justamente el Negro Fiat señala que “con el tiempo y un poco de inteligencia las cosas adquieren nuevos valores en la vida”, y va al hueso: “lo material y lo superficial decae y surgen las verdaderas riquezas, el arte no es la excepción a esta regla. Una vida haciendo música empieza a pesar por su contenido y todo lo demás pierde importancia”.

Además de su gran valor artístico, Me siento en el tiempo representa un inestimable recorte documental de nuestra historia. “Un terrón de la música de Mendoza”, como lo define con humildad Casciani en esta charla previa a la –para nada humilde- presentación de la recopilación de canciones de los grupos y solistas de los cuales Mingo fue baterista, percusionista y/o compositor, como Zeta Cuatro, Ámbar, Tito Dávila, Mario Matar, Sergio Bonelli, Odara, Markama, Torpman, Grupo musical del Ballet La Coruña, Los Alfajores de La Pampa Seca, Del Médano y Osvaldo Ciccioli.

“En un ensayo con los Alfajores de La Pampa Seca, Sergio Bonelli decía que no tenía recuerdos de una producción, de un recital, o festival de estas características hecho en Mendoza por un percusionista o baterista. La verdad que yo tampoco, modestia aparte, recuerdo algo parecido. Sí tengo memoria de lo que hizo Gustavo Meli con el Drum Fest en el Cine Plaza, durante tres ediciones, al que vinieron bateristas y percusionistas de todo el mundo. Hay solo un antecedente de grabación colectiva del Sindicato de Músicos, un casete hecho en el 82, que se llamó A los palos con las águilas”, recuerda Casciani apenas nos sentamos en la Plaza Godoy Cruz donde se realizó esta entrevista.

Fotografía del disco “Me siento en el tiempo” Gentileza

 

¿Cuál fue el clima de época en el que empezaron a grabar las bandas que están en este disco?

En Me siento en el tiempo, esta recopilación que comencé a pergeñar desde 2009, pude revivir el clima de inicios de los años ochenta, de finales de la dictadura. La gran mayoría de los músicos con los que grabé tenían militancia sindical, participaban de la Comisión de Jóvenes del Sindicato de Músicos. Los sábados, durante  los años 81, 82 y 83, al mediodía, salíamos entre 20 y 25 músicos haciendo una batucada para difundir la peña que presentábamos por la noche.

De esa camada salieron grupos como Ámbar, que fue del primero que integré. Hoy la mayoría de mis compañeros no están en Mendoza, como el Tito Ávila que vive en España, el Pato Damore que está en Canadá o el Negro Molina que se fue a Buenos Aires. Aquí quedamos mi hermano y yo.

Los tambores y lo político se cruzaban, ¿no? Como en el resto de América Latina donde la percusión tiene una profunda raíz histórica. ¿Vos te vinculás desde el principio con eso?

Por supuesto. La percusión en nuestro continente tiene un sentido profundo, un significado profundo. Miles de esclavos fueron sacados de sus hábitats, maltratados y los trajeron hasta acá. Esto es muy significativo en la percusión negra peruana, por ejemplo, la que se va desarrollando sobre la base de maderas que comenzaron a usarse cuando los esclavos fueron ingresados en barcos por el Puerto del Callao.

Ellos traían todo el bagaje de musicalidad, de ritmos, y empezaron a armar los instrumentos con lo que tenían a mano, que eran principalmente las maderas que había en el puerto. Ahí aparece el cajón, la cajita, la quijada de burro, los raspadores.

Imagino que el tema de agarrar un palo y ahuecar el tronco de un árbol para mandarse mensajes forma parte de los primeros sonidos musicales que surgen. Después aparece lo melódico, como la flauta o quena de hueso que se han encontrado en yacimientos arqueológicos de América del Sur.

 

Sin en el origen comunitario está la percusión, podemos decir también que en nuestros orígenes individuales estamos nueve meses dentro de un hueco con un compás rítmico de otro corazón cerquita. Sin entrar en consideraciones edípicas, o sí tal vez tenés recuerdos uterinos, ¿en qué momento de tu vida comenzaste a ser percusionista?    

No es casual que yo venga de una familia de músicos, de abuelo músico, de tío músico, de padre músico y de mi vieja que cantaba. Mis padres se conocieron en una orquesta típica y característica de la familia de mi viejo. En los años 40 estaban en Buenos Aires y se volvieron a Mendoza. Necesitaban una cantante y ahí aparece mi vieja, después se casan y, típico de la cultura patriarcal, ella tiene que dejar todo para criarnos.

Evidentemente, desde el vientre ya tenía música en mi vida. Lo demás viene después, cuando mi hermano Carlos comienza a tocar la batería en la orquesta bailable de mi viejo. A mí me atraía mucho ver lo que él hacía. Obviamente, ya estaba influido por la música de Los Beatles y Los Rolling Stones. Ya en la segunda mitad de los 60 me da vuelta la cabeza ver y escuchar a Santana en la película sobre Woodstock. Me cambió el cerebro el baterista de la banda, yo quería hacer eso. Incursioné en la batería y después hice cuatro años en la Escuela de Música.

Mi viejo era profesor de piano y acordeón, con él empecé a aprender solfeo pero nunca quiso que sus hijos fueran músicos. Estaba decepcionado porque, si bien vivió el momento de primavera musical con las presentaciones en vivo de las orquestas, también vio como todo eso se fue cayendo hasta casi desaparecer.

Entonces, desde muy chico ya tenés el recuerdo de la batería y las baquetas. ¿Cuándo empezás a darle solo con las manos a las maderas y los cueros?¿Cuál es la frontera entre el baterista y el percusionista?

A mí me parece que no hay frontera. Tanto en la percusión como en la batería utilizás las manos y los pies. Los percusionistas usamos las manos sin nada más, pero también las baquetas en timbales y timbaletas, como ocurre con la batería.

Si vos no te quedás quieto en tu interés y tu obsesión, vas a caer de la batería a la percusión, o al revés. En mi caso, me parece que fue algo así.

En un campo tan amplio, podés recorrer desde la percusión de cuero con las manos hasta lo rítmico de la batería, y de ahí pasar a lo melódico de los timbales o las plaquetas de vibráfonos y xilofones, acompañando a otros instrumentos de una orquesta clásica.

La compilación de tu disco demuestra, entre otras cuestiones, que atravesaste un largo recorrido y que abarcaste géneros muy variados.

Sí, al armar el disco me fui dando cuenta de eso. Pasé de hacer jazz rock mendocino, fusionando con candombe y afro brasilero, al folclore y el hard rock. Después viene la época de Markama y, simultáneamente, el palo flamenco con el ballet La Coruña.

En una entrevista que diste para el programa Muchas Gracias de Radio Libertador, hablabas de las múltiples acepciones de la palabra “siento” del título del álbum. Además de ese “siento”, ¿cuál es el tempo con el que más cómodo te has sentido en todos estos años?

Lo de encontrar el tempo fue toda una lucha, con el paso del tiempo. Yo admiro mucho a mi hermano Carlos porque él sí es un tempista, el tipo se mantiene en un tempo y no lo movés de ahí. Yo tuve que pelear con eso, porque sufro de ansiedad absoluta y quiero hacer las cosas rápidas. Eso tuve que vencerlo. Es un aprendizaje escucharte y escuchar a los demás y, fundamentalmente, saber lo colectivo en la banda. He recibido insultos, pero también felicitaciones sobre esta cuestión.

El baterista y el bajo suelen ser la base, los que tienen que sostener el tempo. Después de muchas experiencias aprendí a tocar con metrónomo y eso me ayudó muchísimo. En los ochenta no grabábamos con metrónomo, eso lo pueden comprobar en las canciones en vivo que de aquella época, las que se tienen que escuchar más con oído documental que musical.

Ni siquiera en el primer disco Quitapesares que grabamos con Markama utilizamos clic, después, entrados los 90, empezamos a utilizarlo y hoy casi que me resulta indispensable para ensayar y grabar. Me ayuda muchísimo y ayuda a la banda a conservar el tempo.

¿Y tu tempo interior?

De eso ahora estoy más tranquilo. Imaginate que me falta un año para jubilarme (se ríe). No solo pasa por lo musical, también por todo lo que ha ido ocurriendo en nuestro país.

Hace unos años Charly García se quejaba de que en la música actual el ritmo desplazó a la armonía y la melodía. ¿Cómo la ves vos?

Charly es un genio y tiene cierta razón. Aunque no sé si está bien despotricar sobre gente que está laburando y que a uno le puede gustar o no lo que hacen. En definitiva, todo surge de lo popular, de las bases. La cuestión es que después es devorado por la industria de la música.

Hay muchas y muy buenas bandas en los distintos géneros que no se escuchan masivamente porque no les interesa a la industria. Con Markama siempre discutimos cómo llegar a más gente sin que nos coma o nos use el mercado. Sabemos que hay gente a la que le gusta nuestra música, pero también entendemos que hay que tener una base económica para poder llegar a un público que todavía no nos conoce. Es un dilema constante que no es tan fácil de resolver.

Una última pregunta casi doméstica: ¿seguís obsesionado con golpear cosas todo el tiempo, en todos lados?

Hace un tiempo tenía pensado, antes del teletrabajo, que alguien me filmara cuando llegaba al banco donde laburo, mientras le voy pegando a todo lo que me encuentro. Algo que tampoco puedo evitar en mi casa, cada vez que agarro los tenedores o los cuchillos, por ejemplo.

Es que hay cosas que suenan muy lindo, como las griferías, los tarros de plástico de la basura, las ollas o la bacha de la cocina.

Lo advierto, puedo ser insoportable.

 

 

 

 

Markama para el pueblo