Por Julio Semmoloni

En política el significado de los valores y los conceptos a menudo enfrenta o separa tendencias. Poco y nada es preciso, transparente, inequívoco. Depende de factores intrínsecos rara vez suficientemente explicitados. La polisemia que afecta el valor y el concepto de “unidad” del kirchnerismo y el peronismo actuales, parece roer la reestructuración de un aletargado movimiento nacional y popular.

La tarea de buscar la unidad en la diversidad ennoblece a la política, pero el mismo propósito puede generar el efecto contrario cuando el interés individual prevalece sobre el colectivo. Tanto Cristina como Randazzo apoyan la unidad en el sentido de prepararse para que la oposición al macrismo –objetivo que los reúne– se reintegre con el máximo de vigor –condición que los separa–.

La unidad que plantea Cristina, por lo tanto, no es la misma que dice perseguir Randazzo. La discrepancia no se pudo resolver durante el apurado encuentro entre ambos. CFK tomó la iniciativa postrera de sostener un mano a mano amigable demostrando su liderazgo inclusivo, y Randazzo acudió a la cita por obligado compromiso aunque sin ceder en su inquietante postura. Cada cual entiende a su modo el valor conceptual de la unidad. Puede haber otras maneras de definirla. Sería conveniente distinguir si la mentada unidad está al servicio de una táctica ocasional o de una estrategia política trascendente.

Del lado de Cristina, están molestos con el ex ministro porque trasluce sin pudor una ambición excesiva. Vano reproche hacia el notorio referente de lo mejor del anterior gobierno. Randazzo fue muy eficaz entre los colaboradores de Cristina, por la energía puesta en las realizaciones. Del lado de Randazzo, están resentidos con la ex presidenta porque reitera su autónomo criterio para establecer pautas de seguimiento. Antojadiza reacción contra la líder máxima e indiscutida, quien siendo la jefa de Estado por dos períodos completos y consecutivos fuera aclamada por una multitud de medio millón de personas en su última jornada de gobierno.

Cristina sabe (lo saben todas y todos, hasta el pretencioso contendiente) que Randazzo adolece de estatura política para medirse con ella. No le importa que los sondeos la dan holgadamente victoriosa en una eventual puja. De haber aceptado la primaria abierta, hubiera menoscabado su genuino liderazgo y concedido (sin beneficio de inventario) una honrosa derrota al impensado oponente. De manera que decidió apartarse del alcance ortodoxo que confiere el sello PJ, militando electoralmente su urgida causa por detener la arremetida macrista desde otro espacio denominado Unidad Ciudadana.

Cristina y Randazzo abogan por la “unidad” adoptando procedimientos claramente diferenciados, como si el valor de la unidad que se dirime fuese conceptualmente antagónico. Ella considera que la prioridad es oponerse con la mayor fuerza posible a un gobierno que hace retroceder al país a una situación de crisis muy similar a la de 2001. Entonces prefiere convocar un frente idóneo por fuera del PJ, para evitar una innecesaria distracción de contienda interna, de la que asegura solo puede favorecerse el oficialismo gobernante.

El ex ministro –encaprichado tal vez por darle persistencia a su impertinente rebeldía– se escuda en que las candidaturas surgidas del voto de la gente serán más representativas y contribuirán mejor a la unidad requerida. Esta posición resulta en apariencia más democrática, pero oculta una intención demagógica y engañosa: se hace participar a la gente en la opción entre dos postulantes, como si Cristina y Randazzo partiesen desde el mismo plano político para obtener idéntico mandato. Parafraseando a Perón, es como si organizaran un refrigerio de confraternidad con sándwiches y bebidas, en el que Randazzo aporta el pan, mientras Cristina pone el jamón y el vino.

Resulta obvio inferir que a los fines de recuperar el propósito populista que se frustró en 2015, la intentona de Randazzo es indefendible. Es cierto que tras la inadmisible derrota electoral de entonces, referentes y líderes de diverso rango deben ratificar atributos. Pero ignorar que la única integrante del movimiento eximida de tal exigencia es Cristina parece más una desviación facciosa de proporciones por ahora incalculables, en la medida que siga sin prevalecer la sensatez y la experiencia. Sorprende que referentes otrora tan identificados con el gobierno presidido por Cristina, de la talla del Chino Navarro y Abal Medina, sean protagonistas de esta operación fallida gestada entre gallos y medianoche.

Tal vez lo más desconcertante, por ahora, va de la mano de las aspiraciones enunciadas por Cristina. Poner delante de todo y como urgente su dedicación a sumar votos en favor de quienes opongan a Macri la voluntad de impedirle causar peores calamidades, denota que prioriza lo subalterno para dejar pendiente sine die la reconstrucción desde el llano del movimiento nacional y popular, cuyo propósito central es recuperar el poder formal para transformar la realidad a favor del bienestar de las grandes mayorías postergadas.

Unidad Ciudadana, entonces, reduce o limita su valor conceptual pareciendo solo una boleta membretada para llenar la urna, sin otra proyección que la de servir como ocasional instrumento electoral. Vale decir, se diferencia de la que lleva el sello PJ sin explicar razones doctrinarias o ideológicas, porque no es conveniente dar precisiones que espante a tantos animados de liviandad. La unidad repentina detrás de un objetivo estrecho también puede incubar una pronta diáspora de intereses previamente dispersos.

Más de una vez Cristina recibió el reproche de no ser pragmática como acostumbraba serlo su compañero de vida. Se le cuestionó la pretensión de esclarecer al pueblo desde el púlpito presidencial, mediante discursos prolongados y difíciles de seguir por su inherente complejidad. Pero esa monitora tarea dio sustento formativo a miles de jóvenes hoy convencidos del proyecto que late y perdura más allá de estos tiempos electorales.

Kirchner también usó la sigla FPV como herramienta para competir durante actos comiciales. En verdad su pragmatismo no fue ese, sino la permanente praxis realizadora desde el mandato ejercido, dándole renovado impulso a un movimiento nacional y popular de apariencia inerte y desmembrada. De modo que aquella boleta FPV simbolizaba un claro propósito consumado en hechos y proyectos.

De nuevo Cristina debe tomar el camino más difícil y peligroso para revalidar su condición y aptitud de única líder máxima. Ya no se trata de porque es mujer. Demostró con creces que el género le sienta y lo asume perfectamente. Esta vez, dificultad y riesgo estarán en la senda empinada y escabrosa que demanda el tránsito a la reconstitución del empeño político colectivo para reactivar el movimiento nacional y popular. Puede que ella no lo desee fervientemente o no se anime. Tal vez su decisión, cualquiera sea, dependa aún más del soporte de apoyo y la solvencia de acción que perciba ante los primeros escarceos de su regreso a la actividad plena. Y entre sus próximos deberes estratégicos, aún adeuda la autocrítica de su encomiable gestión, que debería ser despojada, rigurosa y constructiva.