Previo a presentarse en Los Angelitos, Walter Casciani recibió a EL OTRO en su “garaje histórico”. Entrevista con el rockerito que se transformó en referente del jazz mendocino.

Fotos: Coco Yañez

El saxofonista da la bienvenida a los cronistas de este diario. Suena la música mientras se reproduce un video de You Tube en el monitor de la PC. “¡El Gato!”, acierta el fotógrafo, mientras lo confirma en la pantalla. Leandro Barbieri sonará durante la charla que comienza con el primer mate de Walter Casciani.

“Este garaje es histórico”, dice el músico y traza el contexto profundo que impregna la conversación: “Por acá ha pasado el Marciano (Cantero)… y un montón de otros. Acá enfrente vivían los Pappalardo, dos músicos. Uno de ellos era un bancario que también era contrabajista de típicas de tango y el otro había viajado por todo el mundo en cruceros haciendo música de cabaret. Yo era el rockerito. Muchas veces ensayábamos los tres a la vez y la gente sacaba las sillas a la vereda. Los niñitos venían y te pedían los temas que querían las mamás”.

“Este garaje era la verdulería de mi abuelo, la peluquería de mi mamá, la sala de meditación de Cecilia (su compañera), mi sala. Ha sido de todo este garaje”.

¿Cuánto tiempo con los fierros?

Toda la vida. Con los saxos empecé a los doce y tengo cincuenta y ocho. Con la música a los ocho. Ensayábamos acá. Yo tocaba la pandereta, aunque me daba mucha vergüenza tocarla en ese conjuntito de barrio. Un primo mío, que era muy hábil con la guitarra y muy inteligente, tocaba una que había construido con un pedazo de madera, y el vecino de enfrente, uno de los Pappalardo, tocaba la batería. Nos presentábamos en los cumpleaños del barrio.

A los diez dejé la pandereta y empecé con el bajo. A los doce años vi al Gato Barbieri en la tele y me sacó del nivel cultural en el que yo estaba, porque yo tendría que haber sido futbolista, si este es un barrio obrero bajo. Pero lo vi al Gato Barbieri y no lo podía creer. Me entró por la imagen, era la imagen de la libertad. ¡Y el sonido! Yo no sabía lo que era un saxo a esa altura. Me identifiqué y tuve dos viejos maravillosos que me buscaron un profe y ahí arranqué, a los doce años, y no paré más.

¿Cuándo aparece el jazz en su vida?

El jazz vino de la mano de mi maestro que fue (Pablo) Kusselman. Quise apuntarle al jazz de joven pero no me dio el cuero ni ahí, porque no sabía, no tenía formación. A mis treinta años llega Kusselman a Mendoza, lo fui a ver y ahí empezó una relación muy particular. Empecé a vivir con él prácticamente, estaba diez horas por día con él.

Él vio mis condiciones y me brindó formación. Luego empezamos a trabajar juntos, dando clases, y pusimos una escuela. Estuve diez años con Pablo hasta que murió. Él fue mi maestro. Ahí me quedé en el jazz, ya me animé a esta disciplina tan brava porque estaba con el mejor. Tuve el privilegio de que me dejara como su discípulo y me abrió muchísimas puertas.

¿Tiene ascendencia artística?

Sí. Lo descubrí casualmente. Mi abuelo italiano murió cuando yo tenía seis años y tengo recuerdos de muy chico en los que me mostraba teatro por televisión, como lo del Tano (Darío) Víttori. El viejo iba al teatro y era obrero. Después, buscando fotos familiares, encuentro una fotografía de mi abuelo joven en Italia con un clarinete en las manos, y pregunto: “¿Y esto?”

“Ah…”, me dicen, “sí, el nono tocaba el clarinete”. Yo cuestioné que nadie me lo hubiese contado. Claro, nunca lo vi con el clarinete acá porque se vino con el instrumento pero, como se estaban cagando de hambre, se los mandó para que lo empeñaran. Él tocaba el clarinete y hacía jazz… De ahí me viene.

¿La descendencia también fue para el lado del arte?

Bueno. Yo me casé con Cecilia que hace estas maravillas (señala un cuadro que domina el estudio). Cecilia Franks, ex esposa de Gastón Alfaro, con lo que la cosa venía artística. Y nace Andrés y le da a lo pictórico. Mi hija, la hija de Cecilia, es artista callejera.

Sí. Se puede decir que somos una familia artística. Tengo una oveja negra que me salió ingeniero en sistemas, pero bueno… (Ríe Walter, el fotógrafo, el cronista).

¿Cómo lo trata la realidad actual de Mendoza, de Argentina?

Yo busqué la música por un deseo de libertad. Siempre me impactaron los barbados, los rapados, los extremos, los distintos. Me gustó eso de pendejito, naturalmente. Verlo al Gato Barbieri para mí fue abrir una puerta de una dimensión que desconocía.

Desde ese punto de vista, yo trabajé siempre en la música como un obrero, buscando ser libre y no transando mayores cosas, para no perder esa libertad. Entonces siempre he vivido al margen de lo establecido. Nunca golpeé la puerta de un ministerio u otro lugar, y tuve la suerte de participar en grupos y bandas que sí lo hacían.

Empecé de muy chiquito tocando en los cabarets y en los restoranes con el Negro Bonelli, y me he ganado la vida muy bien. Después mi búsqueda fue por el lado espiritual porque crecí escuchando la idea de que la política no servía. Fuimos al campo y logramos el autoabastecimiento. Tejíamos nuestra ropa del algodón que cosechábamos e hilábamos. También tenía que ver con lo que escuchaba, como Miguel Cantilo, leer a Gandhi… Creyendo que se podía hacer la revolución desde uno mismo.

Vivimos en El Bermejo, donde realizamos una experiencia comunitaria que no funcionó, y después en los cerros del Challao, sin luz ni agua. Estos fueron como diez años, lejos de la música. Luego muere mi papá, llega Kusselman a Mendoza y nos volvemos a la ciudad. Tiempo después, Cecilia se enferma y tiene que estar mucho tiempo en casa y yo la acompañé.

Empecé a ver televisión. Comencé a ver Telesur. Empecé a ver a (Hugo) Chávez y a los Kirchner. Un día Cecilia me dice: “Che Walter, acá está pasando algo. Lo que nosotros soñamos estos políticos lo están haciendo”.

Después vino la muerte de Néstor, “la patria es el otro”, y toda esa historia que me hicieron sentir que lo que habíamos estado buscando estaba pasando, y había gente que lo estaba haciendo, ensuciándose las manos, pero haciendo. Nos enamoramos con esa posibilidad de cambio y vimos que era posible. Y me seguí manteniendo al margen de lo establecido.

Yo siempre digo que apoyo a los Kirchner, no porque me hayan beneficiado a mí, sino porque han beneficiado al otro, que es lo que más me interesaba. Yo he vivido siempre igual, con un saxo en la mano. A mí me dan laburo los que tienen guita y nunca me faltó el laburo.

Pero este proceso lo estoy viviendo muy mal, con mucha tristeza. Me cuesta mucho superarlo, a mí, a mi mujer y a mi hijo. No veo la luz de esta cuestión. Vivo las mismas emociones que en la dictadura.

¿Cómo afecta esto a su arte?

En lo artístico es muy particular, porque es como que uno, mientras más apretado está, mejor funciona. Yo he tenido esa experiencia de haber yugado mucho, y otra época en la que me establecí muy bien y me aburguesé. Luego se enfermó mi mujer y eso me sacudió.

Ahora es lo mismo. Es ese sacudón, y ya empecé a buscar música, a hacer cosas.

¿Parte de eso es lo que harán con Gustavo Maturano este viernes en Los Angelitos?

Claro. Bueno, fijate que yo a Maturano no lo conocía porque en Mendoza no nos conocemos todos los músicos. Yo vengo del palo del rock y del jazz, y él viene con una influencia más folclórica. Sin embargo, nos junta una visión de lucha y resistencia. Empezás a tener la necesidad de juntarte con esta gente. Así que el viernes nos veremos y presentaré el dúo con el guitarrista Gastón Abdala, con el que laburamos, y brindaremos esto.

 


FICHA

Walter Casciani + Gastón Abdala y Gustavo Maturano

Lugar: Teatro Bar Los Angelitos, Buenos Aires y Rioja, Ciudad de Mendoza
Día y hora: viernes 1 de setiembre – 22:00 hs.

Produce
: PI (Producciones Independientes)
Invitan: Ciudad Universitaria, Websel y EL OTRO