Será una manera de decir que el escritor, cineasta, pintor y músico regresó a Luján de Cuyo, si nunca se fue, si siempre está volviendo. “Pasamos de ser marginales a de pronto ser creadores y mostradores de un problema existencial”, reflexionó en plural Zuhair Jury en su último paso atemporal por Mendoza.

Por Negro Nasif | Fotos: Coco Yañez y Cristian Martínez

Bastará aquí con señalar que Zuhair y su hermano Fuad –mundialmente conocido como Leonardo Favio- son dos de los artistas esenciales de la cultura latinoamericana. El cine argentino quedaría manco de su brazo más hábil sin la existencia de estos dos mendocinos.

Conocimos al mayor de los Jury hace unos pocos años, aunque el vínculo con EL OTRO se hizo más estrecho en 2018 cuando este diario denunció que imbéciles de la Municipalidad de Luján de Cuyo, la tierra que les dio luz para siempre, taparon con pintura amarilla un mural dedicado a la memoria de Leonardo.

“Yo no lo nombro, yo creo que no tiene nombre ni tiene cuerpo”, nos contestó Zuhair, como si dibujara  la sentencia de un profeta, cuando entonces le preguntamos sobre Omar De Marchi, responsable político del agravio contra Favio. “Él no sabe que está muerto –siguió-. Se pasa por la vida como un suceso fugaz, es rapidísima la existencia, cuando uno menos quiere acordar ya es tarde, ya se acabó. Y es un desperdicio pasar este fugaz instante, este regalo de milagro que es la existencia, cometiendo oscuridades, ruindades de perversos que no tienen otro acicate de existencia que lo oscuro, el sistema político y los ideales que los mueven y lo militarizados mentales que son estos tipos”.

Han pasado diez meses de aquella entrevista telefónica, esta vez Zuhair Jury en persona ha vuelto a Mendoza, invitado por el colectivo Cultura Somos Todos. Antes de compartir una charla en la sede de la Asociación Bancaria, el poeta nos regala un afectuoso diálogo, siempre con la hondura de su existencia.

“Es un talento mi hermano, es un gran talento”, nos dice emocionado. “¡Es!”, enfatiza Zuhair, por las dudas de que no hubiésemos advertido la conjugación del tiempo verbal que jamás será pasado. En “nosotros” incluirá siempre a Leonardo, cada vez que pronuncie el plural.

En la vida como el cine todo es una invención. La última vez que hablamos por teléfono nos dijiste: “No sé si nosotros creamos a Luján o Luján nos creó a nosotros”.

Me nació tan espontáneamente esa advertencia, porque finalmente yo vivo en Luján, yo tengo 21 años constantemente. Es razonable que uno deposite su sensibilidad y su agrado en la adolescencia, es luminosa de por sí, por razones hormonales, no necesariamente espirituales, uno se come la libertad. Cuando quise acordar ingresé a los 21 años a la sociedad organizada, cosa que no era de nuestro agrado pero que no deja de ser interesante, que cambia el todo de aquella libertad total, cuando todavía no hay consciencia del suceso de la sociedad humana, sino que uno siente el cuerpo libre para proceder a gusto de las ansiedades de ese cuerpo.

Hay algo allí del control y el descontrol… Ustedes en Crónica de un niño solo se anticiparon al Vigilar y castigar de Michel Foucault. Polín, el protagonista de la película, pierde la libertad y queda a merced del control de otro, del Estado.

Esa sensación que acabás de describir es perfecta para la sensación que es mi verdad. Yo todos los días que me levanto estoy en Luján, todos los días tengo 17 años, en serio te digo. Es una forma de liberación que, como yo estuve libre, no la quiero perder. Entonces, yo todos los días no hago más que vivir en ese estadio y es muy saludable a mi alma porque lo necesito.

Cuando viene la adultez se toman carriles, viene el compromiso, la integración, lo formal… y antes era todo informal, era gusto y placer de las hormonas. No es muy positivo desde el punto de vista de la organización social, obviamente que es la antinomia de lo que estoy diciendo. Estoy hablando con un militante como vos, que toda la vida la dedica a esto, a la militancia, a tratar de mejorar la vida de los necesitados y de los que realmente necesitan estar mejor en su vida, a los necesitados en lo económico e idealmente en lo humano también. Para los de clase media, que están opacados por su situación de confort, quizá también hay que militar para enriquecerles un poco el alma.

Justamente desde la militancia se pone el centro en la situación macro: la economía, la política, la cuestión internacional, y solemos perder este punto de vista tan simple y esencial que vos planteás: mirar desde los ojos de un niño, no resignar el goce como parte de lo político. ¿Hay en tu postura un manifiesto de desobediencia del cuerpo?

Es verdad, finalmente nosotros consideramos que ha sido útil el ingreso a la sociedad de la cual renegábamos, a las leyes establecidas, porque cuando ingresamos estuvimos obligados a una acción y en esa acción finalmente -casi irrealmente porque no tiene fundamentos lo que ha ocurrido con nuestras existencias- pasamos de ser marginales a de pronto ser creadores y mostradores de un problema existencial. O sea que nuestra militancia está en nuestras obras, ¿verdad?, Gatica, Crónica de un niño solo, Moreira, Aniceto

La última versión del Aniceto es absolutamente singular, entra en una categoría estética difícilmente comparable con el resto del cine: se conjuga una narrativa con poquísimas palabras, con una fuerte carga en los cuerpos, un relato cíclico, muy árabe creo, con la idea fuerte de que quien las hace las paga. ¿Hay una metáfora que podría trasladarse a estos tiempos?

Lo que podría decirte del Aniceto es que es una obra que escribí sin saber que tenía posibilidades de hacerlo, que en mí había un escritor teniendo solo tercer grado. Nunca me importó además, podés no haber aprendido nunca nada pero tener inclinación. No, yo no tenía. Eso lo hice por nostalgia, lo escribí a los 22 o 23 años, estaba en Buenos Aires, me había desarraigado de todo y daba vueltas a la manzana para poder dormir. Me agotaba a la tres o cuatro de la mañana y ahí caía y me dormía, porque no abandonaba Luján, ni mi cielo, ni mis amigos marginales, no los abandonaba, ellos estaban conmigo y me desesperaba porque yo quería volver a ese lugar. Entonces me puse a escribir el Aniceto y la Francisca.

A la Francisca yo la conocía, y el Aniceto soy un poco yo. Me acuerdo que mi hermano en la filmación me decía -indicándole a Federico Luppi-: “Escuchame una cosa Negro, a ver cómo te bajás vos para quedar a la altura del gallo, mostrale, mostrale…” Entonces yo de pronto me pongo así (se coloca en cuclillas) y se acabó… Mi hermano le decía a Luppi: “Fijate cómo camina mi hermano, cómo se para”. De esto me acuerdo patente.

El tema de la vuelta ha sido todo un asunto para muchos artistas, muchos poetas. En Gatica, el Mono advierte: “Ya van a ver cuando vuelva el General…”. En aquella espera, y en la de los 90 cuando hicieron la película, ¿ustedes pensaban que realmente volvería Perón, aquel peronismo, o era solo la creación de una ficción para soportar la ausencia?

Qué frase la de Gatica, qué tremenda… Claro que estábamos convencidos de la vuelta, era parte del anhelo primordial nuestro y de todo el peronismo. Ahora también se piensa en esa vuelta permanente, es que nunca nos hemos ido. Pero hay algo que no puedo, no puedo, dejar de decir: en la vuelta del General estaba el alma luminosa, en la vuelta de este presente tengo alegría semiempañada, porque en el contexto del que se nutre la vuelta hay ciertos personajes que se adhieren que no son de mi agrado.

Yo no admito que en ninguna disciplina existencial del hombre se acepte o se pueda disculpar la traición. La única luz que yo tengo es Cristina, de ahí, ni para arriba ni para abajo. Estoy en el agrado del regreso sabiendo que está Evita en Cristina, entonces me quedo tranquilo pero con esos entrecomillados por ciertas cosas que no me interesa dejar plasmadas aquí.

¿Te acordás de aquel día que supiste que Evita existía?

¡Pero cómo no voy a saber si nací en el 35! Mi bisabuela nació en 1866 y murió a los 86 u 87 años. ¿Sabés cómo murió? Iba a hablar Evita el día del Renunciamiento, lo transmitían en cadena y en el parlante de la plaza de Luján se podía escuchar. Teníamos una canilla sola afuera en el rancho, mi bisabuela se lavó la cabeza, como se lavaba siempre, y se fue a la plaza. Cuando regresó tenía un poco de fiebre, de ahí empeoró y de a poco tuvo… su no estar, su no estar estando, por ir a escuchar a Evita… No sé si esto alcanza para entenderlo.

¿En Cristina ves a Evita?

Totalmente, en su contundencia. El fuego de Evita es un fuego muy particular, yo diría que el ímpetu de lo que contiene lo revolucionario como fuego está en el sentido desesperado de su dramática oratoria. La amo a Evita, la respeto como suceso, es un regalo para la historia nuestra, para nuestra existencia. Y eso lo encuentro en Cristina. Evita y ella conforman una unidad, son una sola persona, se interrelacionan en el discurso y en la fuerza, en el fuego.

Una sala completa del sindicato de los trabajadores bancarios aguarda a nuestro Zuhair para conversar de forma abierta “con el hacedor cultural que expresa a la Patria Grande”. Sabe cabalmente del respeto que merecen quienes lo esperan, pero el poeta no quiere romper de manera abrupta este diálogo. Le anticipamos que es nuestra última pregunta, no vale la pena transcribir cómo la formulamos, únicamente interesa a esta altura la profundidad filosófica de una respuesta que solo completamos con un abrazo:

“Las esencias y de dónde emergemos eso no lo hemos perdido nunca. Tenemos orgullo hasta del hambre. Yo todavía no puedo tomar mate cocido si no le meto un pan duro, me acostumbré a eso y no hay cosa más rica para mí con un mate cocido que un pan duro. No me des una medialuna porque eso es una burguesía dentro de un intento proletario”.

 

 

 

 

 

 

 

 

“No sé si nosotros creamos a Luján o Luján nos creó a nosotros”

Que otra vez será…