Crónica sobre el estreno del documental HAM (Historia del Agua de Mendoza) en La Nave UNCuyo.

Por Eugenia Segura | Fotos: HAM

Crónica Ciudad 14-12-23

I

Por una calle con pastito, vamos. Cada tanto unos carteles de lata, con el fraseo único e irrepetible de Di Benedetto. Esa calle con puente aéreo y todo, lleva su nombre. Una fila larguísima. Ha venido un montón de gente, pensé.

Miré las chapas muchas veces triangulares de los viejos galpones del ferrocarril, la puesta del sol. ¿Puede ser? Pero no. Pregunté, y la fila interminable era para escuchar la Novena de Beethoven.

-Bueno, de todos modos esa multitud va a sincronizarse en uno de esos himnos a la humanidad -me consolé.

-No, acá estamos nosotros cinco, y una damajuana de vino caliente

-Entonces está todo bien.

II

Por un momento flashee que iba a tener que hacer toda esa cola. Temí no conseguir butaca para mi amiga. Soñé la sala llena, es decir. Igual la gente fue cayendo más tarde, y todo resultó mucho mejor tal como es.

Creo que va como la novena vez que la veo, porque una vez la vi dos veces: fue en Lavalle. Tiene una explicación simple: aquella vez la vi por mis ojos, y por los de mi viejo, con su silla en el medio de la ruta, su gesto para que los camioneros tocaran bocina, cuando ya no daba más.

Esta vez voy a probar la experiencia inmersiva, desde la fila cuatro.

-Yo quería nombrarla a Graciela Hermoso, que de alguna forma nos está guiando desde el misterio -fue la intro.

III

Se siente el impulso, pero se pierde dimensión de lo que es, desde la fila cuatro. Lo más parecido a estar ahí, pero como entre pixelada y de carne y hueso.

De un lado y otro de la pantalla, está la misma gente. Salta de la pantalla a la realidad. Y gente nueva, que ya se ve venir una saga. Quién sabe hasta cuándo continuará.

-Vengo como muchos de varios días de desesperanza, y ver la peli me dejó como… abrazada -dice una poeta en el bar Los dos amigos, a cuatro o cinco cuadras del solar de San Martín.

-… la parte del abrazo, del festejo, a mí me impactó, y a la vez ese abrazo tan festivo, convocante -dice alguien que le pone banda de sonido a este video juego.

-Cuando apenas pasó lo que pasó, me llamó un amigo brasileño y me dijo: “Amiguita, tranquila. Nosotros ya pasamos por esto. Sé que ahora parece el fin del mundo, pero no. Ya ves: con mucha resistencia, y mucho tejer redes. Y acá estamos.”

IV

-Yo soy de Buenos Aires, crecí con la idea de que al río no podés meterte. Como que lo tenés naturalizado, que el río está sucio. Acercarte al río y taparte la nariz. Y que cuando llueve mucho, ese río se desborda

-A mí me agarró la pandemia en Las Vegas, y la montaña me cuidó.

-Cuesta entender que el agua no es infinita y que se contamina…

-A mí me llamó un amigo arrepentido hace nada, un par de días ¿Y sabés lo que me dijo?

-Ni idea…

-Me dijo: “Enseñame a luchar”_

V

En una parte de la experiencia inmersiva, me paro como para preguntarme en qué parte del Himno a la Alegría andarán allá arriba. Y me río sola, como quien de una picardía se acuerda.

Veo amplificados los detalles, al fondo una madre joven juega con su niño al pisa pisuela. Una anciana se seca la frente con un pañuelo en el parque cívico, aquí y allá cualquier cosa puede convertirse en abanico. Se mueve otra vez el aire hirviente de esos días.

Las texturas visuales son tremendas. Las escombreras de Chile, las telas de la ropa. Las luces y las sombras de quienes van doblando una esquina, multiplicadas por el alumbrado público. Y así.

Del humo picante emergen flores, y flechas. Es fácil distinguir unas de otras. Es fácil confundirlas, también, con su setenta por ciento de agua bajo la piel.

Está en la sala el maestro que le puso banda de sonido a todo esto. Un mago de jugar muy limpio con tus emociones.

VI

Por suerte siempre hay un duende o duenda que consigue el hielo para el vino. Por suerte siempre hay alguien que dice públicamente lo que a otro se le olvidó decir. Por suerte cuando funcionamos intuitivamente como equipo, nos complementamos de maneras armoniosas, y no hay fisuras. Es el respeto justo. Así como es la temperatura justa del vino, para brindar por todo lo que fuimos, lo que somos, y lo que vamos a ser.

Crónica Ciudad 16-12-23

VIII

-Como pueblo huarpe agradezco mucho la incorporación del idioma millcayac. La espada y la cruz trajeron los ismos. Los sectarismos, los fanatismos. Cualquier ismo genera fanatismo -dice el cacique.

-No debe haber palabra en millcayac para eso.

-Así es… Como decimos los pueblos originarios, no somos dueños de nada, somos partícipes de todo.  Y la mujer siempre va a ser lo más importante, porque es la que transmite el idioma, las leyendas, la cultura…

Mientras habla, veo sus ojos antiguos brillar, como en la ruta.

IX

-Lo que me llamó la atención de la película es la contradicción entre los políticos que no representan a nadie, y el pueblo que se los baila a todos -dice alguien.

X

-Como guardaparque yo estaba en la Laguna del Diamante, con autorización del IANIGLA para estudiar los glaciares cubiertos, y me derivaron a la Payunia… Además no nos daban combustible suficiente para ir a hacer el trabajo de mapeo de glaciares…

Los informes desaparecen. Los camiones que van a los pozos de fracking. Y si tenés un dron tienen un francotirador que te los tira abajo.

XI

Desde adentro nos llegan ráfagas de un jazz exquisito. De pronto se mezclan con una pieza que, podría haber sido un haiku de un estoico mendo-andino, hasta acá: “me quieren agitar/ me incitan a gritar/ soy como una roca palabras no me tocan/ adentro hay un volcán/ que pronto va estallar/ sólo quiero estar tranquilo”

La gran epicteto de la piedra gris, pero en cosmovivencia andina. Ese raro punto de equilibrio que nos hace inmunes a la yuta, a los ataques, al miedo.

“Antonio: también la muerte es un territorio”, dice un graffitti pintado en el suelo. Hasta tocar el núcleo del mal, que es la banalidad del mal, con los pies. Y poder llegar por fin al nivel Girondo de la resistencia no violenta socioambiental.  El nivel Girondo es: “Hay que compadecerlos/ no se acercan a un árbol si no es para mearlo”.

-Y mi corazón, idiota, siempre brillará-

Crónica Ciudad 17-12-23

XII

Por calles con pastito volveremos, le digo a la chepica. Quedate tranqui, esto sigue…

Esta vez la cola para HAM sí es la interminable. El sueño de la sala llena salta el cerco de los posibles.

Ahí están los sikuris, el pregonero, la señora que diseñó las remeras que dicen no a la minería contaminante. La niña que me escribía cartitas y me dibujaba mariposas.

La convergencia de todos estos factores decidió el modo en que experimentaría la inyección de energía de ¿97 minutos? que es HAM. Voy a probar de verla como si fuera una especie de Día de la Marmota, pero de la angustia-felicidad colectiva. Como caer en un bucle infinito de una condensación de diez días, en un tiempo que se te hace eterno.

Hoy cumple vuelta al sol el día que bajaron la ley, me apunta la Luli. Cuando lloramos al costado de la ruta. Cuando nos miramos a los ojos y nos dijimos

-Esto no se va a quedar así.

-No sé cómo, pero te juro que la vamos a dar vuelta.

XIII

Desde unos mates en un patio de San Rafael, Blanco me da una pista.

-Mirate El Hombre detrás de la cámara, de Dziga Vertov. Ahí está todo.

La vi. Uno de esos rusos poetas de la imagen en blanco y negro, contemporáneos del Acorazado Potemkin. Un fresco de la gente de antes, un espejo en qué mirarse. La vieja y curtida condición humana, con sus luces y sus sombras.

-Es una pena que hayamos perdido esa inocencia frente a las cámaras. Ahora todos nos sabemos mirados a cada instante, filmados, fotografiados, siempre en pose -se lamentaba Blanco.

Para salir del bucle de las repeticiones, me aferro a los pequeños detalles de las variaciones. Ahí está la poesía, en una manito alzada, en un dedito acusador, en una mueca de burla, en la transparencia de los detalles que se superponen a los detalles. Meter las manos donde el barro se subleva, trabajar en la materia cruda donde late el corazón de un lado y otro de la pantalla. Tomarle el pulso a una pueblada.

Tres funciones seguidas y ya estoy como en uno de esos días donde de pronto estaba en la legislatura, o en un puente, o en un parque, escapando de la yuta. Cerraba los ojos un ratito, y unos sherpas me remontaban a una carpa en el medio de la ruta 7, donde se bailaban chacareras sobre la doble línea amarilla de no pasar. En todos lados sonaba esa de la cordillera, qué linda está…

Un aplauso me sacó de mi ensueño. Estalló con la imagen de la bandera en la fuente de aguas danzantes de la plaza Independencia. Ese día que aplaudimos como huarpes, sin saberlo. Eso no había pasado antes: era la ciudad que celebraba su Noche de los Tambores.

XIV

Fue una fiesta total: los sikuris saltaron de la pantalla a la sala, nos envolvieron. Una ronda real cerró esa proyección de la fábrica de sueños en un círculo. “El cine es, ante todo, un arte colectivo” es el the end de la peli.

En el bar, el pregonero me cuenta que es un estribo de una canción de Chapeca, lo que canta en la peli. Me recita una de Charly, la canción de dos por tres; yo le convido un poema. Un sikuri que estaba en Australia me cuenta cómo entraba a la biblioteca nacional de Sidney, para “robar” Internet y desde ahí manejar las redes, contestar los mensajes, todas esas cosas que no podíamos hacer los que estábamos en el asfalto.

-Ahora que la he visto, es como si la hubiera vivido también desde acá -nos dice.

-La verdad nos hará libres, salú!

 

Me viene el recuerdo de una obra de arte de una alumna en el IES de San Carlos. “Ya no es tiempo de capturar la belleza, sino de liberarla”.

Y ahí la ves. Bailando como siempre. Con la fuerza intacta.