De la mano de EL OTRO, el escritor y músico Carlos Acosta acerca los cuentos que componen Casa de Amar, un libro/disco íntimo y lleno de poesía que será estrenado el 4 de octubre en el espacio cultural Luna Llena. 

Julia y Alfredo

Música y piano: Carlos Acosta
Voz: Alejandra Marengo
Grabación: Mauri Jara
Mastering: Javier Ledda.

 

Llegaron a la casa para alquilar una habitación, era en marzo  del 77, traían dos maletas grandes y dos bolsos, ahí todo su presente y su pasado.

Ella era pintora, así se presentó, Él vendedor, no dijo de que, mi viejo no preguntaba mucho, solo acordaba el precio del alquiler y  el pago por adelantado, les daba un recibo que decía ” Alquiler de habitación con muebles en casa de familia”, en forma seria y solemne.

Se instalaron en la última pieza antes de la cocina, la casa era grande , la fachada alta de adobe pintada de verde al  agua, un portón de metal  muy alto que daba al patio con una parra que abarcaba toda la casa, la otra entrada, que solo ocupábamos nosotros, tenía una puerta de madera grande con picaportes y llamador de bronce, y una ventana con un cartel de una hoja de cuaderno “ se alquilan habitaciones “, se entraba a un salón dividido por un tabique al medio, del lado de la ventana dormían mis viejos, del lado de la puerta Yo, mi cama y mi ropero,  la galería con mampara y cuatro habitaciones, la cocina inmensa y la lavandería y baño al final, la casa chorizo típica.

Después de algunos días, Julia trajo varios cuadros suyos, que vendía, eran de paisajes de Chile donde había vivido hasta el año 73, año en el que vinieron a Mendoza, como   tantos otros  chilenos huyendo de Pinochet .

Julia era delgada,  de  pelo largo castaño claro desteñido, apenas por  debajo de los hombros, de ojos grandes y vidriosos  y arrugas en toda su cara, con cuerpo de adolescente y mirada de anciana. Siempre usaba pantalones y unos zapatos acordonados masculinos y remeras o pulóveres de colores, la veía como una  Hippie vieja de los 60.

Alfredo era grandote y gordo, de gesto serio y triste, solo lo veía a la mañana cuando  pasaba  al baño por el patio con una toalla al hombro, saludaba por la ventana de la cocina en forma respetuosa, tomaba algunos mates en la puerta de la galería  que daba al patio y a su habitación, escupiendo el primero, “el primer  mate de la mañana hay que escupirlo”, decía, luego salía y no lo veía hasta el otro día.

Las puertas de las  cuatro piezas que daban a la galería tenían postigos, que de día se abrían para tener luz, y de noche se cerraban para tener intimidad, Julia ponía sus cuadros sobre la cama, la mesita de luz y algunos colgados en la pared, siempre los cambiaba de  lugar, salía un par de días a la semana a venderlos y volvía con sus cuadros para acomodarlos otra vez, algunas veces pasaba y la veía mirando sus paisajes en acuarelas, quizás recordando sus lugares del  pasado.

En los meses que vivieron en la casa,  nunca los vi salir juntos a Julia y Alfredo, si dormían en las noches y tomaban mate en las mañanas, luego, Alfredo se iba con su carpeta de ventas en la mano, y su caminar cansado de llevar su cuerpo de elefante bueno.

Cada tanto Julia sacaba algunas botellas vacías para tirarlas de caña Legui, ginebra o vino barato. Quizás sería parte de sus ceremonias de final de día, beber algo, contarse lo sucedido en sus existencias, recordar, reír o llorar, encontrarse en sus soledades , en sus espantos, así, hasta dormirse en la cama matrimonial de elástico de metal, y colchón de lana, Alfredo y su cuerpo y su camiseta a malla grande, Julia y su cuerpo flaco y  menudo.

Tal vez se encontraron para quererse de esa manera, quizás El la cuidaba, y Ella lo acompañaba, y en esas charlas nocturnas, de vaya a saber qué, vaciaban sus maletas de pasados pisados y cuando alguna botella moría, abrazados se dormían.

 

Casa de Amar será presentado el viernes 4 de octubre, a las 21.30, en el espacio cultural Luna Llena.
Reservas y dirección: 261 2461061.

 

“Mis personajes tienen riqueza por el simple hecho de vivir”