Rubén Digilio está en Mendoza y dialogó con EL OTRO. El reconocido reportero gráfico protagonizó este jueves la inauguración de su muestra “En mis ojos, Malvinas”, un recorrido por los vestigios de la guerra, la vida cotidiana y la fauna del archipiélago. Entre viernes y sábado ofrecerá talleres en los que compartirá experiencias de sus más de treinta años “dibujando con la luz”.

Texto: Negro Nasif | Fotos: Coco Yañez

Nuestro fotógrafo dispara y a Rubén le pican las manos, que ansiosas se les van a los bolsillos. Pero más le pican los ojos, sin saber dónde meterlos. Le pica el cuerpo, las manos, los ojos. Más uno que el otro, presumo que el izquierdo.

¿Pero cuál es el ojo que te pica, Rubén? Por qué no se lo pregunté, me reprocho ahora, de noche, en silencio, mientras busco para que Google me responda: No se han encontrado resultados para “Con qué ojo saca las fotos Rubén Digilio”.

Hay razones que la inteligencia artificial no entiende, por ahora. En la web el concepto digilio fotógrafo me devuelve su rostro y la insoslayable composición de juegos y sombras sobre el cinismo de Mauricio Macri, aquella foto de Rubén que se convirtió en virus de red en 2019, luego de que Clarín lo despidiera de un saque. A él, a su trayectoria de dos décadas, y a sesenta y tres trabajadores/as más.

Foto: Rubén Digilio

“Rubén jugó con el intertexto, con nuestra complicidad como observadores, con nuestra sabiduría popular de quien es Pinocho. Jugó haciéndonos un guiño visual, sabiendo que nosotros completaríamos el sentido”, escribió la especialista en fotoperiodismo Cora Gamarnik, a propósito del golazo con la mano de Digilio.

Ayer, inauguró su muestra En mis ojos, Malvinas en el Espacio Máximo Arias de la Ciudad de Mendoza. Hoy y mañana dará dos talleres, en los que compartirá sus experiencias como reportero gráfico de sus casi 35 años de destacada trayectoria. Con este contexto, lo entrevistamos.

(Consultá aquí toda la información de la muestra y los talleres).

“Todavía se me ponen los pelos de punta”, dice y desenfunda las manos para frotarse los brazos, buscando calor corporal que le disipe la emoción, cuando nos comienza a explicar su llegada en 2018 a las Islas Malvinas, lugar en el que aterrizó para trabajar en una excepcional cobertura periodística propuesta entonces por el gobierno británico al diario Clarín.

“Del avión fuimos directamente al Cementerio. Fue la única vez en mi vida que me paralicé. ¡La única! Quedé duro una hora sin poder hacer una sola foto, sin saber qué hacer. Como si me hubiese detenido en el tiempo. Me acordaba de la guerra, de los pibes, de sus familias, del hijo de puta de Galtieri en la Plaza de Mayo diciendo ‘Si quieren venir que vengan, le presentaremos batalla…’ y no podía manejar la emoción. En ese momento se me cruzó todo. E hice algo que nunca había hecho: comencé a escribir lo que me pasaba. Escribir por necesidad.

¿No te alcanzaba con el ojo?

Sí, eso que vos decís… No me alcanzaba con el ojo. Nunca antes me pasó.

Hay un momento fuertísimo en Malvinas, en una trinchera. Hacían 12, 13 o 14 grados, era pleno verano de Patagonia. Metí la mano en la tierra, la dejé 20 segundos, la saqué, fría, y ahí me empecé a acordar que nuestros pibes estuvieron en ese lugar, con 15 grados pero bajo cero. Se me cruzaban esas cosas y necesité comenzar a escribirlo. En ese estado estuve durante todo el viaje.

Para mí, siempre lo digo, este no es mi mejor laburo. No pongo como excusa que me traicionó la emoción ni nada de eso, pero fue muy difícil hacerlo. Estábamos todo el tiempo controlados, había todo un protocolo, un plan de trabajo día por día, del que nosotros nos salimos un poco. Como en Los vestigios de la guerra que hicimos por nuestra cuenta, o las fotografías que tomé de un africano buscando minas de guerra, que fue tapa del diario.

Foto: Ruben Digilio | www.rubendigilio.com.ar

Los isleños ponían distancia, nos preguntaban siempre quiénes éramos y, cuando se enteraban que éramos argentinos, la reacción podía ser tremenda. ‘Nuestros enemigos’, me dijo uno y después se corrigió aclarando que era un ‘chiste’. En el pub donde está la foto de Galtieri, me dijeron que podía laburar pero que no era bienvenido, y en otro lugar directamente me anticiparon: ‘Si querés morir vení y sacá fotos’.

En las fotografía de La vida cotidiana sentí que me quedé medio rengo, porque ese contacto con la gente, en una semana que me llevaban de un lado para el otro, era complicado. Yo comenzaba desde las seis de la mañana y no encontraba a nadie en la calle. Lo que me salvó, entre comillas, fue un crucero que llegó a Puerto Argentino con tres mil personas, el doble de las que vivían allí. Ahí sí pude sacar un montón de fotos de turistas y unas pocas de tres argentinos, los únicos que vi, jugando al fútbol.

Se suele decir que el fotoperiodismo se asemeja a una forma de cacería. Que la fotografía es una especie de presa, y la cámara un arma. ¿Qué es la cámara para vos?

La cámara soy yo. La cámara es mi realidad, son mis ojos. ¿Vos sabés que estoy en la calle caminando, sin cámara, y no puedo sacar con celular? No es porque ya sea grande, sino porque no puedo mirar con la pantalla, necesito la cámara para mirar. Desde el rectángulo donde pongo el ojo ahí meto todo.

Como decía Cartier-Bresson, no es sólo la mirada, es todo lo que vos tenés adentro puesto en la imagen.

¿Cuándo ves la foto? ¿Antes de disparar, durante, después?

La foto la veo ahí, en el cuadro de la cámara, pocas veces reencuadro en la edición. Antes de disparar, por supuesto que pensás, imaginás, tenés la idea, pero la foto está en el cuadro. Después cuando vas a la computadora empezás a descubrir otras cosas, detalles y relaciones entre los objetos.

Foto: Ruben Digilio | www.rubendigilio.com.ar

¿Te sentís con poder en ese cuadro de la máquina?

No. En todas las fotos está lo político, el poder, siempre está, pero yo no me siento poderoso. Tal vez ejerza un poder pero no de manera consciente, aunque tampoco soy ingenuo: saco la foto y con la luz opino.

Con la luz se opina, y de eso sí soy consciente.

Eso explicaría por qué sos reportero gráfico. ¿No te interesa fotografiar amaneceres?

Cuando yo arranqué en 1988, 89, ya sabía que quería laburar en un diario, me interesaba contar con mi mirada, con mi pensamiento, la realidad de todos los días. Después se dio que me convocaran para revistas, como la del diario La Nación y la Viva de Clarín. Ahí tenía mucho más tiempo, pero siempre el ojo, la mirada dibujando con la luz.

A mí los amaneceres me encantan, los disfruto, tomo mates viéndolos, puedo llegar a fotografiarlos, pero no necesito la cámara. Si pasa algo, si hay una orca saltando, ¡ahí sí! Me encanta hacer fauna. En Malvinas estuve como tres horas hablando con los pingüinos hasta que, cuando me estaba parando porque tenía las rodillas rotas, uno abrió la boca y le saqué una de las fotos de esta muestra.

¿Te gusta revisitar tus imágenes, la mirada retrospectiva sobre tu obra?

No, siempre estoy mirando para adelante. Mi foto es la que está por venir.

“Fotografiar es colocar la cabeza, el ojo y el corazón en un mismo eje”, enseñó el maestro Henri Cartier-Bresson, y es evidente que la pretensión de ese alineamiento habita de manera irritante en el reportero gráfico Rubén Digilio. Le pica en el cuerpo, en las manos, en los ojos.

¿Cuál es el ojo que te pica, Rubén?

 

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