Desde hoy la emisora LRA6 lleva el nombre de Radio Nacional Mendoza Quino, en homenaje al descomunal humorista gráfico Joaquín Salvador Lavado. A un año del fallecimiento de uno de los mendocinos más trascendentes, la radio pública inaugura una muestra visual coordinada por Miguel Repiso. “Él quería que lo sacudieran, que le dijeran que Mafalda pasó, que lo reconocieran como un autor que estaba todo el tiempo buscando nuevas formas y mecanismos”, lo recuerda Rep en diálogo con EL OTRO. El dibujante de Página12 plantea la necesidad de una mirada mucha más profunda sobre el humor gráfico, y pone en cuestión a una crítica que suele enfocarse en las llamadas artes mayores y no en los dibujitos de un intelectual merecedor del Nobel.

Por Negro Nasif | Fotos: Coco Yañez

En 2016 sorprendió a muchos y generó una gran polémica que la Fundación Nobel decidiera entregar el máximo reconocimiento mundial de Literatura al músico y poeta norteamericano Bob Dylan. “¿Podríamos pensar que es un premio que también mereció Quino?”, le preguntamos a Miguel Rep, con cierto tono de provocación. Y sin dudarlo contesta: “Sí, por supuesto”.

Podría señalarse exageración en tamaña respuesta, sobre todo de boca de un fanático, de un amigo, de un seguidor, de un fiel discípulo a los pies del dogma profano, ni más ni menos que en la mismísima tierra del endiosado Padre de Mafalda. Sin embargo, sin descartar las causales de invalidez, debemos aceptar en favor de su verdad que Rep es uno de los artistas con más autoridad en América Latina para soltar semejante grandilocuencia, sin pecar en omisión de argumentos, materia escasa si las hay por estos días.

Rep gambetea con consciencia la calificación bronceada de “universal” para hablar del mendocino que disfrutaba tomar su vinito en la intimidad inexpugnable de su casa. Pone en el semblante el mismo tono de hartazgo que sentía el maestro cada vez que “le hinchaban las pelotas con la vuelta de Mafalda”.

“Antes de Dylan, Darío Fo fue el primer escritor (en 1997) que logra un premio Nobel desde las artes más callejeras, desde el teatro bufonesco. Sin embargo, tanto en Dylan como en Fo nos encontramos con una crítica especializada, el teatro y la música lo tienen desde hace mucho tiempo. En cambio, en el humor gráfico eso todavía no pasa. A Quino, cuando lo critican lo ponen en un contexto sociopolítico, pero no es una crítica sobre la calidad de la obra. Muy raro, ¿no? La gente no se forma para leernos con detenimiento, nuestros cambios, nuestros tropiezos. La cuestión está más en: si me gusta o no me gusta; si lo sigo o no lo sigo.

Rep mete el cúter en la llaga de la extraña discriminación enciclopédica que pretende cajones con artes mayores y menores, plástica de caballete y de mural, pinturas y dibujitos, mientras avanza esta entrevista en torno de la muestra visual que desde hoy se podrá visitar en el histórico edificio de Radio Nacional Mendoza. Adentro ya se colgaron las obras de Miguel Repiso, Omara Serú, Osvaldo Chiavazza, Kevin, Ernesto Guerrero, Salomé Gamboa, Fabiana Juri, Mariano Ledesma, Carlos Alonso, Crist y Marcela Furlani. Afuera, un nuevo cartel resignifica este maravilloso espacio radial  y de la cultura cuyana con el merecido renombre: Radio Nacional Mendoza Quino.

Miguel Rep y Quino en el Museo Nacional de Bellas Artes. Buenos Aires, 8 de octubre de 2013. Foto: Coco Yañez

Además de realizar uno de los murales, sos el coordinador de la muestra en homenaje a Quino. ¿Cómo surgió esta convocatoria?

Calculo que me llamaron en calidad de colega que aún está vivo, creo, y de amigo, de haber estado próximo, de haberlo homenajeado en vida, aparte. Yo le hice muchas cosas que él vio, no es que soy una viuda. Él lo vio, él sabe lo que le celebré y qué le critiqué.

Me pidieron que hiciera un mural y que coordine al resto de los muralistas y yo pedí que todos los demás fueran mendocinos y que hubiese paridad de género. Un signo de estos tiempos que Quino hubiera aceptado. Porque pensé en hacer algo acorde a Quino y como si él estuviese mirando, si no sería una utilización horrible de quien cumple un año de muerto. Está bueno ponerle Quino a la radio en su lugar, un lugar que lo formó, lo vio irse y volvió a verlo en sus últimos tiempos. Esta provincia le debía un homenaje.

Todo lo que pensamos tiene que ver con Quino en Mendoza. Además pedí una muestra de fotografías de su vida aquí, y no tanto eso de lo universal, de ese famoso que todo el mundo celebra, sino el hombre de acá.

Recién decías que celebraste y criticaste a Quino. ¿Qué es lo que más le reconocés?

Su calidad. Es lo que me hipnotizó cuando lo descubrí muy tempranamente. Yo siempre quise ser dibujante antes de conocer la obra de Quino, pero capaz que hubiese sido un dibujante más tirando a la producción de Dante Quinterno, Manuel García Ferré, o de rellenadores de huecos de revistas y no de un autor.

Conocer a Quino fue abrir la puerta a la posibilidad de ser autor, opinar, y también me trajo toda la escuela europea. Antes de Quino el humor gráfico no era tan inteligente, era un humor popular, funcional, unidimensional, de una sola conducta, de personajes fijos. En cambio Quino importa algo y forma parte de esa generación de los 60 que viene a renovar las cosas. Él trae una calidad de los guiones, una calidad de la puesta en escena y una calidad en el dibujo. Es un dibujante de mucha  precisión, no es un dotado, para nada, no es un Carlos Alonso, no es Crist, no es de esos que nacieron y son dotados, esos que hagan los que hagan les sale bien. A Quino le costaba dibujar, eso lo sé, forma parte de otra estirpe, pero con esa limitación hizo maravillas, mucho más que los dotados.

Luego hay un misterio en cuánto a su figura, nunca fue un tipo fácil de invadir, fácil de averiguar…

Como un Indio Solari de la historieta…       

Sí, claro, tiene un misterio que este gremio no lo tiene. Yo creo que tiene que ver con sus silencios y con sus renuncias también. Porque no es fácil renunciar a un personaje como Mafalda a los nueve años de su aparición y en pleno éxito, ¿no? Es un poquito como el devenir de los Beatles: nueve años y ¡tac! renuncio.

Muchas veces se dice de Quino que es un genio. Me imagino que a él no le gustaba que se lo elevara del plano humano a la divinidad. ¿Qué le criticás? ¿Discutías algunas cuestiones artísticas con él?

Él no era de mostrar dibujos, nunca decía “mirá lo último que hice, ¿qué opinás?”. Era un cabezón que cuando hacía algo tardaba mucho en hacerlo, porque era de producción lerda, un dibujo por semana es una producción muy acotada, pero de una precisa calidad. Ese era su tempo.

Yo no fui contemporáneo de la lectura de Mafalda, la leí después de que terminara su publicación, pero sí fui contemporáneo de sus páginas y creo que, más que criticar, acompañaba su autocrítica. En los últimos años él decía: “Me estoy repitiendo, siempre estoy indignado, siempre estoy enojado”. Y es verdad. Yo coincidía, le decía que era cierto que el mundo se estaba yendo a la mierda, que todos los deseos de su generación no se cumplieron y que las cosas empeoraban.

Cuando avanza la vejez, la ceguera, y asume que se repite, decide dejar de dibujar.

Su última obra es una monotonía de la indignación, mientras que su época dorada fueron los 70 y los 80. Eso es lo que siempre celebro.

Es muy complejo cuando la gente, bajo cierto fanatismo, aplaude la monotonía, ¿no?         

Es que la gente no tiene análisis finito, aplauden todo, se quedan con Mafalda y se anquilosan en eso. Y él quería que lo sacudieran, que le dijeran que Mafalda pasó, que lo reconocieran como un autor que estaba todo el tiempo buscando nuevas formas y mecanismos, como ocurrió en los 70 y los 80, cuando un día hacía un chiste sobre el medioevo, al otro día uno sobre la prehistoria, después sobre el futuro y después sobre el poder o un ejecutivo. Ese era el mundo de Quino más que Mafalda, y ahí no había crítica.

Nosotros siempre admiramos a las otras artes que están llenas de críticas, pero a nosotros no nos critican, no tenemos una crítica especializada. Entonces, Quino podía ir a ver Bergman o a Greenaway, y tenía una especie de acuarela analítica que heredaba de leer las críticas en los diarios o en Cahiers du Cinéma. Y en este sentido él era muy preciso con sus observaciones e interpretaciones a partir de esas lecturas.

En cambio, los humoristas gráficos no tenemos críticas como tiene los artistas pictóricos, plásticos, en general, lo que se considera arte mayor. A nosotros nos dejan por ahí, y si tenés un leve éxito te dicen que sigas así, que sigas dando siempre lo mismo hasta que te jubiles. Quino dejó de darles lo que querían, todo el tiempo le insistían con que vuelva a hacer Mafalda y él, cabezón como era, no lo hizo y se lo respetó.

Quino nunca ha sido considerado como un autor, nadie ha analizado con profundidad sus obsesiones en las distintas épocas, en la observación de cosas finitas que, por ejemplo, a Carlos Alonso, a Guillermo Roux o a Sergio Sergi sí le hacen. A los humoristas gráficos se nos deja por la libre, como si fuésemos niños que nos dieron una beca para siempre, pero que tenemos que devolver esa cosa casi infantil.

En el caso de las artes visuales hay cierto entrenamiento para mirar la imagen como cuadro, con parámetros muy clásicos y no se suele poner acento en los planos narrativos. Vos sos alguien que diariamente trabaja con la narrativa, tanto en las obras de Página12, como en proyectos más extensos como el Mural del Bicentenario. En el caso particular de este mural en homenaje a Quino, ¿cuáles fueron los parámetros que estuvieron en juego?           

No tengo una conducta, yo tengo distintas apuestas formales o de contenido y cada una tiene que encontrar su propia solución. Este mural es un quilombo que yo no me esperaba, era más fácil para mí hacer a los dos dialogando y listo, pero después me va pidiendo otras cosas y también me encuentro con limitaciones técnicas que yo tengo. Tengo muchas limitaciones plásticas, yo no soy un hombre de la academia.

En febrero pasado cuando me propusieron coordinar los cuatro murales ya sabía que le iba a dar a Chiavazza la responsabilidad de buscar a cada uno de los autores. En mi caso, ya tenía esta idea fuerza, del Quino de los dos extremos en Mendoza. Y lo que encontré, mirando en perspectiva hacia la montaña, fueron los Portones del Parque y pensé meterlo ahí para que dialoguen el principio con el final. Una situación imposible, mágica, pero que el viejo Quino podría haberse imaginado tranquilamente. Eso después te lleva a problemáticas plásticas, primero yo tenía como mucha sensualidad por lo verde, la idea de ponerle verde al desierto, a esta sequedad. Me gusta dibujar eso porque me parece que él es una arborescencia en el sentido imaginativo. Después el piso me fue pidiendo otra cosa, ya son planos plásticos y ahí fui como un pintor realista, ellos no podían estar pisando el verde, quise hacer ese pedregullo, ese polvo de ladrillo, y me encontré también con que si hacía una zona roja sería una zona muerta. Se me ocurrió entonces la solución Klimt, que es la de los puntitos, decorativa, que compensaba de alguna manera la parte arborescente de los distintos verdes y formas que fueron saliendo sin boceto. El portón le dio un marco tan de ustedes, tan mendocino, eso tan reglado, y yo soy todo lo contrario. Al cielo, que era blanco, le agregué gris y ahí empecé a ver la ciudad, porque ellos desde ese punto de vista no podrían ver la montaña y ahí apareció mi placer por dibujar la orografía urbana.

Hay decisiones parquizadas, de terrenos que me gustan dibujar y, aparte, como tengo poco tiempo no tengo mucho margen para experimentar. Así y todo hay algunos experimentos que aprendí en este mural. Básicamente, busco que la gente se meta en un cuadro imposible, que es el joven retratando al viejo, y en el retrato ahí sí está la montaña.

¿Están en una especie de estado de naturaleza?

Sí, es como un poco Rousseau… Aunque no pensé tanto en eso, son soluciones desesperadas, me despierto a la madrugada y pienso que en ese espacio quiero divertirme dibujando en línea. Lo urbano de un lado, del otro lado la sensualidad del follaje. Quiero a su vez lo blanco y negro, lo fantasmagórico que también es el origen de Quino, porque él se hace en blanco y negro, no se hace en colores.

Su pretensión acá, como joven dibujante, era ser un humorista mudo y blanco y negro, nunca fue en color.

Tal vez aquí esté la gran lucidez del humor gráfico: resolver urgente, es para mañana, para entregar esta misma noche.

Sí, pero las soluciones que tienen estas obras no tienen nada que ver con el tablero. El tablero es de una facilidad que no se puede creer, en cambio dibujar en vertical, con un cuerpo que se resiente mucho, y con balbuceos técnicos todo el tiempo, no es de un placer enorme. Es un placer cuando al final ves que el mural termina contando algo.

Yo no quiero que la gente diga: ¡Qué bien! Quiero contar algo, quiero que haya una petit conmoción, que la gente diga: Mirá, aquí está Quino…

 

Conversaciones con la luz azul