Algún invierno

Por Juan Pablo Barrera | Foto: Seba Heras

La ciudad comienza el proceso de apagarse, el aire frío se siente en la nariz apenas asomada detrás de una bufanda, los ojos vidriosos, el agua de la lluvia finita que sólo tiene el romanticismo en las poesías de otoño y que parece que no moja pero lo hace. Las manos apretadas mientras camino como haciendo fuerza, así los músculos se tensan y tengo (tenemos) la extraña sensación de combatir mejor al frío. Repaso en mi cabeza el momento en el cual, alguna vez usé guantes, pienso lo bien que vendrían ahora, un pensamiento innecesario (otro más). Me cruzo gentes a las que apenas se le ven los ojos (y sabemos que no es poco), no me detengo en miradas, sólo camino en este frío de invierno que de una vez por todas se anima a aparecer. Voy sin saber del todo dónde, pero quedarse quieto sería una muy mala idea en este panorama. Encuentro un kiosco, esos que están como al paso, sobre la vereda, apuntando al exterior, compro cigarrillos (otra mala idea la de fumar), le pido fuego a la chica que también apenas deja ver sus ojos marrones y que con un caloventor intenta engañar a su cuerpo que lo que ve no se siente.

“Uno extraña el verano cuando hace frío” pienso en una filosofía propia de un infante y me respondo casi con la misma profundidad que “para extrañar es necesario que lo que se desea en ese momento no esté”. Y ahí casi con una epifanía de la filosofía barata, me atraviesa el recuerdo de lo que fuimos, de lo que somos, de la promesa (y deseos)de frazadas, del abrigo del alma que en algunos inviernos necesita de soles de verano. Me acuerdo que no me acuerdo donde camino, el humo del cigarrillo, parece no terminar nunca, es como una exhalación interminable. Estoy como perdido en una fría ciudad ya a oscuras. Trato de meter la nariz en la bufanda, las manos al bolsillo y encaro hacia el este, “El frío no se va pasar” sentenció y entonces pienso en sopaipillas o tortafritas, ya son menos los ojos que cruzo, creo que busco sólo los tuyos, por eso he dejado de mirar, probablemente por miedo a encontrarlos y que no sean los mismos. Me acomodo la capucha, aprieto la bufanda.

Ya sé hacia dónde voy, al olvido.

 

Crónicas canallas #1

 

Crónicas canallas #2