Por Julio Semmoloni

El relato hegemónico kirchnerista iniciado el 25 de mayo de 2003 por el recién asumido presidente de la nación, cobró un fervor inusual y se extendió por el devastado suelo patrio con la naturalidad vivificante de lo que no es resistido espontáneamente, hasta el día que afloró, visibilizada ex profeso, la grieta de su paulatino deterioro.

Las palabras, reunidas o sueltas, pueden tener una corporeidad más tangible, a veces, que las cosas y fenómenos físicos que forman el contexto de nuestros hábitos de vida. “Relato” es un conjunto de palabras que no puede verse como la luz del día, pero a los imbuidos de su significación les alumbra el camino para poder eludir las confusas tinieblas de la vaguedad política.

“Grieta” es también una palabra, una palabra suelta cuyo significado parece alertar sobre un riesgo acotado: “Abertura alargada y superficial, con muy poca separación entre sus bordes, que se hace en la tierra o en un cuerpo sólido, generalmente de modo natural”. La definición del diccionario permite deducir que una grieta sucede o aparece, en vez de ser buscada o provocada, y el latente peligro que entraña impresiona como susceptible de ser enmendado.

Grieta fue la palabra, la conceptualización elegida a propósito por estrategas del antipopulismo, para significar el resultado sociológico de la evolución del relato kirchnerista. Consciente o (mejor) inconscientemente confirman que el relato no propuso separar a los argentinos. De ese reconocimiento implícito de lo sucedido, derivaría también que la grieta cobró relevancia confrontativa en la medida que el gradual rechazo de la gente fue soliviantado mediante una campaña mediática antagónica y odiosa contra el gobierno populista.

Las grietas, las fisuras sociales son moneda corriente en países occidentales, cuya estructura capitalista parece requerir como sistema político establecido al liberal y democrático a la usanza anglosajona. Salvo contadas excepciones, hubo muchos países que se apartaron de ese paradigma en diversos períodos. En Argentina, por ejemplo, signaron el desmarque del modelo prevaleciente, tanto dictaduras cívico-militares como el populismo, aunque fueron regímenes de facto los únicos incentivados y tolerados por Estados Unidos, mientras que el populismo resulta la alternativa invariablemente acosada por esa potencia.

“Unir a los argentinos” es una de las increíbles consignas macristas. Sólo la posverdad inficionada en el deletreo incauto (a menudo cínico) de semejante patraña puede sostener aún tanto simulacro inconfesable. Con lo que ocurre en la calle desde principios de marzo hasta la represión a docentes y piqueteros en huelga, parece tener los días contados. La realidad que por ahora se asoma provoca espanto: empieza a notarse un tránsito inercial de la grieta al abismo.

Foto: Gentileza ES Fotografía

Los que hace pocos años denunciaron, alarmados y ofendidos, la aparición en sociedad de la casi inofensiva grieta -“estrecha abertura superficial”-, como secuela del esclarecedor relato kirchnerista denostado por ellos, ahora fogonean incesantemente el desprecio extremo a todo atisbo de populismo que emerja del descontento masivo, para que “no vuelvan más” esos tiempos, y abriendo en la población una discriminada separación mucho más ancha e insondable: un abismo.

El fantasma de la Carpa Blanca alborotó el tenso ánimo porteño. Se cumplía veinte años de aquella gesta pacífica y convocante, de ayuno a lo Gandhi, que vapuleó la soberbia desenfrenada de un gobierno envilecedor de la enseñanza pública. Tal vez amedrentado a priori por algún vestigio inquietante de aquel trago amargo para el menemismo, el aparato represivo entró en acción para impedir la instalación en el mismo lugar de una “escuela itinerante”.

La violencia inusitada contra esa manifestación legal en la vía pública no hay que medirla en función de la magnitud y el saldo en víctimas civiles heridas y detenidas. Debe considerársela de acuerdo con el contexto político-gremial en que se produjo, a la vez que evaluando el propósito explícito de quienes se manifestaban. En este sentido, adquiere una tremenda dimensión que augura un futuro cercano intimidante para la paz social y la gobernabilidad.

La represión a docentes que no interrumpían el tránsito y habían solicitado el permiso para el acto, irrumpió tras un largo conflicto con el gobierno nacional, expresado en paros y multitudinarias marchas, por la obstinación oficial de no aplicar la ley de paritaria nacional, en tándem con el desafío prepotente y amenazador del gobierno bonaerense a reclamos y protestas similares en la provincia.

Ya es una catarata de ininterrumpidas acciones ofensivas y excluyentes, pese a la prudencia (excesiva) y la disposición (sospechosa) al diálogo de una de las partes, la que representa a los trabajadores damnificados desde el primer día. La alianza gobernante de inmediato practicó su prefigurada inclinación de favoritismo clasista. Y el campo se le hizo orégano mientras los dirigentes de la central sindical jugaron a dos puntas.

El macrismo airoso y rebosante de poder nunca tuvo ni tendrá un proyecto elaborado, ni tampoco un condigno relato que sustente argumentalmente dicha proyección. El macrismo fue haciéndose al amparo de las flaquezas heredadas y la desorientación imprevista del populismo gobernante. Emergió oportunista para aprovecharse de las debilidades e imperfecciones de los que construyen improvisando una transformación, para contrariar esa tendencia y mantener el privilegio establecido de siempre.

Su proyecto es un contraproyecto, su relato un contrarrelato. Adolece de luz propia, es la resultante oscura de los que nunca sueñan ni dejan soñar porque ya lo tienen todo. Aquella provisoria grieta social kirchnerista va camino a un definitivo abismo entre favoritos y excluidos. Demasiada violencia en ciernes para un país como la Argentina, con tanta historia abnegada de resistencia y reconquista.

El macrismo nace y crece, paradójicamente, como excrecencia de una derecha artera en tiempos populistas. Caprichoso intento de ricos y acomodados para conservar reglas alteradas por el kirchnerismo, a fin de restablecer el constante ordenamiento de desigualdad y dependencia. Su mayor repudio durante los mandatos de Néstor y Cristina insistía que el país estaba “fuera del mundo”, es decir, zafando del modelo conservador-liberal y diversificando en demasía el menú de vínculos comerciales internacionales.

La derecha, el establishment, el macrismo son portadores del poder real, de ahí que no necesiten el poder formal (tan complejo y menos homogéneo). La chapucería y el desatino que demuestra Macri y su pandilla tienen que ver con la falta de experiencia, se verifica en los “conflictos de intereses” (eufemismo de corrupción). Presos de endogamia clasista, incurren cada dos por tres en una especie de institucionalidad incestuosa. Recelan de la “grasa militante”, no delegan funciones clave en partidarios advenedizos. Siendo los dueños de casi todo, acostumbrados a saltear la ley, ignoran o infringen la división de poderes que exigen respetar al común restante de la ciudadanía.

No saben gobernar. Atropellan por imperio de su fortaleza crematística, tras la búsqueda frenética de una ganancia rápida. No consideran semejantes a los perdidosos y desplazados, porque dicho accionar abusivo viene recargado de la insensibilidad idónea para los negociados. Si desde un principio quisieron tapar la grieta pisoteándola, ahora parecen más proclives a causar un abismo a las patadas.