OPINIÓN | Por Mariela Gelman
Fotos: Coco Yañez

 

«No quedó en el Matadero
ni un solo ratón vivo
de muchos millares que
allí tenían Albergue.
Todos murieron o de hambre,
o ahogados en sus cuevas
por la incesante lluvia».

(El matadero p. 151)

 

Pocas veces, o quizás ninguna, me pareció tan descriptivo de la actualidad el texto de Esteban Echeverría “El matadero”[1]. Los programas de Tato Bores, de Jorge Guinzburg o incluso de Alberto Olmedo, han tenido muchas oportunidades de actualizarse en los avatares de nuestra bendita tierra. Sin embargo, el clima de matanza, guerra civil y sangre que se vive desde la previa al 10 de diciembre del 2023 son de otra índole; tristemente no podemos decir que es inédito, pero seguro no se parece tanto a las crisis de los 90’ o del 2001. Más bien, el clima social que estamos atravesando se asemeja a lo peor de todas las crisis previas.

Mueran los salvajes unitarios

El estribillo que canta el zorzal en la letra de “Federación [2]”, parece andar resonando en varios rincones de esta larga, ancha y agotada patria que habitamos. Al agotamiento propio, corresponde sumarle y multiplicarle por 100 el agotamiento global. Vivimos sobre una tierra que no da más, la hemos extenuado (no tanto nosotros, como los otros, pero las penas las repartimos entre todos). Somos varios los que hace tiempo jugamos a decir que estamos viviendo plagas bíblicas: ola de calor, pandemia, diluvios, sequías, dengue, hambrunas y capitalismo salvaje. Todo eso sin Noé, sin la barca, con mucho Caín y poco Abel, y como si esto fuera poco, gobernados por un falso Mesías.

Sin embargo, nos inunda una quietud extraña, una especie de inmovilización post trauma. Es una sensación dilemática. Por un lado, queremos salir a protestar pero tenemos miedo de que nos pasen cosas a nosotros o a nuestros seres queridos. Queremos salir a defenderlo todo, pero también algunos sentimos “¿por qué salir a poner el cuerpo de nuevo si la mitad más uno de los argentinos votaron esto que nos está pasando?”, votaron para que nos abusen como sólo una persona dañada puede hacerlo; con precisión para la destrucción y una dosis de perversión que no llegamos a dimensionar hasta que sucede.

Una república entera está dentro del obsceno matadero, aunque no son los federales los que nos están dando a fuerza de “verga y puñal” (p.178), son, una vez más, los unitarios en su sádica reversión neoliberal. Mezcla de Calígula con algo de farándula, rudimentario de pensamiento y grotesco de formas ¿cuánto de él hay entre nosotros? Como señala Juan Grabois “La ideología de mercado y la competencia, la motosierra y el autoritarismo, expresan una situación latente. Hace años retrocede el sentido de comunidad y el deber para con el prójimo en el territorio, la escuela, el trabajo y las instituciones. Avanza el egoísmo rampante que puede ser individual o colectivo, virtual o presencial. Se ve en la sociedad y se ve en la política: yo y los míos contra todos. Eso es la desintegración social y la disolución nacional. Eso es la deshumanización. No la trajo Milei, Milei la expresa.” [3]

Frutal de penas

En la región cuyana se palpitan tiempos de vendimia a la par de “la pena del surco ajeno” como dice la zamba. Pensar en tiempos de cosecha, en los ciclos de la tierra y de la naturaleza, hoy más que nunca, conmueve. Es tal el daño acelerado de la pandemia a hoy, que es posible que esta forma natural perezca y nosotros a su vera. Al grosor de la metamorfosis de los últimos 6 meses –por poner dos simples ejemplos: uno local, Milei presidente; uno internacional: el apartheid sobre el pueblo palestino- que, como dijo en su columna del domingo Marcelo Figueras[4], insistimos en hablarle en un código social que ya no existe. Queremos hablar en el idioma de las instituciones de los últimos 50 años, y ese dialecto fue fumigado. Todo este panorama social es exponencialmente más dramático si se suma la crisis ambiental, que siempre es social también. Intelectuales como J. Riechmann, M. Linz y J. Sampere hace años que insisten en la fatalidad de este camino que recorremos, sin poder/querer detenernos. Dice el autor “no podemos obviar el debate sobre la austeridad, por difícil que nos resulte enfocarlo”, porque “aceptar límites no es la negación de la libertad: es la condición de la libertad”. Muestra porqué es tan necesario que “vivamos sencillamente, para que otros puedan sencillamente vivir”[5].

En este absoluto caos de “gente que no”, (¿no qué?) No a la protección de quién la necesite, no a la distribución equitativa de la riqueza de la nación, no al amparo y el reparo, no a la alegría del cuidado y el bienestar. Lo que se propone es carencia, exprimir, apretar, ajustar y eso es lo que se festeja con violencia y venganza. No solo puede ser estupidez la clave para explicar que no se hayan dado cuenta que ellos no son el león si no que son la gacela, la presa, la comida.

Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;

Fragmento del monólogo de Segismundo,
en La vida es sueño -1635- de P. Calderón de la Barca,

 

[1] El matadero. Esteban Echeverría, 1871

[2] Federación. F. Canaro ; J. A. Caruso; ;L. Ricardi.

[3] https://www.eldiarioar.com/opinion/grabois-tomas-isaias-deshumanizacion_129_10811569.html

[4] https://www.elcohetealaluna.com/fruta-extrana/

[5] Vivir (bien) con menos. Sobre suficiencia y sostenibilidad. J. Riechmann, M. Linz y J. Sampere, 2007

 

Ser peronista en Mendoza: entre la desobediencia y la marginalidad