Por Julio Semmoloni

La victoria que la derecha gobernante quiso escamotearle a Cristina en la provincia de Buenos Aires actualiza un par de situaciones políticas de por sí contrastantes: la ex presidenta mantiene un sólido caudal de apoyo electoral al mismo tiempo que se evidencia la dificultad del kirchnerismo para erguirse otra vez como primera minoría indiscutible.

Esta ajustada ventaja de Unidad Ciudadana por sobre Cambiemos abre varios interrogantes acerca del probable resultado de las elecciones del 22 de octubre en el distrito que reúne alrededor del 37 por ciento de todo el padrón. Ambas fuerzas dependen en extremo para ganar de la volubilidad de millones de votantes indefinidos ante la polarización que se presenta.

El escenario configurado por las PASO en territorio bonaerense en buena medida prefigura el resultado global de los comicios en el resto del país. Demandará otro escrutinio reñido, con lo cual la contingencia en pugna se anoticia de realidades que las encuestas no pueden asegurar: Cambiemos se ha convertido en una PROpuesta de alcance nacional, en tanto el kirchnerismo aún late vigoroso tras la diáspora peronista verificada en 2015.

El clima de época a favor del liberalismo conservador gobernante estaría generando la sensación entre la gente con cierta liviandad ideológica que el oficialismo no populista retiene una tendencia mayoritaria. Antes de realizarse las primarias abiertas, los medios corporativos con su prédica ya conocida y la formidable campaña propagandística impulsada desde el aparato estatal instalaron un posicionamiento dominante de aliento sostenido a todas las precandidaturas de Cambiemos.

El gobierno busca afanosamente repetir las holgadas victorias obtenidas por el alfonsinismo en 1985 y el kirchnerismo en 2005, las primeras compulsas de aquellos flamantes mandatos. Pero estas PASO por ahora interponen una muestra esquiva al oficialismo de turno. Cabe reconocer que Cambiemos está consiguiendo a medias su ambicioso objetivo, porque hace pie en todos los distritos. Al menos mantiene el tercio de electores que lo respaldara en la primera vuelta de 2015, aunque esta vez no pudo imponerse en el principal cotejo con su más antagónico rival, cual es el partido encabezado por CFK.

La exigua diferencia obtenida por la ex presidenta, y en condiciones de puja desiguales, no es suficiente para una triunfal vigencia de su incomparable liderazgo, en la medida que viene de ser la aclamada jefa de Estado en dos períodos consecutivos, cuyo proyecto político ejerció una notable hegemonía hasta hace pocos años. De no existir el adverso clima de época actual, a esta victoria suya se la podría catalogar de pírrica, teniendo en cuenta la diminuta estatura política de su oponente oficialista.

Por eso Cristina alertó a sus enfervorizados militantes sobre el peligro de caer en el triunfalismo. Durante el discurso del miércoles en La Plata, advirtió que dicha torpeza es la que espera el gobierno que cometan los partidarios de Unidad Ciudadana, con vista a la contienda del 22 de octubre. Fue estricta al señalar las maniobras tramposas perpetradas por el oficialismo en el escrutinio, cuya magnitud no registra antecedentes desde 1983. Y severa para exigir en adelante el máximo de control en toda la cadena escrutadora de votos de los próximos comicios.

El kirchnerismo apostó todo lo que tiene, o parece que le queda, para recuperar el entusiasmo, la confianza y el propósito que le permitió ser la única opción transformadora posible. Su desempeño en las PASO no ha sido decepcionante como auguraban los enemigos, pero en comparación con sus años gloriosos, aún no demuestra capacidad para reanimar aquella mística. El acto resultó un tanto ambiguo: osciló entre la mesurada alegría del demorado festejo y la ansiedad por el temprano relanzamiento de campaña. Todo transcurre según el influjo de la centralidad de CFK.

Si bien Cristina es la exponente de excelencia insuperable, su figura no pudo salir ilesa del terrible daño que le infligió la constante maledicencia. Y aunque no se haya probado absolutamente nada hasta hoy de lo que fue acusada en el Poder Judicial, pese a que prevalece incólume el principio de inocencia en toda la retahíla infame de cargos contra ella, Cristina contribuye a polarizar como nadie una enorme tendencia adversa al proyecto político que representa.

Ella reúne en sí misma la mejor y la peor candidatura, ambivalencia que ha resultado ineludible para unos y otros. Cristina es el trampolín y también el techo de las aspiraciones populistas. Sin ella en primer plano, no hay futuro. Con ella como única y excluyente protagonista, cuesta imaginar resuelto el porvenir a corto plazo. Urge superar lo que parece limitarse a un partido de y para ella, si se pretende retomar el impulso y la dinámica colectiva de lo que fuera el movimiento nacional y popular.

El retraimiento no remite solo al inmanente modo castrador de todo liderazgo indisputado. Hay una responsabilidad extendida a lxs numerosxs referentes que no han sido capaces de encarnar y transmitir con la energía esperada la revulsiva propuesta, a fin de expandir y profundizar las ideas y sentimientos a todos los rincones de la patria. CFK hizo docencia al respecto desde la tribuna pública militante, pero sus reiteradas alocuciones no siempre fueron seguidas por alumnxs capaces de convertirse en discípulxs.

En el acto de La Plata también hubo momentos de inquietud, supeditados los ánimos de la multitud conforme variara el matiz de la oradora. El acuciante reclamo por la desaparición forzada de Santiago Maldonado devino en rostros graves cuando Cristina responsabilizó al gobierno por el accionar cada vez más represivo de las fuerzas de seguridad. “Es la misma Gendarmería que estaba hasta el 2015. ¿Qué cambió? Cambió el gobierno que da las órdenes”, precisó con su habitual elocuencia política.

Y se abocó con énfasis al carácter austero que seguirá teniendo la campaña. Nada de costosas producciones publicitarias ni convites en shows políticos televisivos para captar la atención efímera de una platea ocasional e ignota. En este aspecto, ella pondera el compromiso activo de la militancia para lograr recomponer el vínculo movilizador de las grandes mayorías. Restablece el empeñoso recurso humano del boca a boca, cuando se expresa mediante las relaciones personales motivadas por el respeto y el interés común.

Tal como se ha señalado reiteradamente en esta columna, Cristina recalcó la necesidad de explicar y esclarecer constantemente, ofreciendo herramientas que permitan reflexionar sobre los vericuetos de la realidad. Es una tarea ímproba muy difícil de cumplir en el poco tiempo que queda -si apenas se busca el efecto inmediato en octubre-, que en rigor debería ser el renovado principio de otra venturosa construcción transformadora para más adelante.