Por Julio Semmoloni

Quedó explicado en esta columna la semana pasada que un clima de época está amparando por ahora al macrismo. Es un contexto favorable que le permite atenuar los peores efectos de la coyuntura económica y social sumamente ardua causada por políticas antagónicas al populismo, que en reiteradas ocasiones derivaron en manifiesta ingobernabilidad.

En esta oportunidad, además, hay situaciones colaterales que contribuyen a vigorizar esta especie de viento de cola favorable al oficialismo de turno. No basta con la incompetencia y los desatinos para que un gobierno se derrumbe por su propio peso. También requiere el concurso de adversarios y enemigos para completar ese aciago suceso, en la medida que un eventual propósito sedicioso coincida en tiempo y forma consumando la debacle.

En este clima de época que aún sostiene sin sobresaltos de inestabilidad el ya sinuoso derrotero del gobierno de Macri, se presentan aleatoriamente dos circunstancias propiciatorias del normal desarrollo del período constitucional: la fragmentación del peronismo pejotista otrora revoltoso, y el apego a la legalidad institucional del kirchnerismo según la ética orgánica que defiende Cristina.

Es una doble contingencia fortuita que preserva al macrismo de las asechanzas perturbadoras del orden constitucional, emergentes de episodios similares de crisis durante la desprolija democracia reiniciada en 1983. Como se sabe, desde la aparición y derrocamiento del peronismo, nunca fue posible que otros gobiernos no peronistas pudieran completar su mandato. Al margen de las asonadas militares, cuya incidencia se ha desvanecido, suele argumentarse que la sola actuación peronista en función opositora ha desestabilizado gobiernos hasta troncharlos con antelación a su término legal.

Esta vez luce fragmentado en diversas expresiones. Parece no querer ni poder reincidir en comportamiento destituyente, aunque cabe reconocérsele también provocado como respuesta a las penurias sociales ocasionadas por malos gobiernos de otro signo. Una mirada incisiva revela que el peronismo ortodoxo o pejotista no conspira contra el macrismo por la cercanía ideológica de algunos de sus intereses. Prefiere mantenerse dócil por temor de favorecer al kirchnerismo, dándole la posibilidad que recupere más adelante el poder formal que, en 2015, ese peronismo derechoso contribuyó a que lo perdiera.

Una parte significativa del peronismo retrógrado impulsa el acuerdo electoral entre Massa y Stolbizer, animada por el afán pérfido y odioso de estigmatizar la impronta de Cristina. Mostró la hilacha parlamentaria acompañando cual amanuense de Cambiemos la aprobación de leyes contrarias a la ampliación de derechos legada por el gobierno anterior. Otra parte del peronismo residual, que no adhiere a la propuesta de Cristina, en rigor la repudia, se reparte entre quienes reinciden desde las estructuras del PJ y los que aun habiendo sido elegidos por integrar las listas del partido, ahora se rotulan “independientes”.

Queda por mencionar el peronismo leal a Cristina, difícil de cuantificar, que da identidad (con izquierdistas, alfonsinistas y progresistas varios) a la persistencia kirchnerista de Unidad Ciudadana. El desafío es ímprobo: el kirchnerismo nació gobernando, adolece de inexperiencia opositora y la meta de recuperar hegemonía populista hoy se vislumbra distante. Cristina, mejor que nadie, comprende la situación: “No queremos que le vaya mal al gobierno, queremos que deje de hacer las cosas mal”, ha dicho con preclara intención. Parece una definición diáfana, suena cual proclama principista.

La frase sintetiza en pocas palabras una concepción ideológica y política que sitúa a Cristina en un plano estratosféricamente superior a quienes compiten contra ella. Su ejercicio de liderazgo y como cuadro político, terciando en la candidatura con los demás postulantes, constituye una disparidad agonal y una asimetría de atributos que no registra antecedentes en la historia argentina. Fue hasta apenas un par de años atrás, la presidenta con doble mandato cumplido despedida con los mayores honores que puede conferir la democracia: una multitud agradecida y alegre aclamándola en Plaza de Mayo.

El análisis puntilloso de esa frase-consigna pone blanco sobre negro para esclarecer el panorama electoral. Queda de manifiesto que el kirchnerismo es el único opositor categórico con posibilidades de frenar la arremetida liberal conservadora. Salvo la izquierda anacrónica, disgregada y diminuta, los otros sectores desean que a Macri le vaya mal porque quieren sustituirlo desde una empatía ideológica que propugna políticas no demasiado diferentes. Y de ahí que todos ellos coincidan en seguir despotricando al populismo por una inconcebible y hasta ahora no probada “pesada herencia”.

Cuando Cristina reitera que su propuesta no desea que al gobierno le vaya mal, significa que respeta el normal cumplimiento del turno constitucional, lo cual aparta al kirchnerismo de todo el arco político restante, incluyendo a los integrantes de Cambiemos, porque todos ellos desearon con vehemencia que al populismo le fuese muy mal, en particular cuando abogaron en favor de los fondos buitre.

Cuando Cristina repite que su proposición reclama que el gobierno deje de hacer las cosas mal, no está cuestionando supuestos “errores” o una impericia del macrismo. Propone una alternativa por completo diferente demostrando que esta gestión enfila el país hacia el desastre que provocaron otros gobiernos precedentes que aplicaron un modelo similar al actual.

Cristina es por su condición de género, envidiable talento político e impar atracción popular la persona con ese rango más infamada que recuerde el copioso historial de la injuria nacional. Sin embargo, ella respetó en silencio el período inicial de este gobierno, reservando para más adelante sus eventuales críticas, y cuando fue momento de conocerse sus primeras impresiones, hasta estos días de campaña proselitista destemplada, no ha pronunciado un solo agravio que delate el más mínimo rencor de su parte ante tanta malevolencia en su contra.

La persecución judicial de la que es obsesivo objeto, en base a procedimientos susceptibles de prevaricaciones planificadas, no mengua su habitual conducta de respeto a las instituciones, para presentarse en cada oportunidad que fuera notificada por los tribunales, comportándose como una ciudadana común ejemplar, y pese a que se le endilga ser portadora de una arrogancia sin límite.

Como en tantos períodos preelectorales, está corriendo un rumor nocivo a la democracia, que anticipa una hipotética intentona oficialista de cometer fraude en octubre para evitar el resultado adverso que proyectan encuestas realizadas por consultoras allegadas. No es la primera vez que se difunde este tipo de presagios, ni será la última. También se trata de una estratagema de vieja data que casi nunca pudo ser comprobada. El kirchnerismo fue difamado por acusaciones semejantes. La realidad evidenció en los comicios legislativos de 2009 y 2013, y en la elección presidencial de 2015, que no obstante las exiguas derrotas se respetaron a rajatabla los resultados negativos para el oficialismo populista de entonces.