La precariedad del sistema educativo genera que cientos de docentes deban completar su cronograma de horas cátedra yendo de un lado a otro, y alcanzar así la meta del salario. Aquí, un caso testigo de la docencia GNC.

EL OTRO entrevistó a una de las denominadas “profes taxi” para conocer en detalle las dificultades y soluciones que se interponen en la cotidianeidad de la vida familiar de cientos de docentes que trabajan bajo estas condiciones. Resguardamos la identidad de nuestra entrevistada, pues conociendo la susceptibilidad y antecedentes de las autoridades de la DGE, evitamos así exponer a la trabajadora a eventuales sanciones o enconos innecesarios. Nos importa evidenciar una realidad común de la labor en el ámbito educativo.

Lo primero es la familia

El primer indicio que percibimos de las consecuencias de la modalidad “taxi” es la dificultad para concertar la entrevista, que se posterga a la par de los contratiempos habituales de la docente consultada. Casi abrochada para las 22:30 en un hueco de la semana, fracasa irremediablemente. “Estoy acostando al gordo, no se duerme” es el mensaje de wahtsapp que dilata definitivamente la charla para el día siguiente.

El gordo tiene 11 meses, está “empeñado en dormir en la cama de mamá y papá” y es el hijo más pequeño de nuestra profe, que además, tiene un varón de 13 años y una nena de 12. La familia se completa con su esposo, que “afortunadamente concentra su carga laboral de manera estacional y eventualmente cuenta con tiempo para muchos de los quehaceres domésticos”.

El restante eslabón familiar indispensable es la mamá de la docente, ya que “su casa se convierte en un centro de operaciones vital para la coordinada y puntillosa logística cotidiana de esta familia”.

El periplo se repite semana a semana y la profe, que afortunadamente está construyendo su casa y se ahorra el alquiler, nos lo describe en detalle: “arrancamos en la mañana muy temprano y dejamos al más grande en el DAD, dejamos a mi otra hija y vamos hasta la casa de mi vieja”, reconociendo que “mi marido se encarga de algunas cosas y yo de otras, pero sin la colaboración de mi madre sería imposible organizarnos”.

Cómo es la historia

Nuestra entrevistada tiene un total de 34 horas cátedra, distribuidas en seis instituciones educativas – cuatro secundarias, un CENS y un CEBJA – y cuatro departamentos del Gran Mendoza: una secundaria en Guaymallén, otra en Maipú, dos en Godoy Cruz, el CENS se sitúa en la ciudad de Mendoza y el CEBJA en Godoy Cruz.

Si bien su título le confiere competencias para el dictado de otras materias, la profe pudo completar esta grilla sólo con su especialidad: Historia y así simplificar la tarea que trae aparejada la dispersión en distintas disciplinas.

Sin embargo, llegar a ese número le costó mucho trabajo, puesto que como muchos docentes suplentes, una vez comenzado el ciclo lectivo 2017 debió salir a buscar horas. Hasta diciembre del año pasado tenía 24, de las que le quedaron solo 6, por lo que su salario de enero y febrero se vio notoriamente disminuido.

“Todavía no sé cuánto cobraré, porque soy suplente, y cobramos un mes atrasado” nos cuenta ante nuestra inquietud, advirtiendo que “no sé si realmente vale la pena semejante lío”.

En el banco de suplentes

La profe nos cuenta que hay una gran diferencia entre ser suplente o titular, así como la de poseer mucha antigüedad en la labor si se quieren analizar las condiciones laborales. “Yo soy suplente y casi no tengo antigüedad. La calidad de suplente hace que seas de las primeras en quedarte sin horas, y el no tener antigüedad hace que a pesar de que tengo muchas horas, deba calcular si me resulta verdaderamente conveniente correr todos los días en distintas direcciones para intentar aumentar mi salario. Cuando cobre calcularé cuánto impactan en el ingreso familiar algunos gastos vinculados al propio recorrido que hago: mecánico, el mantenimiento general del auto, el combustible que gastás”.

Pero no es el único inconveniente de los docentes suplentes. “Otro de los problemas que recae sobre los suplentes es el horario, puesto que los profes titulares tienen prioridad para elegir, distribuir y concentrar la carga horaria, por lo que a los suplentes nos queda tapar los huecos que van quedando”, nos dice la profe taxi y aclara: “ser suplente implica adecuarse al horario que la escuela te da. No sólo que las posibilidades que quedan se dan en escuelas que nadie quiere tomar, por diversas razones, sino que también en horario ridículos. Por ejemplo, yo en una escuela con jornada extendida en la que tengo 6 horas, doy dos horas los lunes a la mañana y dos horas los martes y los viernes en el último módulo de la tarde, por lo que debo trasladarme tres veces a la semana por 80 minutos que conforman un módulo, en horarios distintos”.

Ítem maula

Al consultarle por la medida central que ideó el Director General de Escuelas Jaime Correas, nos responde que “a mí no me afectó particularmente, pero creo no se puede presentar como un aumento de sueldo un ítem que es absolutamente arbitrario y encorseta ridículamente la visión de que ir siempre es igual a ser mejor docente. Además, desde lo económico es insuficiente”.

En relación con el ítem, nos mostramos curiosos a la labor real que se materializa fuera del aula. La docente, que nos manifiesta dar clase a alrededor de 140 alumnos y alumnas activas –“los inscriptos que no asisten no los cuento”- entre las seis escuelas que la tienen de profe, nos cuenta que “estoy armándome una bitácora junto a una compañera de la facultad que también es docente. Hasta ahora, que estamos a principios de año, donde hay reuniones de área que nadie te paga, entre las dos que hemos armado el cuadernito, hemos calculado que en esta época de inicio (donde planificamos, diagnosticamos, adaptamos y ordenamos), ocupamos un 60% más de tiempo respecto a las horas que efectivamente te pagan por estar frente al aula”. Cálculo que imagina se repetirá a fin de año en una proporción similar, al momento de corregir, promediar notas y concluir informes del año escolar.