Se proyectó el documental “Campo de batalla. Cuerpo de Mujer” en el Espacio para la Memoria de Mendoza. EL OTRO entrevistó a una de sus protagonistas y los realizadores.

Fotos: Coco Yañez

La sala es pequeña y calurosa. El fotógrafo sabe, por su ojo entrenado, que en ese recinto para 50 no entran las casi 100 personas que dan vueltas por el Espacio para la Memoria.

La cita estaba planificada en un espacio más amplio y fresco, pero las nuevas autoridades del edificio policial pensaron que un kiosco de golosinas y refrescos era más útil y así fue como el Espacio para la Memoria se quedó sin ese auditorio tan necesario.

Pese a los “malos tratos y ninguneos casi constantes del gobierno provincial”, Alicia Larrea pone el foco en lo importante y afirma que el gobernador Alfredo Cornejo no quiere que salga la ley que dotaría de recursos al Espacio.

Ontivero, Tornay, Álvarez y Larrea.

Larrea, Secretaria Ejecutiva del consejo directivo del EPM, afirmó que organizan “muchas actividades para que se entienda que un lugar tan importante para la sociedad no puede ser olvidado por la gestión del Estado”.

Silvia Ontivero no es parte del consejo directivo del Espacio porque vive en Chile, pero sufrió los mismos tormentos que la mayoría de los y las detenidas que pasaron por el D2 en el que se realiza la nota. A escasos diez metros del lugar de tortura y oscuridad profunda, Silvia, con la valentía que se le conoce desde siempre, suma: “Este fue uno de los centros de detención más feroces de Mendoza, el mayor campo de concentración en el que estuvimos, en esas celdas”.

¿Cómo nació la idea de este documental?

Lizel Tornay (productora general): La idea nació en el 2010 cuando se estaban realizando los juicios orales y públicos, y en el marco de esos juicios había sido condenado un represor con carácter de violador como una figura autónoma y esto fue sumamente importante en tanto y en cuanto se trata de un delito diferente. Ni mayor ni peor, diferente. Un delito que sufrieron las mujeres por el hecho de ser mujeres y los varones que fueron feminizados y puestos en el lugar de la mujer, también.

Nos parecía que esto había que darlo a conocer a los sectores más amplios posibles. Son delitos difíciles de hablar y de escuchar, porque no se habla cuando no hay un marco social que lo permita. Había señales de que ese marco social empezaba a transformarse y los juicios orales tuvieron una función muy importante en ese sentido.

Así que primero organizamos lo que desde los estudios académicos se había producido, que no era tanto pero era algo, y luego quisimos entrevistar a todos aquellos que quisieran participar para dar su testimonio para una película. Entrevistamos a 17 mujeres y a un varón, que testimoniaron sobre los distintos tipos de abusos que sufrieron, desde aquellos referidos a los insultos verbales, a los toqueteos, a la desnudez forzada, pasando por el tratamiento que se le dio a las embarazadas, hasta la violación.

Decidimos investigar con distintas mujeres y varones del país,  nos interesaba que las personas tuvieran distintas características, de distintos lugares…

Fernando Álvarez (director): De distintas extracción social y cultural…

Lizel: Claro. Distintas clases. Así que es el resultado de esas entrevistas que fueron para nosotros muy interesantes de hacer. Estaban dirigidas hacia una reflexión sobre la temática sin golpes bajos. Reflexionar junto con el conjunto social estos temas y mostrarlas a ellas no solamente como víctimas sino como sujetos políticos que resistieron las peores de las circunstancias, del modo que pudieron.

El momento de la memoria dio las posibilidades para que esto sucediera. Esa fue la intención y Fernando tomó la tarea del guión y la dirección.

Fernando: En realidad, coparticipamos en todo el trabajo porque las chicas pudieron tocar el guión y yo estuve en todas las entrevistas. Además trabajamos con un grupo de colaboradores que buscaron en archivos la información que necesitamos.

Hicimos un trabajo bastante exhaustivo y básicamente lo que sintetizó el laburo fue un proceso que va desde la no escucha a la escucha social que significaron los juicios, en donde las mujeres estuvieron habilitadas para denunciar la violación como algo que no las culpabilizaba. Porque hay toda una cosa muy perversa en todo esto, que es que en todos los delitos de abuso parece que tienen la culpa las víctimas, que es algo muy actual.

Esta película, creo, permite ver el pasado con la posibilidad de ver el presente. Ese pasado ilumina.

Lizel: Una imagen que simboliza esto que venimos diciendo es la última del documental en la que vemos a una mujer con un micrófono delante de su boca y de su voz, en un estrado que ha sido construido específicamente para eso, denunciando a un represor como violador.

El documental empieza con una exdetenida que dice que no recuerda que nunca nadie le haya preguntado cómo fue su calvario y se pusiera a escucharla.

Fernando: Esa era la idea. Señalar el trayecto, las múltiples resistencias y cómo en ese trayecto la humanidad no la pierden las mujeres o los varones, los torturados, sino los torturadores.

¿Por qué seguís luchando Silvia?

Porque todavía hay algunos que están afuera y tienen que estar todos adentro. Y ahora encima este gobierno nos pone muchas más trabas. Después de que logramos en juicios absolutamente legales, sin desaparecerles las familias, ni robarles, ni pegarles, condenas importantes, inclusive algunas perpetuas, hoy aparece una lista de 90 torturadores presos, con la intención del gobierno de ponerlos en libertad.

Falta mucho por hacer. Yo sé que tengo muchos años pero los que me queden seguiré. Por vos, por tus hijos, por los que vienen. Para que nunca más pase esto.

Lizel tiene un hermano desaparecido y Fernando un hermano que estuvo detenido ilegalmente en dictadura. Ambos lograron un documental que relata otra de las aristas que la dictadura cívica, militar y eclesiástica que oscureció la Argentina entre 1976 y 1982, perpetró contra ciudadanas y ciudadanos ilegalmente.