Por Julio Semmoloni

Cada semana de los últimos meses resulta arduo en este trabajo periodístico encontrarle el cabo suelto a la madeja de la realidad política que se enrolla más y más. Su aspecto ya es de una coherencia que aplasta la sensatez, lo ridiculiza, porque la evidencia palpable por doquier dispara en sentidos opuestos interpretaciones que encajan en la obviedad de todo lo antedicho y aun demanda explicarse nuevamente como si no pudiera probarse.

Parece tautológico deducir que el gobierno macrista gobierna así porque no sabe ni quiere gobernar de otro modo, y obtiene los resultados que están a la vista porque no busca otra cosa que la producida, dada su torpeza para hallar por otros caminos los mismos resultados. La antinomia debería resolver el prejuicio sobre este engendro neoconservador, pero de pronto también abre incertidumbres que pueden esclarecerse en la medida que cada quien note que la dirección a gran escala del interés central privado no se desvía ni un ápice.

Si la derecha que logró ensamblar los poderes real y formal no necesita tener un proyecto político refinado para hegemonizar a su antojo, bastaba con que el ariete macrista doblegase al populismo y lo arrumbara en un costado de nula relevancia. En los grandes números del reparto, la torta se redistribuía a razón de 55/45 en favor de los ricos durante el kirchnerismo, y con celeridad vuelve al 70/30 histórico regional para consolidar la dramática disparidad social.

El absurdo que embadurna esta realidad conflictiva, todavía a similar distancia del estallido que de la sujeción, presenta el mismo día de la Marcha Federal Educativa, calculada en cuatrocientxs mil caminantes, a un Jefe de Gabinete completamente ajeno al propósito de la conmovedora gesta, y porfiando en el Congreso mediante la cantinela de la “pesada herencia”.

La ajenidad de Peña Braun, a esta altura de los acontecimientos, puede indicar insensibilidad, incompetencia, obcecación flagrantes ante la determinación oficial de no cumplir la ley que dispone la paritaria nacional docente. Pero también puede interpretarse como la provocación deliberada para enardecer el reclamo incompatible con el desarrollo normal del ciclo lectivo, perjudicando una vez más a la denostada escuela pública en beneficio de la privada.

El macrismo, como ninguna otra expresión política de estos tiempos, siente tirria, desprecio y alergia por la ocupación activa de los espacios públicos. Trata como alienígenas a lxs que “ganan la calle” para manifestarse. Su apego al “orden” es discriminativo. Perturbar el habitual desplazamiento del tránsito vehicular callejero les produce urticaria. En cambio, demuestran inoperancia para evitar días sin clases en la escuela pública, porque no están predispuestos a la negociación paritaria que fija el piso salarial docente. Ese primordial “orden” educativo los tiene sin cuidado.

El colmo del ridículo se dio entre esta gente y Mirtha Legrand. Cómo estarían de cebados con la diva que Macri, su esposa y Antonia la recibieron eufóricos en Olivos, para serenar el ánimo inquieto de la copiosa teleplatea del “sentido común” que sigue a la Chiqui. Un malestar social desbordante ya generaba encuestas adversas al oficialismo: parecía oportuno distraer el paulatino desencanto con un poco de frívolo blindaje mediático.  

Ella es “la abuela” que parió este gobierno, así se considera. Seguramente por eso no se tomó ninguna de las precauciones que aconseja el marketing político. Compartieron la mesa yéndose “a poncho”, como en familia. Y la nonagenaria profesional del entretenimiento rutilante del país se sirvió “a gusto y piacere”.

Debió decidir entre exagerar su leyenda de filosa escudriñadora o permanecer en la complicidad sumisa de la hipocresía estelar. Optó por el zarpazo, con preguntas inesperadas y afirmaciones fulminantes que descolocaron por completo a Macri. El sofocón de éste recuerda el que padeció De la Rúa en el programa de Tinelli, aunque esta vez la situación empeoró las cosas porque Macri actuaba de anfitrión obsecuente.

Sería una tilinguería, aun para el ejercicio de esta semiótica pedestre, colegir que la señora de los almuerzos “se la jugó”. Ella de verdad cree que prohijó la supuesta mística de Cambiemos. Su “avinagrada” locuacidad durante el ritual de los brindis con sonrisas altaneras, expresó una mortificada indignación por el exitoso desastre que viene pergeñando el macrismo. Después de todo, tuvo el incauto atrevimiento de espetar en las caras del matrimonio presidencial: “Creo que ustedes no ven la realidad”. Y Clarín, su patronal, amonestó ese desenfado.

En un principio la posverdad macrista caló hasta los huesos de su reaccionario “sentido común”. Compró todo sin chistar, con tal que se vaya para siempre la “autoritaria” expresidenta que no fue capaz de aceptarle una sola invitación a su acechante mesa tendida. El absurdo es que justamente ella evidenciara con impertinencia las negligencias de Macri, que no supo responder “cuánto piden los docentes”, a los que descalifica con ofensas, y se equivocó groseramente en el monto del haber mínimo de lxs jubiladxs, al estimarlo un cincuenta por ciento más elevado.

El oxímoron que califica la gestión macrista también produce escalofrío en el entendimiento ajustado a hechos que provocan consecuencias muy alarmantes. El descaro para vender este “exitoso desastre” no tiene precedentes en la más reciente historia política nacional. Saborean la estrepitosa caída de la industria como efecto de una creciente importación de artículos terminados, en la medida que los dueños del campo se llevan casi todo el rédito del tradicional desequilibrio productivo argentino.

Destruir en tan poco tiempo a sectores pymes que con denuedo el populismo reconvirtió en protagonistas del sustentable mercado interno, guarda relación directa con la instauración de la clásica división internacional del trabajo, un criterio cipayo que sólo apuesta al retorno del país agropecuario, exportador de materias primas y comprador de bienes con valor agregado. Promueven con ahínco la multiplicación del desempleo y la caída del poder adquisitivo del salario.

El amañado Indec de Todesca registró en 2016 una caída del PBI del 2,3 por ciento, y a pesar del apagón estadístico de ese año, midió un alza de precios del 40,9 por ciento, la más alta inflación desde 2002. Todavía quieren imponer la posverdad que Cambiemos gobierna para reducir fuertemente la inflación y sacar al país del estancamiento económico durante el final del kirchnerismo. Buscan saciar su ambición exclusivista arruinando al resto, aunque dando la engañosa impresión que cometen errores. Son chapuceros para lucrar a costa de los demás, pero a la postre saben cómo hacerlo.