A poco más de una semana de haberse consumado la represión que llevó adelante la Policía de Mendoza y Preventores de Capital contra deportistas urbanos que se manifestaban en la Ciudad, desde EL OTRO seguimos analizando con preocupación el accionar de las Fuerzas de Seguridad. ¿Por qué para detener a algunos manifestantes los oficiales se sentaron arriba de sus cuerpos apoyando sus genitales sobre les jóvenes? ¿Por qué someter a la fuerza a una niña entre tres oficiales o asfixiar a otra contra una pared, teniendo que sentir la joven el cuerpo de un policía aplastándola?

Por Jo Thomatis

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Ahorques, aplastamiento, frotación, posiciones de sometimiento sexualizadas. Todo eso se observa a simple vista mirando los videos de la represión que ejercieron las Fuerzas de Seguridad del Gobierno provincial y el municipio de la Ciudad de Mendoza contra los y las niñas, niños, adolescentes y jóvenes que se manifestaron por la apertura del Skatepark el pasado 25 de septiembre.

Más allá de lo doloroso que es tener que admitirlo, no nos sorprende el nivel de violencia represiva ejercida contra este grupo de jóvenes. Es moneda corriente del gobierno de Rodolfo Suarez  el uso de la fuerza desmedida frente a cualquier grupo disidente que se manifieste en las calles de nuestra provincia, siguiendo la impronta cornejista de no permitir los reclamos del pueblo mendocino por vías completamente democráticas.

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Pero nos alerta, en este caso, la sexualización de la represión contra los y las deportistas de skaters, rollers y bicicletas. ¿Qué nociones motivan a un policía o a un preventor a querer detener a alguien usando su cuerpo como herramienta de sometimiento? Jóvenes aplastados contra el piso sin poder moverse (o respirar) con hombres sentados sobre ellos, durante un tiempo innecesariamente prolongado. Uniformados estatales que al parecer no tuvieron ningún miramiento a la hora de apoyar sus genitales en quienes sufrían en el suelo, a plena luz del día, con total impunidad, en la capital de la provincia.

Para responder a esta inquietud EL OTRO dialogó con la licenciada Paola Legay, psicóloga y expolicía, quien contextualizó los hechos represivos: “Al uso de la fuerza represiva se asocia el concepto de masculinidad. La policía es una institución de raigambre castrense y androcéntrica, por lo tanto desprecia todo aquello que no se amolde a lo varonil. Basta con describir la cantidad de antecedentes de violencia misógina policial denunciada en los últimos años. A la acción represiva sobre un ciudadano o un grupo de ellos, se le suma el desprecio por todo aquello que no encuadre bajo el formato de la obediencia (disciplinamiento) y la masculinidad”.

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“Para comprender el uso de la violencia represiva por parte de policías tenemos que preguntarnos qué función cumple el aparato policial en una sociedad como la nuestra: ¿está al servicio de los ciudadanos o de los intereses de los poderes instituidos?”, se pregunta Legay.

“La acción represiva debe tener por objetivo detener el curso de un hecho delictivo, con la necesaria razonabilidad en procura de no provocar mayores daños”, señala la profesional y argumenta jurídicamente: “La ley 6.722, artículo 9, inciso 6, tipifica: ‘Ejercer la fuerza física o coacción directa solamente para hacer cesar una situación en la que, pese a la advertencia u otros medios de persuasión empleados por el funcionario policial, se persistiere en el incumplimiento de la ley o en la infracción. Utilizar la fuerza en la medida estrictamente necesaria y adecuada, procurando no infligir un daño superior al que se quisiere impedir’. También en otros artículos, esta ley menciona el cuidado y respeto por la integridad y el honor de las personas.

Especialistas que se dedican al análisis de estos comportamientos de uso desmedido de la fuerza señalan que todas las represiones que realizan las Fuerzas de Seguridad están atravesadas por cuestiones de género, porque vivimos en una sociedad patriarcal que impone ese tipo de conductas en todos los aspectos de nuestra vida. La mirada de las instituciones policiales es machista, entonces, aun cuando se ejerce la fuerza en contra de varones siempre va a haber un sesgo patriarcal, concreto y simbólico, en esa represión.

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El oponente siempre va a ser una persona que esté descalificada en su masculinidad cuando es varón, y cuando es mujer, desde la visión patriarcal se entiende que es una persona que puede ser atacada en su sexualidad. La mirada de la policía hacia el reprimido es de cosificación, al oponente no se lo ve como a una persona, sino como a un ser demonizado y sin derechos.

“La idea del enemigo interno con la que en los años setenta se sustentó el terrorismo de Estado, ahora se traslada a lo distinto: jóvenes, diversidades sexuales y de género, trabajadores precarizados, solo por citar algunos ejemplos. Todo esto es lo distinto y por lo tanto peligroso para el policía. Nietzsche se preguntó ¿por qué el hacer sufrir a otro puede ser una reparación? Se trata de la perversidad del poder y aquí volvemos , nuevamente, a la pregunta inicial: ¿al servicio de quién está la policía hoy? ¿Qué pulsión satisface cuando despliega la fuerza represiva sobre personas indefensas y en situaciones que no ameritan tal despliegue?”, propone en su análisis Legay.

“La policía y cualquier otra forma estatal de orden represivo (preventores, vigilantes comunitarios, etc.) cuidan el status quo, no cuidan al trabajador, ni al niño vulnerable, ni a la mujer en peligro, ni a una pareja sexo-género disidente agredida; cuida que todos estos actores no alteren el orden establecido y deseado por el status quo”, plantea la piscóloga en diálogo con EL OTRO.

Cría cuervos…

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“Durante la etapa de formación, a los policías, y vemos ahora que también a los preventores municipales,  se los priva del  pensamiento crítico, esa modalidad de cognición que permite evaluar un escenario antes de actuar, antes de poner el cuerpo en funcionamiento. También es sabido la escasa conciencia social y empatía que reina en esos ámbitos; sumemos entonces: misoginia-machismo-aporofobia-supresión de voluntad y raciocinio; un caldo de cultivo propicio para todo tipo de arbitrariedades, donde el uso del propio cuerpo para doblegar el cuerpo de otro se despliega de manera exultante”, explica la licenciada Legay.

“Pensemos ¿cómo juegan en la psiquis de un policía el balance entre pulsiones de vida y pulsiones de muerte? Hablamos aquí del sentido de la autoconservación y de la exteriorización de agresividad. Este es uno de los motivos por el que insistimos en la importancia que merece la etapa de formación de futuros policías (y también ahora, los preventores municipales). Es en esa etapa cuando se adquieren las herramientas que permiten el autocontrol, el conocimiento de las propias emociones, las técnicas físicas y psíquicas”.

Paola Legay, Licenciada en Psicología / Foto de archivo: Coco Yañez

La especialista es muy clara en su lectura del tema y sostiene que “si en las escuelas de formación para la seguridad pública se insiste con el discurso punitivista, basado en la pertenencia de clase y la idea de lo varonil, como sostén de la función policial o de seguridad, está claro que el producto final será lo que vemos hoy: represión direccionada y selectiva”.




 

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