Rulos.

Por Juan Pablo Barrera | Foto: Seba Heras

Muy sigilosamente me asomó a la habitación donde están mis hijas y las dos se hacen una especie de rulo con su pelo para poder dormirse.

Es sábado, estamos parados frente a una estación servicio, yo tengo 8 o 9 años, miro por la ventana a la gente que pasa caminando por la vereda, estamos arriba de un Dogde 1500 color naranja. Esperamos a alguien, no recuerdo a quien, uno de mis hermanos señala que ahí está Papá, parado del lado de la calle apoyado sobre el techo del auto, se aleja un poco, tiene un porta documentos negro esos que son como una valijita que se llevan bajo el brazo, muy grande para ser una billetera, muy chico para ser un maletín. Lo miro en un momento y lo veo como con la mirada perdida, como cuando uno piensa, que queda como viendo a la nada. Y se agarra su oreja derecha, no toda solo la parte de arriba y se la toca como que la trae para adelante con el dedo gordo por detrás y por delante se pasa el dedo índice. De ahí en más me di cuenta que lo hacía casi siempre.

Ese es el primer recuerdo que tengo de notar un gesto, soy bastante desordenado en algunos aspectos de la vida, pero detallista, me gusta prestar atención y darme cuenta que todos tenemos un gesto, algo que hacemos no tan conscientes al principio pero que se vuelven costumbres ya más conscientes. En las salas de espera me ponía a prestarle atención a la gente, a lo que contaban más allá de lo que decían. Me propuse hace un tiempo no mirar tanto el teléfono celular para poder mirar a otros y resulta entretenido, he aprendido con el tiempo a ser disimulado.

Recuerdo que, así como hacia mi viejo, yo me hacía un rulo en el pelo, agarraba un mechón mínimo lo hacía como un moñito simple y pasaba mi dedo y lo volvía hacer, lo hacía para concentrarme mientras estudiaba, o cuando estaba en mí cama. Era relajante, no lo hacía cuando estaba nervioso, hace un tiempo que pienso que me ayudaba a controlar la ansiedad que desde hace un tiempo ha ganado espacio en mi ser y casi como una iluminación no dejo de pensar que el ser pelado ahora tal vez no permita ese anclaje y por ende la ansiedad haya ganado algunas batallas, se lo conté al terapeuta, pero no me dijo nada.

Todo eso se me vino a la cabeza mientras caminaba a mi pieza que esta apenas a dos metros de la pieza de ellas. Un segundo antes de dormir o ya dormido paso mi mano por la cabeza y como si tuviera pelo, hago un rulo y le paso el dedo índice, me acabo de dar cuenta que lo sigo haciendo. Me sonrío y finalmente sueño.

+Crónicas canallas aquí