De mecánica, lugares, ayuda y agradecimientos.

Por Juan Pablo Barrera 

En la radio está sonando un tema de Trueno, quedó sintonizada en una emisora de las que escuchan mis hijas, aunque viajo solo. Vengo pensando en “nada” haciendo caso a los ejercicios de mi terapia existencialista y la importancia de ser, cuando voy a doblar por Vicente Zapata el auto también demuestra la existencia de la mecánica y se rompe algo, siento el ruido seco, la rueda delantera izquierda queda clavada, dobló pero no doblo. Trato de entender que pasó, me bajo y mi primer diagnóstico es: “el extremo de dirección”. Miro la rueda, doy una vuelta por el auto, estoy en el medio de la avenida de acceso más importante a Mendoza apenas pasando Rioja. La gente me mira, yo miro como buscando ayuda. Agarro el teléfono y llamo al seguro.

Mientras le explico a una porteña donde está enclavado mi auto, y la urgencia de un tráfico creciente para que acelere él envió de la grúa, lo que parece infructuoso ya que la calle donde estoy parado para ella puede ser cualquiera y dice que entre 90 y 120 minutos llegará el “auxilio”. Se acercan unas personas y se ofrecen a empujar y les explico que la rueda no gira, repito lo del extremo de dirección, hacen una mueca y se van.

En ese momento recuerdo la escuela ENET N°1 de Luján, siento que le he fallado a la escuela técnica y a mi título de técnico mecánico, ya que creo que debería saber que le pasa al auto y saber arreglarlo por mi cuenta. A mi secundaria le decían “el gallinero”, aulas precarias, pero todos teníamos nuestro banco para ocupar nuestro lugar, nadie se sentaba en tachos. Confirmo la importancia del “lugar”. Pienso en cómo “reprimí” esos conocimientos. Ya en 4to año sabía que no quería hacer “eso” toda mi vida, pero no quise cambiarme de escuela porque mis amigos estaban ahí.

Mientras algunos autos me tocaban bocina a pesar de las balizas encendidas y la rueda torcida, pasa por al lado mío un tipo en una camioneta Peugeot roja y me dice: – “¿Querés que lo tiremos?” Vuelvo a decir lo de la dirección pero no sé qué cara habré puesto que buscó lugar más adelante y se paró, vino hasta al lado mío, comprobó por su cuenta la imposibilidad de mover el auto y ahí tuvimos la idea de pedir en el taller de mitad de cuadra un gato de esos hidráulicos; ahí fue mi “nuevo amigo” y volvió por el medio de Vicente Zapata arrastrando el gato. Levantamos el auto por el tren delantero, en ese momento le gritó a un chico que cruzaba la calle que nos ayudara; el tirando del gato nosotros empujando, corrimos el auto a un costado de la calle. En ese momento desenganchó el gato, me saludó con un apretón de manos y se fue.

Yo me quedé esperando la grúa un buen rato más, contenido por el sol de la tarde de mayo, un poco más tranquilo ¡Por fin llegó! un chico joven manejaba; subió el auto, creo que se llamaba Walter. Me contó mientras íbamos para Luján que trabajaba de 7 a 22 de domingo a domingo por 250 pesos el viaje; “una mierda” pensé y le volví a preguntar. Confirmó que la meritocracia es una mentira más del capitalismo.

El auto quedó en el mecánico, se le soltó un perno de la rótula, no era el extremo de dirección. Y yo escribí este texto como una forma de agradecer a quien se paró y no pude preguntarle su nombre, solo sé que se bajó de una camioneta roja, la patente terminaba en 19, así que gracias a vos. Y a Walter también vaya un agradecimiento de este tipo que no sabe de mecánica y escribe crónicas.

 

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