Para hablar de niñez y adolescencia en tiempos de pandemia, hay que construir espacios con tramas tejidas de texturas muy diferentes.

OPINIÓN | Por Liliana Barg

Foto: Seba Heras

Las pantallas hoy son como espejos tridimensionales. Nos vemos, los vemos y nos ven, cosa imposible cuando estamos en presencia de los otros. Vemos los gestos y la imagen de los otros y la nuestra al mismo tiempo. Entramos en sus casas y entran en la nuestra, todo en simultáneo. Es un ejercicio novedoso que nos muestra mucho más de lo que vemos cuando estamos cara a cara y que seguramente tendrá un impacto en la subjetividad.

Están los que no quieren verse y apagan la cámara, los que no apagan el micrófono cuando otro habla, está el gato que se sienta en la falda de la profesora, la niña que se besa en la pantalla y hace morisquetas, el adolescente que se aprieta el granito incipiente, la docente que se pinta los labios y no puede compartir el powerpoint, la alumna que mastica chicle y hace globos, el que mastica y toma mate, la que recién se despierta y sale despeinada o la que fue a la peluquería antes del encuentro, la que pregunta a cada rato ¿se escucha?, ¿me escuchan?, el que tiene tres niños que corren a su lado, la que está quemando la comida, el que tiene que bañar a los pequeños en medio del homeoffice, los jóvenes que se gritan como desaforados, los que tienen problemas de conectividad. En fin, lo que se ha dado en llamar “la nueva normalidad” que, por lo visto, también es la construcción de otra forma de vincularidad.

Foto: Coco Yañez

En la niñez y la adolescencia, como seguramente en otras etapas de la vida, el contacto físico, los abrazos, los grupos de pares, tienen un valor fundamental en la construcción de los vínculos, que en pandemia se han interrumpido. Esto trae distintas formas de duelos que deben ser tramitados por ellos y ellas y por las personas adultas que acompañan.

Los múltiples duelos tienen que ver con todo lo que no se puede hacer, con los proyectos que no se pueden cumplir, con las reuniones que no se pueden realizar, con los cumpleaños que no se pueden festejar, con las juntadas con amigxs que no se permite realizar.

Foto: Seba Heras

La pandemia mostró que nadie puede salvarse solo, que toda vida se protege en un entramado con otros. Sostener lazos, cuidarnos cuidando a otros, reforzando vínculos de modo diferente, es una estrategia de sobrevivencia psíquica. Las redes de sostén permiten procesar lo que ocurre, el temor y el fantasma de la muerte que circula adentro y afuera de las familias.

Lxs niñxs detectan los temores y las angustias de los adultos. Por eso pueden presentar demandas permanentes, llanto recurrente, ataques de negatividad, enojo, frustración, desarreglos alimentarios, retracción en la conducta, necesidad de movimiento constante, enuresis, encopresis, pesadillas, insomnio, regresiones a etapas evolutivas anteriores.

Foto: Seba Heras.

Estas manifestaciones en este contexto suelen ser transitorias, son reacciones esperables en situación de pandemia, porque registran la depresión de los adultos que los cuidan. Hay que evitar patologizarlas, comprendiendo que es una forma de mostrar su sufrimiento, y tratar de que puedan ponerlo en palabras o en dibujos.

En lxs adolescentes, en general, en esta etapa de la vida se produce el temor a la propia muerte en un momento de fuertes cambios corporales. Otra situación que experimentan evolutivamente para crecer y dejar de ser niño es querer “matar” simbólicamente o en la fantasía a los padres. Pero una cosa es la fantasía y otra muy angustiante es sentir que, si se contagian, los pueden matar de verdad.

Foto: Coco Yañez

Es posible que se sientan mal, se muestren apáticos, de mal humor, sin ganas de estar con la familia, se encierren y no quieran participar en almuerzos o en cenas familiares. En una etapa que se caracteriza por la exogamia, en pandemia tienen que quedar encerrados con los padres y los hermanos.

Es común que los adolescentes chateen aunque estén uno al lado del otro, pero después se tocan, se amuchan, se abrazan, hacen pogo, necesitan de sus pares, no de los padres ni de los hermanos. Y en estos tiempos todo eso no se puede: hay ausencia de corporalidad, la sexualidad está restringida, no hay boliches, no hay recitales, restringen los encuentros con pares, se pierden fiestas, viajes, el fútbol, los deportes, cierres de fin de ciclos escolares, graduaciones.

Foto: Seba Heras.

La ayuda que los adultos pueden aportar para procesar el enorme esfuerzo y los duelos que están realizando a la espera de otros tiempos consiste en tolerar que necesiten espacios propios, que se sientan mal, respetar su intimidad, su privacidad, aguantar que no quieran compartir momentos familiares porque justamente es una etapa donde necesitan la salida hacia el afuera y la tienen que hacer en el adentro. Hay que mantener el contacto con los jóvenes, con un audio, una llamada, un video, reinventarnos para sostenerlos y contenerlos en una red.

Hay que bajar las exigencias, del rendimiento escolar. Los aprendizajes que se han realizado en este año son otros, no es un tiempo perdido, son nuevas formas de contactarse, tal vez dolorosas, pero hay que tratar de que no queden solo marcas de dolor, porque estas son nuevas formas de aprender y de estar con otros de otra manera.

Foto: Seba Heras

El mundo de los niños es un mundo fabricado por adultos. Recordemos la película La vida es bella, cómo el padre ayuda al hijo a soportar el campo de concentración simulando un juego. Si un niño dice “estoy aburrido”, es porque está triste, está angustiado y hay que escucharlo para que pueda expresar sus emociones, dando valor a la palabra o para que las ponga en un dibujo o en un juego.

En las familias es un año de aprender a esperar, de respetar normas, mantener distancias como cuidados, conviviendo las 24 horas del día. Si la exigencia de los padres o docentes es muy elevada, termina en violencia. Generalmente en otros tiempos, amores y odios se tramitaban fuera de la familia pero hoy están todos adentro, todo el tiempo. No se puede exigir a los padres que sean máquinas ni a los niños que sean robots.

Foto: Seba Heras.

Hay que abrir ventanas para superar el distanciamiento, para que otros nos escuchen, que ayuden ante los desbordes y en los momentos de angustia, expresando deseos y nuevos proyectos para mediano plazo, escuchando y ser escuchados con un pensamiento más flexible.

Lo importante es reinventarse, dando sentido a lo que estamos viviendo, que de esta experiencia se formen los recuerdos para contarlos cuando esto pase, haciendo relatos, sin melancolía, no para olvidarlos sino para ser transmitidos seguramente por quienes son hoy niños, niñas y adolescentes que sabrán contarlo en el mañana como protagonistas y parte de esta memoria.