La amenaza de cierre del principal órgano de desarrollo científico y tecnológico argentino instala una alarma en toda la región. Más que contabilidad para “ordenar el gasto público”, la promesa de ¡afuera Conicet! de Javier Milei es un ataque mortal al modelo de desarrollo soberano. Conocemos la mirada de un científico cubano al pie de la cordillera. ¿Cómo se financiará el conocimiento si la reacción conservadora avanza?

Por Juan Sajor | Fotos: Coco Yañez

Una radio local contacta a un investigador del Ianiglia (Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales) para pedirle un balance sobre el temporal de nieve en Mendoza. El fenómeno meteorológico instaló una pregunta: ¿habrá precipitado lo suficiente para terminar con la crisis hídrica? El entrevistado, Exequiel Toum, ingeniero en Hidrología, explica que “la acumulación es importante pero no alcanza para recuperarse de los 13 años de sequía”.  Este organismo, dependiente del Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) es la voz más calificada en materia de recursos hídricos y naturales de la región. Nadie lo pone en duda, y es por eso que sus investigadores son consultados asiduamente por medios de comunicación, dependencias públicas y entidades privadas.

El CTT (Centro Científico Tecnológico) Mendoza, como los otros 15 núcleos que el Conicet tiene distribuidos en el país, es referente en cada uno de los temas que aborda y, a su vez, el propio organismo nacional es un faro en el continente. Según el ranking del año 2022 de indicador SCImago Journal Rank, que mide la influencia científica de publicaciones académicas a nivel internacional, nuestro Conicet se ubica en el puesto 141 en un ranking de 8.084 instituciones del mundo, y es número uno en la escala de organizaciones gubernamentales dedicadas a la investigación en América Latina.

“Lo genial del Conicet es que se alimenta de las mejores personas de la región y en ese sentido no se lo puede ver como una institución argentina, sino como una institución que representa los intereses de la región. Para poder hacer investigación se necesitan fondos públicos, porque la ciencia cuesta dinero, la parte positiva es que los recursos humanos se quedan acá y no se van a Europa, que siempre se ha llevado lo mejor”, asegura José Antonio Figueredo, un joven sociólogo cubano que realiza un doctorado en el CCT Mendoza, dentro del Ianiglia.

Llegamos a José con la idea de conocer su mirada sobre el desarrollo científico y tecnológico en Argentina y acercarnos a su experiencia en nuestro país. El resultado de las elecciones PASO nacionales nos llevó inevitablemente a sopesar el avance de la ultraderecha libertaria, en su expresión más cruda en nuestro continente. La entrevista -por pedido del protagonista- se lleva a cabo en su espacio de trabajo, una sala estrecha donde caben estratégicamente tres escritorios, dos estantes y algunos afiches que promocionan congresos de ciencias.

Antes de llegar a su lugar de trabajo, José Antonio nos llevó a recorrer los puntos del CCT que considera clave: la oficina del personal de seguridad, una muestra de especies de la flora local y la sala donde se desempeñan otros investigadores e investigadoras del Ianiglia. Es un día frío, el invierno reluce en el Parque Gral. San Martín pero al sociólogo le basta con una campera liviana. Parece haber roto una marca en adaptación climática, hace apenas cuatro meses que dejó el calor del Caribe y, desde hace un par de semanas, lleva menos abrigo que los cuyanos.

José Antonio proviene de los sectores populares de la capital cubana. Ingresó a la Universidad de la Habana como parte de un programa de transformación de los barrios populares y de las personas que estaban “en situación de pérdida del buen camino”. Estudió en la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología, en una etapa en la que el gobierno de la isla buscaba formar sociólogos en función del trabajo social.

“Vengo de una familia de trabajadores, mis abuelos solo terminaron el bachiller, mi tío fue la primera persona con título, es médico, y yo soy de la primera generación de trabajadores de cuello blanco. En Cuba somos 11 millones y casi un millón tiene título universitario. Nos asombra más que tengas un asado a que seas universitario. El sistema educativo que creó el proceso revolucionario está basado en las ideas de José Martí, que parte de la convicción de que ser culto es la única manera de ser libre”, nos explica el especialista, subrayando las estadísticas sobre el sistema educativo cubano, que expresan que 1 de cada 7 trabajadores alcanzó la titulación universitaria, y que 1 de cada 17 habitantes completó ese nivel educativo.

La oportunidad de continuar su carrera de investigador en el Conicet es para José Antonio una gran apuesta. “Cuando decidí seguir en investigación estaba mirando hacia el norte y, sin embargo, me di cuenta que en el sur había algo bueno. Al momento de formarte tienes que apuntar a lo mejor y lo mejor es lo que puedas tener. Hay muchos cubanos que buscan Harvard o Londres, pero en estas universidades te piden algo a cambio: que seas muy crítico con Cuba. Esto es parte de la guerra cultural en contra de nuestro país”.

Además de una formación de nivel competitivo, los estudiantes cubanos buscan el grado de apertura que les brinda el Conicet, que es difícil de encontrar en otros centros de investigación. La formación cubana es sólida, aunque en muchos casos la meta de nuevos conocimientos se estanca por el orden de prioridades establecido. Por ejemplo, José vio limitada su búsqueda, porque en la actualidad los estudios sociológicos de su país están enfocados en Economía Social y Cooperativismo y pesa un cierto tabú sobre las conflictividades ambientales.

El interés de este sociólogo de 40 años está volcado a estudiar cómo los sectores populares resuelven los problemas de acceso al agua. Nos explica: “En Cuba las estrategias para esquivar la escasez son las cisternas, los horarios donde se sabe que habrá agua, la organización entre vecinos para comprar pipas (tanques). En cambio, en Argentina muchas comunidades han resuelto este problema haciendo su propio sistema de extracción y distribución de agua. La idea es unir conocimiento práctico con conocimiento teórico, ver cómo se puede hacer una ciencia ciudadana y cómo eso puede influir en políticas públicas para transformar la existencia de esas personas”.

“Hay algo que tienes que saber: si las Ciencias Sociales no trabajan en función de la transformación, lo único que están haciendo es describir el mundo”, sostiene con convicción José Antonio, y la conversación nos lleva al panorama político local.

El caudal de votos que sacó el candidato presidencial de La Libertad Avanza, Javier Milei, ha derramado una marea espesa en el ámbito científico argentino y la conmoción se siente en todos los espacios. Mientras se hace la entrevista, un delegado de un gremio estatal interrumpe para dejarnos un panfleto que invita a salir a la calle “por nuestras familias, por nuestro futuro”.

José Antonio es algo reacio a opinar acerca del asunto, nos aclara que no es experto en Politología, que él no vino a exportar revolución, pero nos deja conceptos importantes para reflexionar sobre la coyuntura: “Argentina está entre los países periféricos que tienen una industria, que tienen recursos, pero a la vez tienen la enfermedad holandesa, es decir, viven de vender materia prima. Argentina logró tener una gran industrialización, pero ahora está viviendo de la materia prima, se está desindustrializando y, si encima se quiere eliminar la ciencia, entonces lo único que está haciendo es anclarse. Y si además me dices que vas a dolarizar, te estás anclando más aún. ¿De quiénes son los dólares? Eso tienes que darte cuenta”.

“Las cosas más importantes en la sociedad son aquellas que no se van y la ciencia es muy importante para un país -agrega. No es lo mismo hacer tu propia vacuna que salir a buscarla. Mientras los países centrales te superen en calidad tecnológica y en capacidad económica, no vas a calificar como país. Para ser un verdadero país tienes que tener independencia tecnológica. Si hay una guerra, y te tengo que comprar los cañones para pelear contigo, simplemente basta con que no me vendas municiones. Si los conocimientos que yo uso se hacen en tus universidades y no en las mías, y para colmo te llevas a mis hijos para allá y se quedan trabajando… esas son las cosas que pesan”.

Sobre esta línea de pensamiento, José Antonio traza su visión respecto a los países al sur del Río Bravo mexicano. En su opinión, vivimos una historia de estancamiento viciada por la autopercepción y la desunión. “Tenemos nuestra propia leyenda negra, escribimos mucho sobre subdesarrollo, pero no hacemos nada para cambiarlo”, reflexiona. La idea de emancipación que plantea se basa en lograr una federación de repúblicas para enfrentarse a un mundo multipolar: “Podemos ser otro centro ¿Por qué siempre tenemos que estar dándole vuelta a otro centro?”.

El diálogo se cierra donde comenzó. El científico redobla los agradecimientos hacia las personas que han mejorado su estadía en Argentina y a las que colaboran con su formación. En su relato hay una línea invariable: las personas. Sobre cada concepto, idea y espacio que percibe aparecen aquellos que lo hacen posible. Reflejo de los valores de la Revolución: “Yo me veo muy bien con los agentes de seguridad, hablo con las personas que limpian, me siento a dialogar con los profesionales, esto tiene que ver con que el ascenso social en Cuba se hizo partiendo de los recursos humanos”.

Aunque insiste en destacar que el desarrollo científico local está en “un nivel Dios”, José Antonio retoma los vínculos terrenales, el trato que ha recibido en estas tierras. “Jamás me he sentido extranjero, hago de cuenta que me fui de Atenas para Esparta”, proclama, e insiste en el papel que el conocimiento tiene en el desarrollo de los pueblos.

En la atmósfera del Conicet hay interrogantes que seguirán flotando: ¿Cómo se financiará la ciencia latinoamericana si la reacción conservadora -de claro tinte neofascista- avanza sobre los estados? ¿Será la hora del capital privado, como jamás sucedió en ningún país del mundo?

 

 

El perro de Milei